Eslovaquia y República Checa se enfrentan en el Campeonato del Mundo de hockey sobre hielo, en 2012.

Cal y arena para los divorciados de terciopelo

El 17 de julio de 1992, el Parlamento eslovaco proclamaba la soberanía de la república, abriendo así la vía al “divorcio de terciopelo” con la República Checa. 20 años más tarde, los eslovacos han sabido superar sus defectos y adaptarse a Europa. Pero a los checos aún les queda por hacer un examen de conciencia a este respecto.

Publicado en 17 julio 2012 a las 11:29
Eslovaquia y República Checa se enfrentan en el Campeonato del Mundo de hockey sobre hielo, en 2012.

Hace 20 años, tras las elecciones de junio de 1992, se podía leer en letras grandes, en la portada de esta revista [Respekt], publicada en lo que aún era la República Federal Checa y Eslovaca: "Dos civilizaciones". Y el siguiente subtítulo: "Solos en la ruta de Europa o juntos en el camino de los Balcanes". En este caso, cabe recordar a los lectores contemporáneos, sobre todo a los más jóvenes, que con esta otra civilización que atraía a los checos hacia los Balcanes, se hacía referencia a la Eslovaquia que se estaba separando.

Hoy podemos constatar la ironía de la historia, ya que, con su pertenencia a la eurozona, Eslovaquia se encuentra mucho más arraigada en Europa que la República Checa. Pero sí es cierto que el titular de Respekt reflejaba el ambiente que se respiraba en esa época. Muchos eslovacos veían en el aumento del nacionalismo eslovaco las características de una peligrosa balcanización. La opinión pública checa pasó paulatinamente de tener una sensación de arrepentimiento ante la disolución del Estado común, a estar convencida de que esta decisión al final fue un alivio: en nuestro programa de reformas económicas y nuestro camino hacia Occidente, no ibamos a dejar que Eslovaquia nos frenara.

Dos maneras de vivir la separación

Las dos naciones vivieron de un modo muy distinto la separación de Checoslovaquia. Los checos, si dejamos a un lado la pena de haber perdido los Altos Tatras [cadena montañosa situada en la frontera eslovaco-polaca], lo vivieron como un alivio, con la sensación de haberse despojado de una carga; los eslovacos, como un choque comparable a una caída en aguas gélidas en las que corrían el riesgo de ahogarse. Estas dos maneras de vivirlo tuvieron y tienen consecuencias, incluso 20 años después e incluso si desde el exterior, los dos países hoy se parecen como dos gotas de agua, tanto desde el punto de vista de su nivel económico y su estructura interna estatal, como de sus problemas relacionados con la corrupción y la partitocracia.

El primer ministro eslovaco Robert Fico hizo recientemente dos declaraciones muy significativas. Un periodista checo le preguntó qué habría votado hace 20 años si se hubiera organizado un referéndum sobre la división de Checoslovaquia. Respondió diciendo que era tan sólo una pregunta hipotética y que teníamos que mirar hacia el futuro y no hacia el pasado. En otra declaración, al dirigirse a los medios de comunicación eslovacos, afirmó que la Unión Europea constituía "nuestro espacio vital" y que Eslovaquia, como pequeña nación, debía mostrar a las fuerzas dominantes de Europa, es decir, a Alemania y Francia, que "ante la perspectiva de una posible división de la UE [una Europa de dos velocidades], merecemos formar parte del grupo de los Estados fuertes".

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Estas dos declaraciones son un reflejo de las diferentes actitudes que oponen a los dos países. En República Checa, al contrario de lo que se observa en Eslovaquia, donde no se ha olvidado totalmente el enfrentamiento pasional entre partidarios y adversarios de la constitución de un Estado independiente, cualquier responsable político puede afirmar que no estaba a favor de una división de la República Federal (y por lo tanto tampoco a favor de la formación del Estado checo), sin temor a poner en peligro su popularidad y su capital electoral. En cambio, no puede decir sin miedo a sufrir estas consecuencias que desea que la República Checa avance en la dirección de una mayor integración dentro de la UE, con toda la lealtad y la disciplina que ello implica.

El doloroso camino de la introspección

¿Cómo entender esta diferencia de relación con el pasado y el futuro de estas dos sociedades? La explicación clave podría residir precisamente en su evolución tras la división de Checoslovaquia.

Los eslovacos emprendieron el doloroso camino de la introspección. Su dramática lucha interior sobre el carácter del Estado les enseñó una cierta humildad y les hizo comprender que la soberanía nacional en realidad no puede tener sentido si no garantiza las libertades. Desde esta óptica, era necesario renunciar a parte de esta soberanía en beneficio de lo que consideran su "espacio vital", es decir, la Unión Europea.

La historia checa es distinta. Los checos vivieron a lo largo de los años noventa con un sentimiento de seguridad y de continuidad natural, pues consideraban que el Estado checo era la prolongación del Estado checoslovaco y no una realidad (geopolítica) totalmente nueva. Nunca dudaron, ni siquiera un instante, de su pertenencia a Occidente, confirmada por el respecto que éste mostraba al presidente Václav Havel. La sensación de haber logrado una serie de transformaciones económicas relativamente indoloras no les impulsó a realizar un trabajo de introspección, y mucho menos a aprender una lección de humildad. Cuando prestaban atención al drama eslovaco, para ellos tan sólo era la confirmación de que la división de la federación era lo mejor que podía haberles pasado.

Por estos motivos, no contemplaban a la Unión Europea como un "espacio vital", una garantía de seguridad y de soberanía nacional (al igual que los eslovacos), sino más bien como un simple marco económico compatible con sus intereses comerciales.

Librarse de las cargas

Paradójicamente, la situación del año 1992 se repite hoy de otro modo. Los checos entonces presionaron a los eslovacos para que expresaran claramente sus intenciones (...). Hoy se presiona a los checos para que indiquen con claridad sus intenciones, mientras que por un lado rechazan una integración más estrecha con la UE y por otro, no tienen ni idea de cómo podría resolver la crisis de otro modo.

Como es evidente, esto no significa que una parte de la sociedad checa no sea capaz de realizar una autocrítica. Petr Pithart no es el único que reprocha a los checos que hayan preferido a lo largo de la historia librarse de todo lo que consideraban una carga, desde los judíos hasta los eslovacos, pasando por los alemanes, e incluso considerarlo como una victoria. Hoy podríamos casi tener la impresión de que los dirigentes checos consideran a la UE como una carga de la que les convendría librarse. Si esta hipótesis se confirma, demostrará que, al contrario que los eslovacos, la sociedad checa no ha aprendido nada de su historia. Y entonces puede que le espere una lección dolorosa.

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