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Rusia: aislamiento político

El pueblo ruso ha vivido en un régimen de aislamiento político desde hace mucho tiempo, cuenta Serguéi Lebedev, que ve cómo el coronavirus conecta la falta de confianza de hoy en día con los crímenes del pasado soviético. Pero, ¿tendrá la crisis de la covid-19 un verdadero impacto en la imagen de Putin y su popularidad?

Publicado en 2 julio 2020 a las 08:30

Cuando los primeros casos de covid-19 aparecieron en Rusia y el virus comenzó a propagarse, yo estaba trabajando en el Archivo Central del Servicio Federal de Seguridad (FSB), donde se encuentran informes de personas oprimidas, arrestadas o ejecutadas en la época de Stalin.

Todas las mañanas llegaba al humilde edificio de la calle de Kuznetsky Most, cerca de Lubyanka, para recoger viejas carpetas de cartón con los expedientes de mis parientes y de amigos de mi familia. 

Vivía en dos épocas distintas.

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En la época actual, había noticias sobre cuarentenas, cierres de fronteras, un «contacto» humano sometido a normas: prohibición de reuniones, uso de mascarillas, distanciamiento social... En otras palabras, el cese o la limitación extrema de todo contacto social.

En la época pasada, encontré similitudes extrañas e inquietantes mientras leía los archivos.

Cuando una persona era considerada enemiga, inmediatamente se volvía contagiosa.  Sus familiares, amigos y colegas automáticamente pasaban a formar parte del grupo de riesgo. Las transcripciones de los interrogatorios y las órdenes de arresto me demostraron cómo este estigma, esta etiqueta letal, se contagiaba de hermano a hermano, de padre a hijo, entre los miembros de un club filatélico o entre los sacerdotes de una misma ciudad.

El virus, o para ser más específicos, la infección, era una metáfora fisiológica de la represión política y sus efectos se transmitían de generación en generación: una vida mísera y extenuante, la decadencia de la solidaridad ciudadana y personal, la costumbre de ver todo contacto como una amenaza y a toda persona como potencialmente contagiosa.

En mi opinión, este fenómeno tuvo (y sigue teniendo) un efecto opuesto y paradójico en Rusia: un consenso fatalista implícito de que la vida no es un valor absoluto, que no puedes esconderte de la historia ni del Estado ni oponerte a ellos. Los debes aceptar como si se tratase de un desastre natural que forma parte de la vida diaria, como la epidemia.

Con esta reminiscencia, Rusia se enfrentó al coronavirus.

Las acciones del Estado eran y siguen siendo predecibles.

Se convocó un plebiscito para el 22 de abril sobre las enmiendas de la Constitución que permitirían a Vladimir Putin ser reelegido dos veces más (según la Constitución actual, este es su último mandato), lo que supone otro giro autoritario y conservador en la política rusa. Por ejemplo, una de las enmiendas estipula que el matrimonio se define únicamente como «la unión de un hombre con una mujer».

Dado que aún era probable que las elecciones y el desfile del Día de la Victoria del 9 de mayo pudiesen llevarse a cabo, las autoridades se esmeraron en hacernos creer que el virus no afectaría a Rusia, que no era tan peligroso. Una de las explicaciones fue que quienes habían nacido en la URSS y recibido la vacuna obligatoria BCG contra la tuberculosis en su niñez, no se contagiarían de covid-19. He ahí un ejemplo de cómo el pasado soviético protege a la Rusia de hoy.

Pero tan pronto como los datos sobre los contagios alcanzaron niveles alarmantes (incluso a pesar de que Rusia sin duda manipula los datos estadísticos del sector médico, como lo hace con otros), la estrategia pasó al otro extremo: confinamiento estricto, pases digitales, aplicaciones móviles que registran los desplazamientos, etc. Estas medidas pueden ser razonables o parcialmente razonables, pero su efecto resulta abrumador cuando las aplica un Estado autoritario que no ve a sus ciudadanos como potenciales pacientes sino como potenciales sospechosos, cuando la prioridad es la disciplina y no la salud. Creo que pocas cosas contribuyeron más a la propagación del virus que las colas inmensas en las bocas de metro el primer día de implementación de los pases electrónicos, ya que la policía tenía órdenes de verificar cada pase.

Cabe destacar que el comportamiento de los ciudadanos en esta situación revela la existencia de un complicado vínculo entre varias carencias fundamentales extremadamente contradictorias, pero que hacen posible el régimen de Vladimir Putin.

Primero está la falta de confianza. Sí, la gente desconfía de las autoridades, pero sobre todo de los demás ciudadanos: aquí todo el mundo se preocupa de salvar su propio pellejo.

También hay una falta de reconocimiento de los demás, de conocer los límites, hay poco respeto por la vida de los otros: no es ningún secreto que, en Rusia, el confinamiento no se percibe como una acción coordinada de ciudadanos responsables, sino como una medida obligatoria impuesta por el Estado.

El vínculo entre estas dos carencias revela una más: la falta de responsabilidad cívica.

El confinamiento y el distanciamiento social apenas dejan entrever que ya llevamos mucho tiempo viviendo en un régimen de aislamiento político. Esta es nuestra realidad, y solo ahora se ha vuelto visible en un plano tanto metafórico como físico.

Las calles vacías y la alienación política formaban ya parte de nuestra cotidianidad mucho antes de la pandemia.

En Rusia, muchos opinan que la covid-19 tendrá un serio impacto en la popularidad y la imagen de Putin. No obstante, se debe recordar que Putin sabe cómo obtener beneficios estratégicos de situaciones tácticamente terribles y desesperanzadoras. En 2004, la toma de rehenes en una escuela de Beslán que condujo al asalto del lugar y a la muerte de cientos de niños debería haber marcado el fin de su carrera, pero en lugar de ello, los rusos perdieron el derecho a las elecciones regionales bajo la excusa de la lucha contra el terrorismo. En mi opinión, pronto veremos cómo se valdrán de la epidemia y de sus devastadoras consecuencias sobre la salud nacional y la economía para justificar más recortes de derechos civiles. 

Este artículo forma parte del proyecto Debates Digital, una colección de contenido publicado digitalmente que incluye artículos y debates en directo entre varios escritores destacados, académicos y personalidades intelectuales que forman parte de la red Debates on Europe.

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