Diez ideas para salir de lo absurdo

Es incomprensible, pero ha pasado a ser algo habitual: hace años que se desvalija a la colectividad y se arruina la democracia, tal y como denuncia Ingo Schulze. El escritor alemán comparte sus ideas para recuperar el sentido común.

Publicado en 27 enero 2012 a las 13:43

Hace algo así como tres años que no escribo ningún artículo, por el simple motivo de que ya no sabía qué escribir. Todo salta a la vista: la abolición de la democracia, la creciente polarización económica y social entre pobres y ricos, la ruina del Estado social, la privatización y, de paso, la comercialización de todos los ámbitos de la vida, y así sucesivamente.

Cuando, día tras día, vemos el sinsentido como algo natural, es normal que, tarde o temprano, acabemos sintiéndonos enfermos y marginados. A continuación, resumo algunas consideraciones que me parecen importantes:

1. Hablar de ataque a la democracia es un eufemismo. Una situación en la que se permite con toda legalidad que la minoría de una minoría perjudique gravemente al interés general en nombre del enriquecimiento personal es posdemocrática. La culpable no es otra que la misma colectividad, incapaz de elegir a representantes aptos para defender sus intereses.

2. Todos los días se insiste en que los Gobiernos deben "recuperar la confianza de los mercados". Por "mercados", entendemos principalmente las bolsas y los mercados financieros, es decir, esos actores de las finanzas que especulan por cuenta ajena o por su propio interés, con el fin de sacar el máximo partido. Son los mismos que han usurpado a la colectividad cantidades asombrosas. ¿Y los representantes supremos del pueblo deberían luchar por volver a recuperar su confianza?

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3. Nos indignamos, y con razón, ante el concepto de Vladimir Putin de una democracia "dirigida". Pero ¿por qué no se instó a Angela Merkel a que dimitiera cuando hablaba de "democracia conforme a los mercados"?

4. Aprovechando el hundimiento del bloque del Este, ciertas ideologías se transformaron en hegemonías y su influencia fue tal que parecía algo natural. La privatización, considerada un fenómeno positivo en todos los sentidos, es un ejemplo de ello. Todo lo que permanecía en manos de la colectividad se consideraba ineficaz y contrario a los intereses del cliente. De este modo, vimos cómo surgía un clima que, tarde o temprano, acabaría privando a la colectividad de su poder.

5. Otra ideología que ha conocido un éxito rotundo: el crecimiento. "Sin crecimiento, no hay nada", declaró un día la canciller, hace ya unos años [en 2004]. No podemos hablar de la crisis del euro sin citar estas dos ideologías.

6. El idioma que utilizan los responsables políticos que supuestamente nos representan está totalmente desfasado con respecto a la realidad (ya viví una situación similar en la RDA). Es el idioma de las certezas, que ya no se contrasta con la vida real. Hoy la política no es otra cosa que un vehículo, un fuelle cuya razón de ser es atizar el crecimiento. El ciudadano se ve reducido a su función de consumidor. Ahora bien, el crecimiento no significa nada en sí mismo. El ideal de la sociedad sería un play-boy que consume el máximo de cosas en el mínimo de tiempo. Una guerra desencadenaría un despegue del crecimiento.

7. Las preguntas sencillas, como "¿Para qué sirve esto?", "¿A quién beneficia?" hoy no se consideran convenientes. ¿No estamos todos en el mismo barco? El que dude es un apóstol de la lucha de clases. La polarización social y económica de la sociedad es fruto de una serie de encantamientos según los cuales todos tenemos los mismos intereses. Basta con darse una vuelta por Berlín. En los mejores barrios, por lo general, los pocos edificios que no se han renovado son los colegios, las guarderías, los asilos, las piscinas o los hospitales. En los barrios considerados "problemáticos", los edificios públicos no renovados no se notan tanto. El nivel de pobreza se determina por los huecos en la dentadura de las personas con las que uno se cruza. Hoy, escuchamos a menudo el discurso demagógico que afirma que todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que nos hemos dejado llevar por la codicia.

8. Nuestros representantes electos han empujado y siguen empujando sistemáticamente a la colectividad contra la pared al privarla de sus ingresos. El Gobierno de Schröder redujo el tipo impositivo máximo alemán del 53 al 42% y el impuesto de sociedades casi se redujo a la mitad entre 1997 y 2009 para fijarse en el 29,4 %. Por lo tanto, nadie debería sorprenderse al escuchar que las cajas están vacías, aunque el producto interior bruto aumente año tras año.

9. Les voy a contar una historia: lo que antiguamente nos vendieron como una profunda divergencia entre la Alemania del Este y del Oeste hoy se nos presenta como una disparidad radical entre los países. El pasado mes de marzo, estaba presentando en Oporto, Portugal, la traducción de uno de mis libros. En un instante, una pregunta procedente del público cambió radicalmente el ambiente, hasta entonces cordial e interesante. De repente, sólo éramos alemanes y portugueses, sentados cara a cara, en actitud hostil. La pregunta era desagradable: ¿no teníamos nosotros la impresión, es decir, no tenía yo, el alemán, la impresión de hacer con el euro lo que no logramos hacer antiguamente con nuestros tanques? En el público, nadie replicó ante la pregunta. Y yo reaccioné instintivamente, como era de esperar, es decir, como alemán: molesto. Respondí que nadie estaba obligado a comprar un Mercedes y que los portugueses debían estar contentos de obtener créditos a intereses más competitivos que en el sector privado. Al pronunciar estas palabras, oía la voz de los medios de comunicación alemanes que evocan los excesos cometidos por los países denominados PIGS y me rechinaron los dientes.

Durante el bullicio que desencadenó mi declaración, al final entré en razón. Y como tenía el micrófono en la mano, balbuceé en mi imperfecto inglés que había reaccionado de forma tan estúpida como ellos y que todos habíamos caído en el mismo error al tomar partido de forma instintiva por nuestros colores nacionales, como en el fútbol. Como si el problema estuviera en los alemanes y los portugueses y no en las disparidades entre pobres y ricos, y por lo tanto en aquellos que, tanto en Portugal como en Alemania, se encuentran en el origen de esta situación y sacan partido de ella.

10. Estaríamos en democracia si la política, mediante los impuestos, el derecho y los controles, interviniera en la estructura económica existente y obligara a los actores de los mercados a seguir una cierta vía compatible con los intereses de la colectividad. Las preguntas que hay que plantearse son sencillas: ¿Para qué sirve esto? ¿A quién beneficia? ¿Es positivo para la colectividad? Lo que al fin y al cabo acaba planteando la siguiente pregunta: ¿Qué sociedad queremos? Para mí esto sería la democracia.

Y aquí me detengo. Podría hablar de otras cosas, de este profesor que confesaba reconciliarse con la visión del mundo que tenía con 15 años, de un estudio de la Escuela Politécnica Federal de Zúrich, cuyo objeto es la interrelación de las empresas hasta llegar a la cifra de 147: 147 grupos que se reparten el mundo y de los cuales, los 50 más poderosos son bancos y aseguradoras. Les diría también que conviene reconciliarse con el sentido común y encontrar a personas que compartan el mismo punto de vista que ustedes, porque una persona sola no puede hablar un idioma. Y les diría que he vuelto a tener ganas de abrir la boca y no callarme.

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