Noticias Los jóvenes europeos se enfrentan a la pandemia | Francia

Una generación sacrificada: estudiantes durante la crisis sanitaria

Miedo al futuro, crisis existenciales, sentimiento de culpabilidad. La crisis sanitaria ha tenido un impacto particularmente fuerte en los estudiantes. En Francia, aunque se ha permitido que los niños vuelvan al colegio y que gran parte de los adultos vuelvan a sus oficinas después del primer confinamiento, las universidades han continuado cerradas. Las cicatrices materiales y psicológicas comienzan a salir a flote. La vuelta a la normalidad no será fácil para esta generación.

Publicado en 25 marzo 2021 a las 16:58

En su primer libro, titulado Faux départ ("Falsa salida"), Marion Messina, autora de treinta años de edad, describe lo dura que puede llegar a ser la vida de los estudiantes en Francia. Durante su publicación en 2017, el libro tuvo un efecto explosivo. La élite parisina, los trabajos precarios, los alquileres exorbitantes, las universidades perjudicadas por los recortes presupuestarios y las formaciones mediocres están condenando a esta «generación perdida» a un callejón sin salida.«Para la gran mayoría de estudiantes franceses, la universidad era una elección predeterminada, un universo en el que se les colocaba para evitar que la tasa de desempleo se disparara», declara la autora.

Endeudados incluso antes de entrar en el mercado laboral

Está claro que nada de esto resulta nuevo, pero la crisis ha puesto de relieve estos problemas. La brecha social se ha agravado aún más. Aunque la situación de los estudiantes ya era precaria antes, ahora se encuentran en una mayor necesidad, e incluso existen algunos casos que rozan la indigencia. Un ejemplo es Chaima Lassoued, de 24 años de edad, que creció con sus hermanos en un suburbio parisino de Nanterre.

Estudia relaciones internacionales y vive, desde marzo, en el campus de la Universidad de Nanterre, donde se desencadenó el movimiento estudiantil de mayo de 1968. Aún a día de hoy existen motivos para rebelarse y, de hecho, se queman coches regularmente por la noche en el aparcamiento del campus universitario. La policía hace rondas por esta zona a menudo y aprovecha para comprobar si se celebran fiestas ilegales en la residencia universitaria de Nanterre. Durante el día, los estudiantes sufren en este lugar silencio. De los 1400 residentes que vivían en la residencia, la mayoría de ellos se han mudado; otros, han vuelto a vivir con sus padres. 

Nanterre, Francia. Chaima y otros residentes han creado la asociación ATR92. Varias veces por semana, organizan distribuciones de alimentos para los estudiantes que viven en el CROUS de Nanterre. Constance Decorde | Hans Lucas

Solo se han quedado alrededor de 500, pero no viven juntos. Los restaurantes universitarios, las salas de estudio, las cocinas comunes, todo está cerrado. Chaima pasa la mayoría de su tiempo sola en un estudio de 15m2. Paga un alquiler de 160 euros mensuales, 65 euros por su tarjeta de transporte y su teléfono móvil, y tiene que devolver un préstamo de 1000 euros que le concedieron antes de la crisis. «Muchos de nosotros estamos endeudados incluso antes de entrar al mercado laboral.»

Según Chaima, los préstamos con un 0 % de interés para los estudiantes no representan una ayuda real, solo sirven para aplazar el problema. En la actualidad, recibe una beca de 170 euros mensuales, lo que la obliga a buscar otras fuentes de ingresos. Lleva desde marzo buscando un trabajo que sea compatible con sus estudios pero, hasta ahora, solo ha logrado encontrar un pequeño trabajo en ATR (Ayuda a tus residentes), una asociación de residentes de Nanterre creada por una amiga suya y que sirve para ayudar a los estudiantes con mayores dificultades. 

Chaima dedica dos horas diarias a organizar una distribución de alimentos en colaboración con la asociación francesa Secours populaire y otros bancos de alimentos. Gana alrededor de 200 mensuales con este trabajo, lo que no es mucho, pero algo es algo. Al menos, su trabajo es mejor que trabajar para Uber Eats. Alrededor de la mitad de los residentes utilizan esta aplicación. Incluso Chaima la utiliza, cuando no se encuentra de humor para ir al restaurante universitario donde, desde el 25 de enero, se ofrece a los estudiantes el menú del día a tan solo 1 euro en todas las universidades de Francia.

