Ideas Después del referéndum en Cataluña

El gran fraude

Publicado en 6 octubre 2017 a las 15:46

Lo que ha ocurrido en Cataluña durante los últimos años puede ser calificado con un epíteto: un gran fraude, a través de un intenso proceso de apropiación del espacio social y político de Cataluña hasta el asfixiamiento de toda opción ajena a sus planteamientos. Porque fraude es decir, como proclaman los nacionalistas catalanes, que los derechos de los catalanes sean conculcados, que no se les permita votar libremente, que “se les robe” o que su lengua y cultura hayan sido “reprimidas” desde España.
Lo que ha pasado en Cataluña es que el tradicional “catalanismo”, amparado por la generosidad de la Constitución española de 1978, que concedió una amplísima autonomía a Cataluña, se tornó en nacionalismo y este en independentismo, por razones de voracidad, oportunidad y competencia política interna. Y el nacionalismo es imparable, porque busca un relato dicotómico, de buenos frente a malos, de exclusividad, de obligar a elegir campo.
Añadámosle un efectivo control de la lengua, la educación, la cultura y los medios de comunicación, y ya tenemos deconstruido el nacionalismo “feo”, el totalitario, el que históricamente destruyó a Europa, y reconstruido un nacionalismo de tipo posmoderno, amigo de las redes sociales, de los selfies con banderas, de la imaginería audiovisual, con una estrategia de márketing impecable, desarrollada fundamentalmente después de la sentencia sobre el Estatuto de Cataluña del Tribunal Constitucional, en 2010- que lo recortó en parte-, tras un desastroso proceso de negociación, y más concretamente con las masivas escenificaciones de las Diadas (fiesta nacional de Cataluña).

Una quimera absurda, en una España democrática y abierta. Y esto es lo que ha convencido a muchos catalanes — que no llegan al 50%, según los resultados de las últimas elecciones autonómicas. Un proceso que se cerró con el aderezo circunstancial de la crisis económica, que integró en las filas del independentismo a los sectores más castigados por ella que hasta entonces no tenían adscripción nacionalista. Fenómeno que se explica dentro del movimiento de insurgencia global contra las desigualdades provocadas por el neoliberalismo, que fomenta ahora una extraña alianza entre parte de las clases populares con los sectores más nacionalistas de los conservadores catalanes, de clara base supremacista frente al “pobre” español. El relato se completaba con la búsqueda del chivo expiatorio: “España”, o el eslogan “España nos roba”, en el papel de malo.

El último capítulo de esta comedia se ha cerrado el pasado domingo, con una convocatoria suicida de referéndum de autodeterminación hecha por un político que ya ha confesado que está dispuesto al suicidio político, Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, pese a su prohibición por parte del Tribunal Constitucional. Para revisar sobre quién recae la carga de la prueba, conviene aclarar que los días 6 y 7 de septiembre se cometió un golpe de Estado en Cataluña, inédito en Europa, contra las instituciones desde las propias instituciones, e ignorando a la mitad no nacionalista de la representación parlamentaria.

El gobierno en coalición compuesto por independentistas de derecha e izquierda y los radicales anti-sistema de la CUP - que ahora encabezan la insurrección en las calles y el acoso al discrepante en una estrategia puramente revolucionaria- se saltó a la torera el propio Estatuto de Cataluña con todas sus previsiones legales y la Constitución española para aprobar dos leyes: una encaminada a celebrar un referéndum de autodeterminación y otra para declarar la independencia unilateralmente.
A pesar de las reiteradas órdenes judiciales, el gobierno catalán optó por proseguir en su senda suicida, buscando una imagen que ha conseguido el pasado domingo: la del victimismo, ergo “policías del Estado represor contra civiles demócratas indefensos” -ante la ausencia de la policía autónoma, convertida en policía política- para encontrar una coartada indiscutible con objeto de declarar la independencia de Cataluña, que es la opción que ya había elegido de antemano. El cinismo y la irresponsabilidad resultan inmensos.

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En Europa ya sabemos de las manipulación de sentimientos primarios y las medias verdades o completas mentiras que se suscitan en los referendos, como vimos perfectamente con el Brexit. Al Gobierno de Mariano Rajoy hay que reprocharle falta de iniciativa y dejación de responsabilidades, bloqueado entre el compromiso institucional de hacer cumplir la ley- su obligación- y el de evitar la foto-finish -la violencia- que ansiaba el independentismo en busca de portadas de la prensa internacional, y que finalmente ha obtenido. El estilo de gobernar de Rajoy no se ha caracterizado precisamente por ser reactivo, y este era un asunto en el que había que serlo, adelantándose a la deriva de los acontecimientos.

Los hechos resultan inauditos en la moderna historia europea y han dejado atónitos a todos los gobernantes europeos y a la UE, para los que resulta una cuestión incómoda, pues añade un problema de más a la crisis de identidad en la que está sumida Europa desde hace años, por no hablar de que el problema les puede rebotar en casa con sus propios movimientos nacionalistas.
Asistimos ahora a un momento clave pero con los interlocutores equivocados, puesto que la vuelta al orden y al diálogo, palabra en boca de todo el mundo en estos días pero que parece imposible a estas alturas, para llegar a un acuerdo válido (llámese referéndum pactado -opción poco probable para Rajoy pues desborda el marco constitucional- o nuevo estatuto con o sin reforma constitucional- opción que los independentistas no aceptarán instalados en su política de máximos) exige otros puntos de partida y los actores en presencia están inhabilitados para ello.

Si Puigdemont declara la independencia en los próximos días, como así ya ha manifestado, Rajoy activará el artículo 155 de la Constitución española, interviniendo la autonomía, anunciando nuevos conflictos en los que nadie quiere pensar. Pero, ante el suicidio al que lleva Puigdemont a Cataluña, ¿cuál es la manera adecuada para defender el Estado de derecho y la democracia — la verdadera, la que representa a todos los ciudadanos — que son los valores fundamentales europeos?

En la viñeta: Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat de Cataluña

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