"Estoy en el hemiciclo del Parlamento de Estrasburgo. Ya no puedo más. Creo que vamos a tener un drama antes de que termine mi mandato", se quejaba hace algunas semanas mientras hablaba por teléfono con una amiga Rachida Dati, la ex primadonna del gobierno de Nicolas Sarkozy y ex ministra de Justicia, caída en desgracia y enviada a ocupar un escaño en el Parlamento Europeo. Es una pena que aún llevara puesto en la solapa de la chaqueta el micrófono de la cadena de televisión M6, que transmitió íntegramente la conversación telefónica. Durante las sesiones plenarias, al mediodía, milagrosamente la sala se llena y durante varias horas seguidas, los diputados votan como máquinas decenas e incluso centenares de enmiendas cuyo contenido en muchas ocasiones ignoran. Con la mano sobre el teclado del voto electrónico, fijan la mirada en los jefes del grupo, sentados algunos escaños más abajo y que les dan indicaciones: el pulgar hacia arriba, significa a favor, hacia abajo, en contra. Cuidado de no equivocarse o peor aún, de hacer que un voto sea nulo. Todo esto por una sencilla razón y que Rachida Dati explicaba a su amiga: las actas de las sesiones son públicas. En función de estas listas se realizan los informes de asistencia al Parlamento que, al final de cada legislatura, sirven para elaborar las clasificaciones de los diputados más aplicados y los que más escurren el bulto.
"Puedo comprender en parte que mi compañera esté harta", explica Mario Mauro, que ocupa un escaño desde hace diez años en el Parlamento Europeo en las filas del partido del Silvio Berlusconi: "La vida política es 50% acción y 50% comunicación. El trabajo que se realiza aquí es bastante oscuro, sin contar que los lugares pueden parecer frustrantes sobre todo si se tienen ganas de vida mundana: ni en Estrasburgo ni en Bruselas se puede encontrar la 'movida' que anima la vida política de Roma o de París". Y sin embargo, sobre el papel, el Parlamento Europeo cuenta actualmente con mayores poderes que los de cualquier Parlamento nacional, entre otras cosas gracias al Tratado de Lisboa, que ha ampliado sus competencias legislativas. "Cuando se vota una ley sobre energía eléctrica o sobre transportes y sabemos que va a cambiar la vida de cientos de millones de personas en toda la Unión, no podemos decir que estamos aquí para aburrirnos", recuerda Monica Frassoni, diputada de los Verdes italianos. "Pero es cierto que algunos votos interminables sobre enmiendas técnicas de las que a veces no conocemos nada son de un aburrimiento mortal, como algunas reuniones en las que decenas de compañeros hablan en decenas de idiomas diferentes sin decir nada interesante, durante horas y horas", añade.
Una interminable sucesión de consultas
La jornada de un eurodiputado comienza temprano. Tanto en Bruselas como en Estrasburgo, las primeras reuniones se convocan entre las ocho y las ocho y media de la mañana. Hay sesiones de las comisiones, una veintena en total, y cada diputado por lo general es titular en una comisión y suplente en otra. Luego están las reuniones de los grupos políticos, seguidas de encuentros de "representación" (las más aburridas, según Monica Frassoni) con los diplomáticos, para los que se ocupan de política exterior o de las ayudas al desarrollo, así como con los numerosos integrantes de los grupos de presión, que siguen las causas por las que se interesa el diputado. Y también las reuniones "intergrupales", con compañeros de los demás partidos interesados en las mismas temáticas. Por no hablar del estudio de los documentos, de la preparación de las enmiendas, de las conversaciones con los funcionarios. Y la interminable sucesión de consultas con unos diputados y otros para asegurar su apoyo en una u otra modificación de un texto. Apenas queda tiempo para almorzar: un sándwich o el plato del día en la cafetería del Parlamento, si es que no hay que asistir a un almuerzo de representación en el restaurante de los diputados. La cena, con su cocina alsaciana, es en cambio el momento más ansiado de las sesiones de Estrasburgo. Allí es donde a menudo se logran los mejores acuerdos políticos y a veces se entablan relaciones más o menos efímeras.
Ningún diputado se queda los fines de semana, pues lo dedican de pleno a las relaciones con su circunscripción, a veces a miles de kilómetros. Cualquier diputado que quiera volver a ser elegido, debe dedicar tiempo y energía a su circunscripción. "Aparte de los votos, los peores momentos de aburrimiento son las idas y venidas", explica Gianni Pittella, jefe de la delegación del Partido Demócrata italiano. "A veces tengo la sensación de que los desplazamientos devoran la mayor parte de mi tiempo". Pero el aburrimiento, según constatan muchos parlamentarios, es también y sobre todo una consecuencia del adormecimiento progresivo de los políticos europeos. Por ejemplo, en el momento del debate sobre la Constitución, nadie se aburría. Ahora, la Comisión Barroso y una serie de gobiernos preocupados ante todo por mantener el status quo, se han dedicado a frenar cualquier impulso de innovación por parte de los políticos europeos. "El rechazo de la Constitución Europea y las peripecias del Tratado de Lisboa han servido de constatación para los que afirman que Europa no debe molestar, que Bruselas, Estrasburgo y las instituciones de la Unión deben mantener un perfil lo más bajo posible para no encender la ira de los electores", explica un diplomático que conoce bien el medio. "La Europa de la renovación, del cambio, de la esperanza, se ha convertido en la Europa de la rutina, de la resignación, de la prudencia e incluso del miedo. El poder, bien entendido, sigue estando sólidamente aquí. Pero es un poder sin visión. Un poder aburrido".