Ideas Archipélago URSS | Bielorrusia
Minsk, 1 de mayo de 2017. En la ceremonia de iniciación de los Pioneros. | Foto: Peryn

Back in the USSR, otra vez

Con 44 años, el escritor bielorruso Viktar Martinovič ya "ha vivido tres vidas": como Pionero poco antes de la caída de la URSS, como escritor de éxito bielorruso tras la independencia del país, y actualmente como disidente. Desde las protestas infructuosas contra el presidente Lukashenko en 2020, los artistas bielorrusos vuelven a estar igual de reprimidos que en la época soviética. Este es el primer artículo de la serie dedicada al 30 aniversario de la disolución de la URSS.

Publicado en 21 diciembre 2021 a las 09:33
Minsk, 1 de mayo de 2017. En la ceremonia de iniciación de los Pioneros. | Foto: Peryn

Hola, me llamo Viktar Martinovič, y soy un hombre que a sus 44 años ya ha vivido tres vidas. 

Tres vidas en un periodo de tiempo en el que la mayoría de la gente apenas ha sido capaz de arreglarse con una. 

Y, para dejarlo claro, con tres vidas me refiero al conjunto de sensaciones que me han producido hasta ahora todos los años de mi vida. 

Tres paquetes de sueños diferentes.

Tres series de valores diferentes.

Tres yos diferentes.

Tres periplos llenos de falsas ilusiones diferentes. 


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Todas mis muertes y resurrecciones son fruto de un acontecimiento que tuvo lugar hace exactamente treinta años: el colapso de la URSS. El auge de un país nuevo, la República de Bielorrusia, y mi surgimiento como autor reconocido en dicho país. 

Después ocurrió el restablecimiento de la URSS y, además, en el sentido más rígido y férreo de la palabra; pues primero se restableció dentro de las fronteras de una pequeña república, y después afectó a alianza de esa república con el Gigante Ruso.

Soy un Pionero

Que se une a las filas de la Organización de Pioneros…Y en este momento no me salían las palabras, no porque no me supiese el juramento de memoria, sino porque las mariposas en el estómago no me dejaban recobrar el aliento para seguir. Aquí, en presencia de mis camaradas (inspiro, espiro), juro solemnemente (pauso, las mariposas están haciendo que se me nuble la vista, me doy cuenta de que es el día más importante de mi vida, y de que nunca, jamás, habrá nada más importante que esto). Juro. Juro —aquí sentí toda la fuerza de la palabra— amar a mi país (pensando que se refería, por supuesto, a la URSS) con todo mi corazón; vivir, aprender y luchar como el gran Lenin nos ordenó, y seguir las Reglas de los Pioneros de la URSS. 

Nos llevó varios meses prepararnos para este ritual; aprendimos a atarnos la pañoleta y a plancharla, estudiamos el juramento y las Reglas de los Pioneros. Cualquier estudiante en la escuela con un "insatisfactorio" por comportamiento recibía el aviso: no te aceptaremos en los Pioneros. Y la persona cambiaba su actitud; quedarse fuera de los Pioneros en aquella época significaba más o menos lo mismo que significaría ahora verse privado de tarjeta de crédito de por vida. 

Cuando le tocó atarse la pañoleta, mi compañero Sasha se desmayó de la emoción. 

Era octubre de 1987. 

El XXVII Congreso del Partido Comunista ya había sucedido.

La perestroika ya se había implementado. En cuestión de dos años se toparía con el Muro de Berlín y lo derribaría. 

En la calle, los adultos llevaban vaqueros, y el idioma y los temas de los principales periódicos desprendían un claro aroma a decadencia.

En las estanterías de los supermercados había Pepsi-Cola y las tiendas de música estaban haciendo negocio con el disco Ravnodenstvie (Equinoccio) de Boris Grebenshchikov, repleto de himnos a los nuevos tiempos. Una de las canciones, La generación de los conserjes y vigilantes, trataba sobre músicos de rock y escritores que habían decidido vivir a contracorriente y trabajar de fogoneros, conserjes y vigilantes (y, sin embargo, eran venerados por millones de personas).

En mi realidad no existía nada de esto.

Mi mente estaba centrada en el Brillante Futuro.

Creía firmemente que iba a "vivir, aprender y luchar como el gran Lenin nos ordenó" durante toda la vida.


Fue el ejército de prisioneros reclutados por Stalin quienes, gratis, transportaron carbón, níquel y estaño; construyeron ciudades en el permafrost; y aumentaron el crecimiento de un Estado que solo se dedicaba a construir misiles nucleares


En la tele emitieron la segunda parte de la película Gost’ya iz budushchego (Invitada del futuro). Trataba sobre el Moscú soviético en 2084, donde pioneros como yo viajaban en cohete a la Luna o a Urano, un planeta también bajo el mando de los bolcheviques. Las escenas de la película, todas iluminadas bajo el sol de julio, se ajustaban perfectamente al futuro que yo veía en mi cabeza: aquí sobrevuelo mi ciudad natal, Minsk, en un "flip" (un coche volador biplaza). O aquí lucho contra agentes capitalistas que se han infiltrado en nuestro territorio desde planetas hostiles para sabotear las fábricas de las grandes y medianas empresas de la República Socialista Soviética de Bielorrusia (RSSB).

Si alguien me hubiese contado que todo iba a colapsar, me habría enfadado mucho.

Después de todo, la URSS no solo era el lugar donde vivía.

Yo era la URSS.

Soy un bielorruso 

La independencia nos envolvió sin que nadie se diese cuenta. Sin luchar. Llegó como consecuencia de los acontecimientos que tuvieron lugar en las repúblicas vecinas. Como consecuencia de las actividades de los Sąjūdis lituanos (El Movimiento; equivalente al Solidarność polaco) que resultaron en la batalla por la torre de televisión de Vilna (1991).

Como consecuencia de la caída de los precios de petróleo y las penurias posteriores (en mi familia, pudimos cenar tan pocas veces trigo sarraceno que siempre guardaré en alta estima este humilde plato). Como consecuencia de las colas que se formaban para hacer, literalmente, cualquier cosa.

Como consecuencia de la guerra de Afganistán, que abasteció a la república de numerosísimos "chicos de zinc", como los denomina Śviatlana Alieksijevič: chavales que hicieron su servicio militar en el ejército, que fueron asesinados por quién sabe qué razón,…

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