Plaza Vörösmarty, en Budapest, enero de 2012.

A la quiebra por la revolución Orbán

El primer ministro húngaro, que dirige un país endeudado, bajo la presión del FMI y amenazado por la UE de emprender procesos sancionadores, se enfrenta ahora a una oposición que se está organizando. Porque los húngaros, cada vez más empobrecidos, ya no creen en sus fórmulas nacionalistas.

Publicado en 20 enero 2012 a las 10:55
Plaza Vörösmarty, en Budapest, enero de 2012.

El tren rechina al atravesar un túnel y se detiene en una estación de metro decorada con azulejos que datan de 1896. La línea 1 de Budapest es la línea subterránea más antigua del mundo después de las del metro de Londres. En la superficie, a la que se llega subiendo unos pocos escalones, un hombre se encuentra sentado en una sala vacía, en el interior de una de esas casas burguesas típicas del siglo XIX.

Se llama Péter Kónya y tiene 42 años. Desde hace unos meses, su nombre suscita respeto y una creciente esperanza en Hungría. Todo el mundo es consciente de que el país está al borde del abismo. Tras varios años viviendo de créditos y sin reformas y después de un año y medio de Gobierno autoritario de Viktor Orbán, Hungría vive bajo la amenaza de la bancarrota y del caos político.

El personaje de Kónya no parece tener nada que ver con este barrio de la antigua burguesía húngara. Es el líder de un nuevo movimiento, Solidaridad, que defiende los intereses de la población empobrecida. "Los sindicatos nos han prestado este espacio", explica su intérprete y colaborador János Boris, de 68 años. "Nosotros no tenemos nada propio, excepto nuestra energía y entusiasmo por defender la causa".

Con su acción, esta "causa" ha crecido a una velocidad imparable. A principios de enero, organizaron la mayor manifestación jamás celebrada en Budapest desde 1989. Según unas estimaciones prudentes, se congregaron al menos 50.000 personas. "Lo que marcó la diferencia es que invitamos a los partidos democráticos de la oposición", resalta Boris, que junto a otros militantes intenta reunir un creciente impulso de resistencia contra el Gobierno de Viktor Orbán, asociando los distintos movimientos bajo una misma etiqueta común: EMD (Un millón para la democracia).

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"Hemos tomado como ejemplo el modelo polaco"

Solidaridad no es un movimiento cívico normal. "Es cierto, hemos tomado como ejemplo el modelo polaco", comenta Kónya. Todo comenzó cuando el Gobierno de Orbán empezó a recortar los sueldos de los profesores, de los militares, de los bomberos y de los policías. "Creamos Solidaridad como movimiento político en septiembre. Los sindicatos nos apoyan, aunque no se han unido a nosotros, porque desean mantenerse apolíticos".

Este hombre, discreto y taciturno, cuya autoridad y popularidad han crecido rápidamente, era hasta hace poco comandante del ejército húngaro y presidente del sindicato militar. No esperó a que le cesaran sus superiores. Hace poco presentó su dimisión y asumió la dirección del movimiento. Es cierto que el movimiento se nutre de la arrogancia autoritaria del Gobierno de Orbán. Kónya admite que si la situación económica no fuera tan desesperada, "la resistencia no sería tan fuerte".

Viktor Orbán y su partido, el Fidesz, que tomó las riendas del Parlamento gracias a una aplastante victoria electoral en abril de 2010, poco a poco se han hecho con el control total de las instituciones democráticas y han hecho que se apruebe una serie de leyes cuyo objetivo es mantenerles en el poder en los próximos decenios.

Bruselas, asustada por las decisiones económicas de Orbán

Hace ya tiempo que a Bruselas le preocupa la tendencia cada vez más autoritaria del régimen de un país miembro de la Unión Europea. Pero lo que realmente ha asustado a la UE han sido las decisiones de Orbán en materia económica.

Para reducir la colosal deuda del Estado que dejaron los Gobiernos de izquierda y que asciende a cerca del 80 % del PIB y para cumplir su promesa de reducir el déficit público anual, Orbán nacionalizó los fondos de pensiones privados. Después impuso un drástico régimen fiscal a los bancos y a las grandes empresas que pertenecen a grupos extranjeros.

Pero 20 meses más tarde, cabe señalar que el endeudamiento estatal es aún mayor que cuando Orbán llegó al poder. El florín se ha depreciado un 20 %, lo que se traduce en un espectacular repunte del volumen de la deuda pública. Por ello, Orbán se vio obligado a solicitar ayuda al FMI y a la UE, algo que había rechazado tajantemente en verano de 2010.

El FMI impuso como condición para concederle la ayuda la derogación de la ley constitucional gracias a la cual Orbán se hizo con el control del Banco Central. Por su parte, la UE, se prepara para emprender un proceso contra Hungría ante el Tribunal de Justicia de la UE y no descarta ni la posibilidad de la congelación de las subvenciones procedentes de los fondos europeos ni la de la suspensión del derecho de voto de Hungría dentro de la UE.

Los húngaros, espectadores estupefactos

Los húngaros asisten a todos estos acontecimientos como espectadores estupefactos, como víctimas aterradas por la evolución de una situación que les resulta incomprensible. Eligieron a Orbán porque les prometió que iba a mejorar su existencia. Pero un año y medio después, sus condiciones de vida han empeorado. Al temer la depreciación del florín, depositan sus euros en bancos de Austria y Eslovaquia, lo que sangra aún más a la economía húngara.

A los visitantes de Budapest procedentes de un país vecino de Europa Central les sorprende la cantidad de personas de edad avanzada, tanto hombres como mujeres, que, envueltos en viejos abrigos, parecen errar sin rumbo por la ciudad. Según las estadísticas, el 30 % de los húngaros vive actualmente por debajo del umbral de la pobreza.

La ciudad, cuya riqueza y renombre alcanzaron su apogeo en el siglo XIX, trata de mantener su carácter majestuoso, pero algunas calles del centro se hunden bajo bolsas de basura y mientras se cae a pedazos el enlucido de las casas burguesas y señoriales. Al que no quiera ver esta decadencia, una serie de carteles colgados de las farolas de la principal revista económica del país, HVG, se empeña en recordárselo. Sobre una portada negra, destaca una sola palabra: Vége (fin).

De momento, sólo está clara una cosa: Viktor Orbán sigue aferrándose con firmeza a las riendas del poder, aunque no sea quizás por mucho tiempo. Si cede ante la presión internacional, se debilitará su propia posición de jefe indiscutible de la nación, a la que tanto aprecia. Si no cede, llevará a Hungría a la quiebra y la aceleración de los sucesos que galopan a su propio ritmo le arrebatará las riendas del poder. Intenta mantener el máximo tiempo posible esa extraña calma antes de la tormenta.

Las cadenas de televisión, en su mayoría propiedad del Gobierno, no dijeron ni una sola palabra de esa manifestación histórica. El único rastro visible es una gran inscripción pintada con un aerosol de pintura negra sobre la acera, al pie del edificio de la Ópera. En ella se lee: "Elég !" , que se podría traducir por "¡Basta ya!".

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