Opinion, ideas, initiatives Elección presidencial en Francia

¿Hacia una revolución política?

El ascenso de Marine Le Pen y Emmanuel Macron en la fase previa a la elección presidencial en Francia refleja un amplio descontento con el sistema político del país. ¿Está Francia al borde de un terremoto político que sustituirá a la vieja división conservadora-socialista con una división entre nacionalistas e internacionalistas?

Publicado en 20 abril 2017 a las 21:35
Eric Gaillard / Reuters  | Carteles electorales en Antibes.

Pocos periodos presidenciales han sido tan estériles políticamente hablando, como el del presidente que terminará su mandato en Francia, François Hollande. El socialista hizo campaña presentándose a sí mismo como el “enemigo del mundo de las finanzas” y prometió reducir la tasa del paro en la estela de la crisis económica. Cinco años después, no queda mucho de todo eso. En términos de política económica, se puede hablar de un estancamiento total bajo el mandato de Hollande. Tal vez la mejor frase para resumir la situación es “piloto automático”.

Los socialistas franceses han sido pillados en sus contradicciones: las pomposas promesas de la campaña electoral son una cosa, pero ser el líder que se enfrenta a las difíciles realidades del aumento de la deuda, y a la caída de la competitividad es otra. Así lo muestran los Indicadores de Gobernanza Sostenible (IGS) de la fundación Bertelsmann Stiftung en su último informe respecto a Francia: “Como sus predecesores, el presidente Hollande no se embarcó completa y abiertamente en la aplicación de las reformas necesarias, sino que las adoptó de una forma disimulada y reticente mientras mantuvo la ilusión de un Estado capaz de controlar a los mercados y de manejar la economía”.

Como resultado, el Gobierno vaciló entre medidas sociales dañinas para la economía y reformas liberales a medias tintas. Tras 4 años en la presidencia, Hollande finalmente logró hacer pasar la famosa Loi Travail (Ley del Trabajo), que en cierto modo facilita la contratación y el despido de trabajadores, pero cuyos beneficios siguen sin estar claros. El IGS indica: “El país se enfrenta a problemas estructurales agudos, incluyendo un mercado laboral rígido, una alta tasa de paro, una deuda creciente y falta de competitividad.”

Mientras tanto, Francia ha fallado en reducir su déficit bajo el objetivo oficial de la Eurozona del 3% de PIB. El desempleo sigue casi en 10%, y sigue siendo más alto que cuando Hollande tomó posesión en 2012. Ha habido un magro regreso al crecimiento económico, pero es más bien consecuencia de los cambios hechos en las políticas a nivel europeo, que por lo hecho en Francia.

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La Eurozona ha establecido una nueva tentativa de consenso de políticas entre keynesianos y ordoliberales en la estela de la crisis: El Banco Central Europeo (BCE) estimula la economía con billones de euros, convenciendo a los mercados que los gobiernos europeos no se irán a la bancarrota, y la Comisión Europea ha adoptado una posición más blanda en cuanto al déficit presupuestal (ni estímulo, ni austeridad). Como ha concedido el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, con su reconocido humor: “A Francia se le ha otorgado más tiempo para lograr su meta de déficit presupuestal ‘porque es Francia’.”

La vieja división Izquierda-Derecha

En términos políticos, parece que un gran cambio finalmente se asoma, después de tres décadas de alternancia entre socialistas y conservadores. La novedad no es la candidata nacionalista, Marine Le Pen. El Frente Nacional está, tras un lento y constante asenso desde los años 1980, alcanzando alturas no antes vistas. En 2017, casi todo el mundo ve a Marine Le Pen en la segunda vuelta de la elección presidencial, mientras que el mismo logro de parte de su padre, Jean-Marie Le Pen, fue considerado como un trauma nacional. Pero Marine Le Pen solo cuenta con alrededor de una cuarta parte del electorado, y sus ásperas críticas no son una novedad en el mundo político francés.

Pero, la novedad viene con el extraño y meteórico ascenso de Emmanuel Macron, un exbanquero y exministro de economía del gobierno socialista (de manera crucial, él no era miembro del partido). Macron se lanza a la presidencia como candidato independiente. Él podría ser quien derrote al candidato conservador que debería ser el lógico reemplazo de alternancia de François Hollande: François Fillon, quien ha sufrido de escándalos de corrupción. El socialista Benoït Hamon, quien representa a la corriente izquierdista, ha propuesto medidas exóticas como el salario universal y el impuesto a los robots. Hamon se está hundiendo en las encuestas y podría ser rebasado por el candidato de la extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon.

Macron ha recibido el entusiasta apoyo de la clase política francesa, incluyendo al liberal de derecha Alain Minc, intelectuales como Bernard-Henri Lévy y Jacques Attali, el magnate de la moda y los medios de comunicación Pierre Bergé, el omnipresente lamebotas del partido verde (izquierda) Daniel Cohn-Bendit, y hasta del líder del partido comunista, Robert Hue. Una extraña coalición, podría decirse, pero una que refleja la frustración de muchos franceses con el viejo duopolio conservador-socialista.

Mientras que todos los candidatos de envergadura han aporreado a la Unión Europea o prometido violar la regla del acuerdo del 3% de déficit presupuestal, solo Macron ha defendido el proyecto europeo. Él ha elogiado la bienvenida que la canciller alemana Angela Merkel le dio a los inmigrantes a Europa. Hay esperanzas de que su liderazgo puede permitir el resurgimiento del viejo motor franco-alemán y que ponga de nuevo a la Unión Europea sobre ruedas.

La vaguedad de Macron, y la poco probable Marine Le Pen

En todo caso, también hay señales de debilidad. Macron apoya la creación de un parlamento de la Eurozona, con un presupuesto para liderar las políticas del euro, aunque también así lo hizo su mentor François Hollande. Los críticos han acusado a Macron por su vaguedad, y de hecho fue apenas el mes pasado que Macron presentó su programa político. Este programa, que incluye promesas para incrementar el poder adquisitivo de los trabajadores y castigos para las compañías que abusen del uso de contratos de duración definida. Cualesquiera que sean los méritos de estas medidas, seguramente dañarán la economía y la competitividad francesa. Además, habrá elecciones parlamentarias después de las presidenciales y no está claro quien logrará la mayoría y si se mostraría cooperativo para trabajar con Macron si queda presidente.

A pesar de la conmoción del Brexit y de la elección de Donald Trump en Estados Unidos, el hecho de que Marine Le Pen gane la elección francesa sigue pareciendo muy poco probable. Dicho de manera simple, la mayoría de franceses no están ilusionados con su retórica agresiva y su programa revolucionario, que incluiría una secesión de la Eurozona, con toda la incertidumbre económica que eso traería. Macron o Fillon parecen como los que tienen más posibilidades de ganar.

La situación de Francia no es para nada catastrófica. Su desempeño económico está a la par de la Eurozona en su conjunto, mejor que Italia, y mucho peor que Alemania. Económicamente, Francia ha vivido con un desempleo de dos dígitos y una reacia aplicación de reformas durante la mayor parte de las últimas tres décadas. Políticamente, podríamos estar al borde de un terremoto político que remplazaría a la vieja división conservadora-socialista con una división entre nacionalistas e internacionalistas. A lo mejor, como seguido se dice en la política francesa: Plus ça change, plus c’est la même chose ! (¡Cuantos más cambios hay, más sigue siendo lo mismo!)

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