Un estudiante en la Universidad de Viena. Foto : Christoph Liebentrit /Flickr

Hacerse adulto, algo complicado...

¿Cómo vivimos la entrada al mercado laboral? La socióloga Cécile Van de Velde ha estudiado el tránsito entre universidad y empleo en cuatro países europeos: España, Francia, el Reino Unido y Dinamarca. En esta entrevista nos cuenta sus principales hallazgos.

Publicado en 30 octubre 2009 a las 17:10
Un estudiante en la Universidad de Viena. Foto : Christoph Liebentrit /Flickr

¿En qué consiste hacerse adulto? ¿Se trata de conseguir un trabajo, de independizarse, de ganarse la vida? Esta es la pregunta que Cécile Van de Velde, profesora de la EHESS (Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales) de París, se ha planteado en una obra titulada Devenir adulte – Sociologie comparée de le jeunesse en Europe (Hacerse adulto – Sociología comparada de la juventud en Europa) (Editorial PUF, 2008). Y es que entre el sur de España y Dinamarca se pueden encontrar un gran número de diferentes “itinerarios de juventud”. De hecho, la propia definición de la palabra “adulto” varía en función del país.

En el curso de sus estudios, ¿ha detectado similitudes en la manera en que los jóvenes europeos afrontan la entrada a la vida adulta?

Sí, existen similitudes entre los jóvenes europeos. Son sobre todo aspiraciones comunes y valores compartidos: la aspiración a la independencia y a la autonomía y el deseo de tener el tiempo necesario para ‘construirse’ y la libertad para encauzar la propia vida. No obstante, mientras que las aspiraciones sí son similares, los destinos de los jóvenes europeos varían mucho en función del país de origen (debido a las diferencias en subvenciones estatales, en el mercado laboral y en la organización de la educación superior). Tras haber realizado este estudio, creo poder afirmar que, en lo que respecta a los ‘itinerarios de juventud’, a la mayoría de los europeos les gustaría ser daneses o escandinavos.

En los cuatro modelos que ha estudiado, la universidad parece ser la piedra angular. Esta omnipresencia contrasta con lo que ocurría en Europa hace unos 50 o 60 años, cuando solo para una minoría la universidad era la puerta de entrada al empleo y la vida adulta. ¿Cuál es su opinión al respecto?

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En relación con las anteriores generaciones, el papel de los estudios ha cambiado claramente. En pocas palabras: ahora se trata de estudiar más para ganar menos. Es cierto que en todos los países europeos la educación superior se ha democratizado durante los últimos cincuenta años. Sin embargo, mientras que para las generaciones precedentes el paso por la universidad era la garantía de la ascensión social y del éxito profesional, hoy en día obtener un diploma ya no es una receta mágica para colocarse, para conseguir un trabajo. A este respecto podríamos hablar de una ‘promesa rota’ de integración para estas generaciones que, tras una gran inversión en educación, se enfrentan ahora al mercado laboral. En este sentido, la movilización de los ‘mileuristas’ en España, un movimiento de jóvenes diplomados que no superan los 1.000 euros de sueldo, es un ejemplo indicativo de la toma de conciencia sobre la pérdida de estatus.

Y en cuanto a las diferencias, ¿cuáles son las características que más distinguen a los cuatro modelos que usted ha estudiado?

Esta pregunta requeriría exponer las distintas dimensiones que entran en juego, a saber: la relación con la familia, la educación, el empleo, el futuro y la madurez. Sin embargo, unas breves nociones pueden servirnos para obtener una idea intuitiva sobre los cuatro modelos. En Dinamarca y en los países escandinavos en general, hacerse adulto significa sobre todo ‘encontrarse’, y esto se realiza por medio de itinerarios de juventud independientes de los padres, largos y exploratorios. En los países con economías más liberales como el Reino Unido, se trata más que nada de responsabilizarse de uno mismo, es decir, de acceder rápidamente y por los propios medios al estatus de adulto. En Francia, al igual que en las demás sociedades corporativistas, la juventud se entiende como una fase de inversión en educación cuyo fin es ‘colocarse’ en una posición socio-profesional protectora. En cuanto a los países mediterráneos, hacerse adulto se vive en ellos generalmente como una larga marcha hacia la consecución de los tres pre-requisitos necesarios para ‘instalarse’: empleo, vivienda y pareja.

Si los europeos tuvieran que buscar inspiración entre estos cuatro modelos, buscar un modelo a imitar, ¿cuál de ellos sería en su opinión el más adecuado? ¿Cuál de ellos es más adecuado para que un joven se realice?

Desgraciadamente la actual crisis económica no facilita la transición de los modelos de juventud hacia el modelo escandinavo. Este modelo se sostiene principalmente en una alta tasa de empleo y en enormes subvenciones estatales a la financiación de los estudios. En cambio, lo que podría ocurrir es que estos modelos a los que me he referido anteriormente sean puestos en cuestión y que todos se impregnen, en distintos grados claro está, de una dimensión mediterránea, acentuando los tiempos de espera y la incertidumbre durante el acceso a la vida adulta.

Matias Garrido

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