Una maleta gigante en pleno centro de Bucarest anuncia la apertura de la primera tienda Louis Vuitton en Rumanía. (AFP)

Cuesta pasar la página

Los rumanos eligen el 6 de diciembre a su presidente, tras una campaña dominada por la cuestión de la corrupción y por la herencia del comunismo. Pero según la escritora Julia Kristeva todavía queda la cultura, que preserva el lugar de su país en Europa.

Publicado en 4 diciembre 2009 a las 16:42
Una maleta gigante en pleno centro de Bucarest anuncia la apertura de la primera tienda Louis Vuitton en Rumanía. (AFP)

Hace veinte años, justo antes de la caída del Muro de Berlín, mi padre fue asesinado en un hospital búlgaro que practicaba experimentos con las personas mayores. El luto me inspiró un género: la novela negra metafísica Le Vieil homme et les Loups (Fayard, 1990), donde el viejo es asesinado porque ve a las personas que le rodean convertirse en lobos. Y también un texto, “Bulgarie ma souffrance”, una reflexión sobre la tradición cultural, en especial la religión, que duerme bajo esta extraña “deterioración de la integridad política” que diagnostica hoy la ONG Transparency International… en Rumanía y Bulgaria. La actualidad política me obliga a volver a ello, en medio de esta profunda crisis económica, social y política. Aunque me centraré en la situación de Rumanía, tendré en cuenta la evolución paralela de estos países vecinos; ambos plantean una pregunta que muchos prefieren ignorar: ¿somos la periferia o el centro de Europa?

La transición desde el comunismo tuvo lugar en la UE sin que se produjera una sustitución ni una verdadera renovación del antiguo aparato del Estado. Los medios de comunicación locales rivalizan en su análisis de la génesis del fenómeno que ha convertido a Rumanía y Bulgaria en los países más corruptos de la UE. A la “alta corrupción” de los dirigentes, que convierte a los viejos mandos comunistas en una oligarquía neocapitalista, se suma la “corrupción cotidiana”: las “relaciones personales”, la marea de dinero negro, las estrategias para escamotear y desviar dinero público, etc.

El GRECO (Grupo de Estados contra la Corrupción), vinculado al Consejo de Europa, lleva desde 2002 dando la voz de alarma, pero el OLAF, el órgano de lucha anti-fraude de la UE, no dispone ni de los medios ni de las competencias suficientes para tratar los diversos casos de corrupción en el seno de los Estados miembros. La propia Europa se desacredita con la ineficacia de estos mecanismos de cooperación y de verificación. Bruselas recortó 220 millones de euros de las subvenciones destinadas a los proyectos agrícolas y a las infraestructuras de transporte búlgaras, y ha congelado 600 millones en espera de medidas gubernamentales contra la corrupción. Rumanía puede sacudirse las críticas de la UE, pero no las sanciones. Tras el miedo, la cobardía y el compromiso sórdido bajo el comunismo de los esposos Ceaucescu, la corrupción dirige hoy su cortejo de escándalos tragicómicos en el paisaje de una compleja transición donde el nacionalismo, la xenofobia y el populismo alientan tanto el despertar sindical como la miseria campesina y la inevitable “cuestión gitana.”

Los gitanos… ¿Un poco ladrones, un poco gamberros? ¿O más bien los ciudadanos europeos por excelencia en razón de su movilidad, de su capacidad para circular, que no sólo deberíamos proteger en nombre de los derechos humanos sino también llevar a la escena política? Bonita paradoja: ¿es el gitano un rumano? ¿Es el paradigma del europeo? ¿O tal vez el Hombre Universal? Pero entonces, ¿dónde se encuentra esta pobre Rumanía, en la periferia o en el centro de Europa? “Hay que gobernar con la metralleta, ” repite Corneliu Vadim Tudor, ex “poeta de la corte” de los esposos Ceaucescu, más tarde “iluminado por Dios para salvar la nación”, y que, junto con el búlgaro Volen Siderov, representa al principal contingente del grupo europeo “Identidad, tradición, soberanía”: justo por detrás del Frente Nacional francés. Mezcla de rojo y negro, matrimonio del ultranacionalismo de extrema derecha y la nostalgia comunista de un Estado protector, combaten tanto los “medios politizados” como las “minorías privilegiadas (los húngaros en Rumanía, los turcos en Bulgaria).

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”Democracia kafkiana”, ”extraña combinación de lo burlesco y lo bizantino”: no le falta razón a Norman Manea, escritor judeo-rumano instalado en Nueva York. Con la urgencia de buscar remedios jurídicos y sociales, nos olvidamos de sus orígenes culturales. Así, mientras la diversidad cultural europea se entrelaza a través de una transvaloración de las tradiciones religiosas, mi examen se da de bruces en este punto con un actor cuya importancia sigue subestimando la Europa secularizada: la Iglesia ortododoxa. Aliada al Estado que paga a los clérigos y a una clase política complaciente con ella porque seduce a la población, la Iglesia afirma haber colaborado con la Securitate [la policía secreta comunista] e insiste en asociarse con la acción del Estado. ¡Qué lejos estamos de una vida espiritual orientada a la toma de conciencia ciudadana y a la integridad pública!

¿Existe realmente la Cultura europea? Mi respuesta es “sí”. En la medida en que ha demostrado ser capaz de regresar a sí misma, de corregir sus pasos en falso y sus horrores, la cultura europea es portadora de esa identidad polifónica, evolutiva e innovadora que es el único antídoto contra la automatización de la especie. Desde el Atlántico hasta el Mar Negro, desde Ovidio hasta Ceaucescu, desde la Securitate hasta el premio Nobel de Herta Müller.

Elecciones presidenciales

Elegir entre el futuro y el pasado

Los rumanos acudirán a las urnas el próximo domingo 6 de diciembre para la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, en las que se enfrentan el presidente saliente, Traian Băsescu (del Partido Liberal Demócrata) y el socialdemócrata Mircea Geoană. “Cada vez que hay elecciones y nos toca decidir nuestro futuro, lo hacemos esperando que sea nuestra última batalla”, escribe Mircea Cărtărescu en Evenimentul Zilei. “Desgraciadamente, el pasado siempre vuelve para tomarse la revancha. Es una maldición que padece la sociedad rumana, en la que todavía se aprecian las cicatrices dejadas por tantos años de totalitarismo.”

“¿Qué es lo que queremos?” Pregunta la escritora a los lectores. “El futuro con Băsescu o el pasado con Geoană”. Conviene señalar que el presidente honorífico del partido de Geoană es Ion Iliescu, que fue primer secretario del Partido Comunista de Ceausescu. “La llegada al poder de Traian Băsescu en 2004 dio pie al desarrollo de tres acciones: la reforma de la Justicia, la desclasificación de archivos de la Securitate y la condena del comunismo. El efecto sobre la clase político económica, compuesta de hombres de negocio corruptos y de miembros de la nomenclatura, fue devastador”. La escritora nos advierte de que si Geoană sale elegido en los comicios del 6 de diciembre, “el país volverá al pasado y acabará pareciendo un estado suramericano, las instituciones quedarán a merced de los intereses financieros de un grupo político-económico-mediático” y concluye diciendo que “esa no es la Rumanía que quiero”.

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