«Aquí nos sirven, en su mayoría, pasta y patatas fritas. Los platos son bastante saciantes», dice Chaima entre risas, porque, ante todo, no quiere quejarse. «Algunos de nosotros estamos pasando por una situación muy mala. Al menos doce estudiantes no pueden permitirse comer todos los días y, en algunos estudios, hay ratas y chinches de cama, es indigno

Depresión, culpabilidad, pensamientos suicidas

Obviamente, todo esto tiene consecuencias. «Cuanto más aislados están los estudiantes, menos comen y más precarias son sus condiciones de alojamiento. De ahí que surjan los pensamientos suicidas», explica Aziz Essadek, profesor de la Universidad de Lorraine (Francia) que ha estudiado la salud mental de los estudiantes desde el comienzo de la crisis. Se trata de un estudio realizado en un total de 8000 estudiantes de la zona desde el primer confinamiento. Un 40 % de ellos sufre depresión y un 39 % tienen problemas de ansiedad.

El grupo analizado para realizar el estudio se compone principalmente por mujeres jóvenes en una situación precaria que han contraído y superado el coronavirus. Durante el segundo confinamiento en Francia, de octubre a noviembre de 2020, el número de estudiantes que tenían pensamientos suicidas aumentó significativamente. «Nadie en Francia ha estado tan aislado como los estudiantes durante este tiempo. Como resultado, los jóvenes de hoy en día ya no saben ni siquiera cuáles son sus necesidades», lamenta el psicólogo. 

«Algunos de nosotros estamos pasando por una situación muy mala. Al menos doce estudiantes no pueden permitirse comer todos los días y, en algunos estudios, hay ratas y chinches de cama, es indigno

Chaima Lassoued

Desde febrero, los estudiantes pueden consultar a un psicólogo o a un psiquiatra, gratuitamente. Solo tienen que ir a un médico de cabecera para que les de vales para psicoterapia. «¿Por qué no?», dice Essadek. Sin embargo, la mayoría de los estudiantes opina que no necesitan un psicólogo, sino volver a tener libertad. «Los jóvenes de entre 18 y 25 años necesitan vivir.»

A principios de septiembre, cuando las universidades volvieron a abrir brevemente, unos pocos lo hicieron en exceso, ciertamente, pero todos fueron castigados con severidad. «Los estudiantes no son disciplinados, son irresponsables y egoístas», fue una de las numerosas críticas que se escucharon por parte de todo el mundo, incluso de los políticos. Una generalización que molesta al psicólogo, porque, según él, la mayoría de los estudiantes no actúa de forma irresponsable, al contrario, «los jóvenes sienten una especie de culpabilidad y tienen miedo de ser portadores del virus y poder contagiar a alguien».

«Muchos de ellos se niegan a salir y les resulta difícil volver a una vida más o menos normal. Encontrar unas prácticas, llevar una vida más activa, hacer planes… A menudo, les falta la motivación para hacer cualquiera de estas actividades», lo que conduce a una falta de confianza en sí mismos y a un desprecio hacia su propia persona: un verdadero círculo vicioso.

Constance Decorde | Hans Lucas

«Una generación ilegítima»

 «Soy mucho menos productiva de lo que lo soy normalmente», explica Louis Theobald, con 18 años, estudiante de periodismo en la Universidad politécnica de Valenciennes (Norte de la Francia). Como el resto de sus compañeros, teme que su título universitario pierda valor por haber realizado su carrera durante la pandemia, al igual que su selectividad, que superó sin tener que realizar un examen final. «Parecía que la selectividad era una prueba bastante importante», afirma Lous, quien, en primer año de universidad, tiene la sensación de que se está perdiendo algo esencial: «La época estudiantil de una persona representa los años más importantes de su vida, es lo que se suele decir, pero actualmente ha dejado de ser así», dice, visiblemente abatido.

Se trata de un sentimiento que comparte Lison Burlat, de 22 años de edad, que está cursando una doble titulación en EHESS y CELSA, una importante escuela de comunicación en París y que se encuentra en su último año. Sus compañeros del año pasado no han podido aún celebrar su ceremonia de graduación, solo pudieron hacer una pequeña reunión utilizando el programa zoom y, algún día, cuando la crisis haya terminado, los estudiantes irán con sus profesores a tomar algo para celebrar. «No se observa un cambio inmediato entre el final de los estudios y el después, es brutal», piensa Lison, señalando así indirectamente la dimensión antropológica de esta crisis: la ausencia de rituales como los funerales, las bodas y el reconocimiento institucional de los diplomas universitarios mediante una ceremonia oficial, que resultan indispensables para sentirse legítimo.

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Aun así, Lison cuenta que «no me atrevo a quejarme cuando veo las largas colas de estudiantes en los bancos de alimentos, me puede considerar un privilegiado». Sin embargo, le resulta molesto cuando le dicen que «al menos no tienes 40 años» o que «esta crisis solo va a representar uno o dos años de tu vida». El problema es que un año o dos de los cuatro o cinco que se realizan de estudios, ya es mucho.

