La semana pasada, Alemania ganó la Segunda Guerra Mundial. Perdón. ¿He dicho algo inadecuado? Claro que no ha sido con armas y que los alemanes de ayer tampoco tienen nada que ver con ello. Somos nosotros, los "buenos" y nuevos alemanes, los que la hemos ganado, a base de miles de millones.
La vieja Unión Europea ya no existe. Esa de la que nos hablaban en el colegio y en las editoriales. La que prometía un capuccino para todos y una vida tranquila en el Mediterráneo para los jubilados alemanes. La que debía integrar a Alemania, o domarla, o lo que fuera, en todo caso por una razón así Helmut Kohl y François Mitterrand se dedicaban todo el tiempo el uno al otro, mientras los demás observaban.
El alemán de hoy es el alemán bueno. En cualquier caso, es lo que me dicen los suizos con los que he podido conversar. Quieren saber qué siente el buen alemán, qué piensa, qué quiere, ese alemán que se encarga de los impagos de los Estados, el griego, el portugués, quizás en breve el italiano. Aunque primero iría Francia, según un artículo de Le Monde. En tales circunstancias, ¿quién se atrevería a hablar del tándem Merkel-Sarkozy?
Europa se ha vuelto dependiente
Alemania ha llegado donde jamás debería haber llegado y los alemanes ni siquiera se han dado cuenta de ello. Es un poco como la guerra de Afganistán: mientras no se ha podido pronunciar la palabra guerra, nadie se imaginaba que lo era. Si todo el mundo habla hoy de cifras, de mecanismos de estabilidad, etc., es simplemente por no mencionar lo que ocurre en realidad: que Europa se ha vuelto dependiente de Alemania y sólo de Alemania.
Wolfgang Schäuble, ministro alemán de Finanzas, concedió una entrevista a la edición británica del Financial Times en la que presenta su proyecto de convergencia fiscal, naturalmente según los criterios alemanes.
Por lo tanto, tenemos a Angela Merkel sola al mando, y una Europa alemana de la que no se sabe nada, sólo que los italianos ya no deben ser italianos. Nadie sabe exactamente qué implica este predominio y mucho menos los alemanes, que no saben quiénes son ni cómo es su alma, ni si tienen una o quieren tenerla. Y por ello, para ayudarnos a encontrar el sentido de la crisis, se acaba de publicar un libro el que se puede leer en letras doradas: "Die deutsche Seele" (El alma alemana). Su objetivo es que aprendamos, de A a la Z, qué es lo que nos convierte en alemanes, desde Abendbrot [cena], Abgrund [abismo] y Arbeitswut [frenesí por el trabajo] hasta Winnetou [personaje de un indio creado por el novelista Karl May], Wurst [salchicha] y Zerrissenheit [discordia].
El mundo es alemán
En cerca de 600 páginas, los autores presentan una obra de reflexión en versión de "libro de salón". La primera impresión es que se trata de un libro complicado y de difícil digestión. Abordan los tópicos conocidos, a veces de mal humor y otros con esmero. Thea Dorn y Richard Wagner, los autores, se quedan anclados en el romanticismo y en raras ocasiones aluden al presente, como si el alma alemana se hubiera perdido en algún lugar de los bosques del siglo XIX. Thea Dorn y Richard Wagner pretenden sentir hoy una "creciente nostalgia por Alemania", tanto entre las víctimas de la ley Hartz IV como entre los alemanes de 68 años convertidos en pequeños burgueses. Según dicen, Alemania se ha "extraviado".
Desde el extranjero, las cosas se ven de un modo muy distinto. "The German Genius" (El genio alemán) es una obra bastante notable y mucho más fácil de digerir, a pesar de sus 1.000 páginas, en la que el autor, el británico Peter Walson, plantea sin mucho esfuerzo su admiración profunda por la cultura alemana. Explica con inteligencia y desenvoltura cómo se ha forjado la época actual sobre el modelo alemán. De repente. La revolución, la desmitificación, el cosmos, el alma, el presente en estado puro: en una palabra, el mundo en el que vivimos es alemán.
¿Constituyen estas obras lo que necesitamos para calmar nuestro triunfalismo cultural en Europa? ¿En el interior, un alma a la que temer y en el exterior, el genio absoluto? Por supuesto que está bien que dejemos de ser un pueblo inquietante, simplón, ingenuo. Pero por otro lado, ¿quiénes somos? Somos tecnócratas que nos paseamos con Goethe bajo el brazo.