El primer ministro serbio Ivica Dacic.

A medio camino

A principios de 2014, Belgrado iniciará las negociaciones de adhesión a la UE. Las autoridades persiguen este objetivo, pero la sociedad todavía no se muestra unánime al respecto. Quizá el argumento económico sea una de sus bazas más importantes.

Publicado en 7 noviembre 2013 a las 16:55
El primer ministro serbio Ivica Dacic.

Cuando las conversaciones educadas entre comensales comienzan a decaer en el comedor de la residencia oficial del Gobierno, el hombre hace un signo a los músicos, se apodera del micrófono y canta con pasión varias canciones del folclore zíngaro. El cantante no es otro que el primer ministro Ivica Dacic. Se trata de un espectáculo que reserva con asiduidad a sus invitados desde que el año pasado acompañara vocalmente a la orquesta del cineasta Emir Kusturica en Bruselas, durante un foro destinado a favorecer las inversiones extranjeras en Serbia.

Ivica Dacic no ha parado de cantar, porque no dejan de acudir delegaciones a este país, que en enero iniciará las negociaciones de adhesión a la Unión Europea. Toda una carrera de obstáculos porque, según las nuevas normas, cualquier nueva ampliación puede someterse a un referéndum en los países que ya son miembros de la UE. Y esta situación corre el riesgo de no ser una mera formalidad para un país con una imagen tan funesta como Serbia que, quince años después del fin de las guerras que dividieron la antigua Yugoslavia, sigue asociándose a los crímenes de guerra en Bosnia o a Kosovo y la arrogancia del régimen de Slobodan Milosevic.

Un acuerdo doloroso

Ahora que han asumido el poder, los herederos de “Slobo” saben de sobra que deben pasar página. [[El jefe de Gobierno, Dacic, de 47 años, a finales de los años noventa era el portavoz del partido de Milosevic]]. Sin embargo es él quien ha hecho el gesto de dirigirse a Sarajevo, capital de Bosnia-Herzegovina. También ha sido el primero en el país en dar la mano al antiguo guerrillero kosovar Hashim Thaci, su homólogo a la cabeza de un Kosovo que Serbia no reconoce, pero con el que accede a hablar para encontrar con más facilidad el camino hacia la Unión Europea. Los dos hombres firmaron en abril un acuerdo sobre la normalización de las relaciones entre Belgrado y Pristina, cuyo punto más doloroso es el relativo al abandono de las estructuras paralelas financiadas por Belgrado, con la que vive la minoría serbia de Kosovo, en beneficio de una comunidad de municipios serbios, una especie de autonomía que no pronuncia su nombre dentro de las instituciones kosovares.

De este modo [el 3 de noviembre], los serbios, animados por primera vez por Belgrado, participaron en las elecciones municipales en todo Kosovo. A pesar de los incidentes en los colegios electorales del norte de la ciudad dividida de Mitrovica, donde se interrumpió la votación, la UE está dispuesta a considerar que Belgrado está siguiendo las normas del juego. “Está más que claro que Belgrado hace todo lo posible para que estas elecciones estén bien organizadas y que la participación sea sólida”, declaró el ministro sueco de Exteriores, Carl Bildt.

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En Serbia, el deseo de Europa va de la mano de la necesidad de Europa, un deseo que ha conquistado incluso a los antiguos nacionalistas, como el viceprimer ministro Aleksandar Vucic, actual presidente del SNS (Partido Progresista Serbio), de 43 años y también antiguo miembro del Gobierno en la época de Milosevic. “Ahora alrededor del 70% de nuestros militantes son proeuropeos”, constata, mientras que, según su propio testimonio, esta cifra sólo era del 50% cuando su partido llegó a la dirección del Gobierno en junio de 2012, en coalición con los socialistas de Dacic.

Por una conversión del corazón

Queda por saber si esta conversión de mentalidad irá acompañada de una conversión del corazón. La prohibición el mes pasado de la celebración del Orgullo Gay con el pretexto de que podía sufrir el ataque de extremistas demuestra los límites de esta pacificación. “No hay nada solucionado, todo está paralizado. Serbia es como un país que se toma su dosis de tranquilizantes todas las noches”, señala con amargura Radomir Diklic, uno de los fundadores de la agencia de prensa independiente Beta.

[[Hoy Serbia quiere demostrar que tiene algo que ofrecer a Europa]]. Y ese algo es una mano de obra, pero no barata, como la que proponen Bulgaria o Rumanía, sino educada, formada en universidades relativamente bien posicionadas en la lista de Shanghái. No es casualidad que Microsoft haya abierto en la capital serbia un centro de investigación que emplea a 150 jóvenes investigadores, todos con matrícula de honor en matemáticas, ingenieros o doctores en informática. La empresa estadounidense Ball Packaging también acaba de abrir en la ciudad una fábrica automatizada cuya dirección la ocupa un joven ingeniero serbio, para producir latas y enviar millones de bebidas hasta Rusia, que ha firmado acuerdos de libre comercio con Serbia.

Por último, la empresa noruega de telecomunicaciones Telenor también ha optado por invertir masivamente en Belgrado por “su mano de obra altamente cualificada”. “Al Gobierno le gustaría hacer creer que Serbia se ha convertido en un país moderno”, afirma Radomir Diklic. “Pero Belgrado no es Serbia. El resto de la economía está devastada. Cuando cierra una fábrica, los ingenieros también se marchan y luego les siguen los profesores. Y así disminuye la calidad de las escuelas”.

Kosovo

La paz con Belgrado incomoda a la mafia

“La normalización de la situación entre las comunidades serbias de Kosovo y el Gobierno de Pristina molesta ante todo a la mafia”, señala en Praga Lidové noviny, para el que el crimen organizado “ha convertido el norte de Kosovo en un Eldorado sin ley, que se beneficia del contrabando entre Serbia y Kosovo”.
Los traficantes pertenecen al ambiente nacionalista serbio, que rechaza cualquier negociación sobre el estatuto de Kosovo, y explotan que a los bienes importados desde Serbia hacia las regiones serbias de Kosovo no se les aplica el IVA, y que a su vez se revenden a continuación en el mercado kosovar. El diario explica que:

en el norte de Kosovo, el patriotismo se ha convertido, como en el resto de los Balcanes, únicamente en un pretexto para proteger los intereses económicos del crimen organizado.

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