Sobre todo cuando no se pueden aprovechar al máximo, porque, aunque la formación a distancia en EHESS y CELSA ha sido bastante interesante, y todos los alumnos de su clase han encontrado sus prácticas, Lison tiene la sensación de estar menos preparada para el futuro. «Con las prácticas por zoom, se pierde la interacción directa, se pierde un vínculo. Encontramos prácticas que elegimos un poco por descarte, nos autocensuramos y es una pena, porque gran parte del interés de las prácticas es que nos contraten al finalizarlas. Cuando pienso en mi futuro, tengo un ataque de pánico.»

«Una comunicación confusa y despreciativa»

«Mi primer deber como profesor es tranquilizar a los estudiantes sobre su futuro, decirles que han desarrollado otras habilidades y que no creo que sean una generación sacrificada», dice Olivier Ertzscheid, profesor del Instituto Técnico de La Roche-sur-Yon, cerca de Nantes. La solidaridad es una de estas habilidades. En primavera, Olivier Ertzscheid y sus estudiantes abrirán una tienda de comestibles solidaria en el campus, donde los estudiantes podrán comprar sus alimentos hasta un 30 % más baratos.

«La época estudiantil de una persona representa los años más importantes de su vida, es lo que se suele decir, pero actualmente ha dejado de ser así»

Louis théobald

En general, los estudiantes se acercan, se ponen al día, comparten sus preocupaciones en YouTube y organizan debates en línea sobre temas medioambientales y culturales. Muchos de ellos están preocupados por el futuro más allá de su situación personal. El compromiso político, sin embargo, es difícil en tiempos de coronavirus. ¿Cómo comprometerse cuando las cuestiones políticas han dado paso a la gestión logística de la crisis, cuando no se pueden intercambiar ideas cara a cara y cuando la gestión de la vida cotidiana se ha vuelto suficientemente complicada?

Incluso entre los profesores, las protestas son escasas. Olivier Ertzscheid fue uno de los primeros en oponerse públicamente a las normas del gobierno para los estudiantes porque «eran un sinsentido en el fondo y en la forma». Para llamar la atención sobre la angustia de los estudiantes y las contradicciones en la gestión de la crisis, dio una conferencia en la calle, frente a la iglesia, en el centro de La Roche-sur-Yon. «¿Por qué las universidades están cerradas mientras las iglesias permanecen abiertas?¿Por qué han montado una carpa para hacer pruebas frente a los supermercados y no frente a las universidades?», se pregunta, también en nombre de sus alumnos, ausentes desde hace tiempo del discurso público. Olivier Ertzscheid está convencido de que las normas de higiene podrían haberse respetado gracias a las pruebas y a la enseñanza alternada en pequeños grupos. Por ello, pide que se reabran las facultades lo antes posible. 

Desde mediados de enero, los estudiantes de primer año pueden ir a la universidad un día a la semana para realizar sus clases prácticas. Para los demás estudiantes, esta norma está en vigor desde el 8 de febrero. Pero el retorno no puede producirse de la noche a la mañana, ya que muchos estudiantes han renunciado a su vivienda y no pueden permitirse volver a la universidad sólo para unas horas de clase. Así, muchas medidas de apoyo a los estudiantes no han sido pensadas hasta el final y, cuando las universidades las ponen en marcha, suelen estar desfasadas. 

Terriblemente sola - Erasmus en tiempos de pandemia

Pero al menos parece que por fin se ha tomado conciencia de la situación de los estudiantes. No solo en Francia. En Viena, por ejemplo, las cafeterías tradicionales han vuelto a abrir sus puertas a los estudiantes a pesar del cierre, para que puedan reunirse y trabajar tranquilamente. Viena es la ciudad natal de Hannah Kogler, que llegó a Valenciennes el pasado mes de agosto para realizar un año de Erasmus. En ese momento, la universidad estaba abierta, pero las jornadas de integración se cancelaron de todos modos, así que tuvo que entrar directamente. Al menos una vez, consiguió ir a París con dos amigos de Erasmus. «Me sentía terriblemente sola y no podía seguir las clases en absoluto porque el francés es mi tercera lengua extranjera. Todo lo que quería era volver a casa.»

Afortunadamente, Hannah contó con el apoyo de sus compañeros de clase y de su novio, un francés que conoció en la universidad. «Sin él, nunca lo habría conseguido». Después de todo, hay algo positivo en este año, pero también el amor se ha complicado durante la pandemia. Pronto Hanna regresará a Viena y nadie sabe si su amante podrá reunirse con ella en casa. «Nuestras vidas dependen de las decisiones de otras personas, es una sensación curiosa», dice Hannah. Si bien es cierto que nadie puede planificar nada en este momento, esta situación es especialmente grave cuando se trata de fijar el rumbo del futuro. 


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