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El sueño de una unión forzada

Agrupar a los cinco Estados del Norte de Europa bajo una misma corona simbólica: la idea planteada en el diario Dagens Nyheter, el pasado 27 de octubre, por el historiador sueco Gunnar Wetterberg, se basa en un antiguo proyecto adaptado a la economía moderna. Pero no goza de unanimidad.

Publicado en 2 noviembre 2009 a las 15:58
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Las perspectivas de futuro de una Unión Nórdica serían sin duda brillantes, siempre y cuando se hiciera realidad. Los cinco países nórdicos [Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia] reúnen en total a más de 25 millones de habitantes. En 2006, sus PIB juntos se elevaron a más de 1.200.000 millones de dólares, es decir, 800.000 millones de euros, con lo que el espacio nórdico se convierte en la décima economía mundial, justo detrás de Canadá y España y muy por delante de Brasil y Rusia.

Por lo tanto, ya es hora de que esta unión se haga realidad. La última crisis financiera parece haber reforzado la cooperación política internacional, además de la supervisión. En este contexto, es fundamental participar en las conversaciones internacionales de alto nivel. La Federación Nórdica tendría un lugar reservado en la mayoría de las altas instancias. Todos los países nórdicos tendrían más que ofrecer si su economía se beneficiara del apoyo de sus vecinos. En la actualidad, los países pequeños a veces dependen en gran medida de uno o varios sectores o mercados. Cuando la Unión Soviética se derrumbó, Finlandia afrontó diversas dificultades. Hoy es Suecia y su industria automovilística las que sufren una situación difícil. Mientras cada país esté obligado a arreglárselas solo, pueden surgir nuevos problemas con los que lidiar. En Finlandia, Nokia y la industria forestal son el corazón de la economía. Y Noruega tiene una base industrial frágil. Una unión aportaría estabilidad a este conjunto heterogéneo y brindaría más opciones a los jóvenes nórdicos en su orientación profesional.

Está claro que habrá que esperar varias generaciones para que la cohesión europea sea una realidad. Una Unión Nórdica podría defender con más energía los valores y los intereses del Norte. Los responsables políticos de la región se dedicarán a la UE cuando los puestos clave en la Comisión y en el Parlamento se encuentren a su disposición. ¿Pero cómo conseguirlo?

Una federación con un parlamento

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No sería realista emprender directamente el camino de un Estado unitario y sin duda tampoco sería algo deseable, ya que la particularidad de cada país posee un valor propio. Sería más natural comenzar constituyendo una comunidad integrada por los cinco países. En un primer momento, la Unión Nórdica debe negociarse entre los gobiernos, y todos deberán llegar a un acuerdo o tomar partido en todas las cuestiones. Al final, quizás se llegaría a una federecación dotada de una estructura bicameral, una cámara baja elegida por escrutinio proporcional, con listas transnacionales y un senado, donde el tamaño del país desempeñaría un papel menor a la hora de repartir los escaños.

La comunidad tendría un dirigente común. La reina [danesa] Margarita II parece ser la elección natural en este caso y sería en cada país la segunda soberana, la de la Unión. Y si los demás países no están de acuerdo, el puesto podría ir pasando entre los Estados miembros, como en Malaisia, donde siete sultanes se relevan en el puesto de dirigente de la federación, con la condición de que la administración no cambie al mismo tiempo.

El desafío del idioma

El idioma es una de las condiciones más esenciales de esta Unión, pero también constituye un problema. Una solución podría ser que los alumnos aprendieran un segundo idioma nórdico desde el comienzo de su escolaridad, además de su lengua materna. Normalmente, debería bastar con publicar todos los documentos oficiales en dos idiomas, en finlandés y otra lengua escandinava, aunque el islandés pueda parecer enigmático. Creo que el proyecto es perfectamente viable y que lo es más ahora que la arrogancia sueca ha disminuido en los últimos decenios, además de que es un hecho que la economía noruega es la que registra mejores resultados, que Finlandia es la más avanzada en investigación y modernización y que Dinamarca es la que ha sabido ajustarse con mayor rapidez a los problemas relacionados con las reestructuraciones económicas. Los responsables políticos actuales podrían hacer que resucitara la Unión de Kalmar [unión de los reinos de Suecia, Noruega y Dinamarca de 1397 a 1524]. En el terreno político, la tarea sería inmensa, pero creo que el esfuerzo valdría la pena. Más vale tarde que nunca.

CONTRAPUNTO

El auge de las uniones

Según Hans Mouritzen, politólogo en el Instituto Danés de Estudios Internacionales, la idea de una Unión Nórdica no es realista. Mouritzen cree que las diferencias de opinión entre los estados escandinavos y los bálticos son abismales y que los mayores puntos de división se encuentran en política exterior y en defensa. También existen conflictos de intereses en el ámbito económico, prueba de ello es por ejemplo, la cuestión de las piscifactorías. Mouritzen va incluso más allá al sugerir que, debido al bagaje histórico, los suecos no confían en formar una unión con una monarquía danesa, la misma que reinó en la región hasta la independencia de Suecia en 1523.

La federación o la creación de vínculos más estrechos entre países es una idea que gana adeptos, no sólo en el norte, sino también en el sur del continente europeo. Rzeczpospolita informa que la dudosa “Unión Ibérica” de Portugal y España, según encuestas de opinión, cuenta con el apoyo del 40 por ciento de los portugueses y del 30 por ciento de los españoles. “Gracias a una federación con España podríamos resurgir de las tinieblas, abrirnos a Europa, al Mediterráneo y a Francia”, afirma Joao Guerreiro, politólogo de la Universidad de Lisboa. La nostalgia por la antigua Yugoslavia también parece extenderse por los Balcanes, incluso en Eslovenia, la primera de las ex-repúblicas que se unió a la UE, a la OTAN y adoptó el euro. En la República Checa y en Eslovaquia, separadas desde 1993, persisten los mismos sentimientos. “La mayoría de checos y eslovacos habrían apoyado una federación, pero los políticos decidieron lo contrario”, observa Matusz Kostolny, editor jefe del diario SME.

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