La Unión Europea sufre un gran déficit de imagen. Su progreso y sus resultados son incuestionables: el año 2009 marcará un hito. Sin embargo, la confederación recibe muy poco reconocimiento por parte de sus ciudadanos, y mucha menos simpatía. ¿A qué se debe esto? La principal razón de este escándalo reside, sin duda, en la imagen alegórica que nuestro continente se complace en dar de sí misma desde sus comienzos. Nada ha causado más daño a la cota de popularidad de la UE que su identificación cultural —profundamente arraigada en las mentes y alentada constantemente por las políticas—con una joven virgen casquivana cuyos múltiples encantos hechizarían incluso a los dioses más poderosos. A esa fantasía mítica (masculina) es a lo que se debe aún hoy el desfase forzosamente decepcionante entre nuestros deseos y la experiencia del día a día. En el "mundo real", Europa vio la luz en 1957 con el Tratado de Romay, por lo tanto, ya presume de 52 primaveras. Y no es una edad fácil para una mujer. Segura de sí misma, culta, de aspecto cuidado, habla con soltura varios idiomas, no fumadora, económicamente independiente, inteligente, abierta a los demás, lleva una vida sana, le encantan los viajes, domina la ironía y aprecia la belleza. Pero dejemos los anuncios por palabras y vayamos al grano: 52 años.
A los 52 años las mujeres no tienen ninguna oportunidad de participar en un casting. Y si este diagnóstico les parece cínico, me gustaría añadir que estos criterios de selección no son sólo los que tienen los hombres para alimentar sus fantasías, sino que son los mismos de los redactores jefe en el momento de concebir sus revistas y, sobre todo, los suyos, querido público, en el momento de elegir en un quiosco. Esta insatisfacción probablemente se deba a la situación existencial de la mujer de más de 50 años. ¿Con qué puede soñar todavía? Los hijos se han ido de casa, la relación con su pareja se caracteriza, en el mejor de los casos, por una indiferencia tranquila, los encantos antaño excitantes de la Unión saben ahora a rancio y se han convertido en algo insípido. Se ha abandonado un poco. En el ámbito profesional, los grandes momentos también pertenecen desde hace tiempo al pasado. En la actualidad es la tía rica, la que les cuela de vez en cuando un billete de 20 euros en el bolsillo a los benjamines de la familia, lo cual resume las expectativas de la mayoría de los europeos hacia ella. Ella misma tiene su parte de responsabilidad. Pragmática y realista, con su vestido color azul intenso pasado de moda, planta cara, orgullosa, añadiendo que sólo desea lo mejor para nosotros, como una mezcla de la señorita Prysselius (la maestra moralista de Pipi Calzaslargas) y de Angela Merkel.
Naturalmente, esta imagen es totalmente injusta, sobre todo si tenemos en cuenta el papel fundamental que desempeñan las mujeres de más de 50 años en nuestra sociedad. Esto nos remite eternamente a la imagen mitológica de Europa: Zeus, el dios de dioses, rebosante de vitalidad, esposo de Hera (el arquetipo de mujer de más de 50 años), persigue, a lo Berlusconi, a una joven provinciana poco arisca y la hace suya, le da tres hijos y después la ofrece a un rey sin descendencia para que la convierta en su esposa. Europa lo asume sin rechistar y gozará en lo sucesivo de una existencia apacible y sin relieve dentro de sus fronteras. ¿Y entonces? ¿No sería esta una perspectiva atractiva para el futuro de nuestra Unión Europea: una convivencia pacífica, sin sed de aventuras y expansionismo; hacer historia dejándose de historias? Sí, la idea es atractiva. Pero para apreciar en su plenitud a una Europa que ha llegado a la mediana edad, nuestros conciudadanos deberán hacer un esfuerzo sustancial para aprender a amar lo cotidiano, a menudo sin relieve. Pero, como todos sabemos, ese es el mayor de todos los desafíos.