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La ciudad del futuro como la había imaginado el realizador alemán Fritz Lang en "Metropolis" (1927)

Europa...en 2034

Si las predicciones del ensayista sueco Kjell Albin Abrahamsson son acertadas, dentro de 25 años la Unión estará compuesta por todos los países europeos – menos Turquía –, tendrá una política energética común y hablará por fin con una voz única, asumiendo así el liderazgo en la diplomacia internacional.

Publicado en 1 enero 2010 a las 18:04
La ciudad del futuro como la había imaginado el realizador alemán Fritz Lang en "Metropolis" (1927)

Resulta curioso pensar que hace 25 años la Unión Europea tan sólo contaba con 27 Estados miembros. Hoy, un cuarto de siglo después, todos los países de Europa pertenecen a la UE. El penúltimo reducto de la resistencia ha sido, donde los hermanos Lukashenko fueron destituidos por un levantamiento popular. El último país del continente en integrar la Unión ha sido Suiza, una inviolable cámara blindada que esperó hasta 2030 para entrar a formar parte de la poderosa UE. Ese mismo año, Suecia pasó a ser miembro en toda regla de la OTAN. La asociación de corresponsales de prensa internacional en Bruselas ha otorgado a Suiza el premio "Václav Klaus", así llamado en memoria del jefe de Estado checo que fue conocido en tiempos por sus posturas contestatarias.

En el año de gracia 2034, todavía no se ha dirimido el asunto del acceso de Turquía, pese a que el país cumple todos los requisitos formales. Su exclusión sólo se debe a la oposición de Alemania, Reino Unido y Francia. Turquía mantiene una estrecha colaboración con la Unión Europea y es beneficiaria de pleno derecho de sus fondos estructurales entre otras cosas, pero oficialmente no forma parte de ella. El jefe del Gobierno turco lo resumía hace poco con las siguientes palabras: "Podemos comer de todos los platos del menú europeo, pero nos libramos de las burocráticas y nauseabundas coles de Bruselas". Con un Estado laico, una economía de mercado boyante y una dinámica democracia, Turquía se ha convertido en un modelo para sus vecinos musulmanes. Desde hace diez años, supera en población a Alemania, hecho que viene a sumarse al sempiterno problema chipriota y es el motivo subyacente de la peculiar situación de Turquía, una forastera en el seno de la UE.

El final de una Unión etnocéntrica

Basta con echar un rápido vistazo atrás para darse cuenta de que cada ampliación comunitaria se ha visto acompañada de desafíos cada vez más complejos. El año 1995 está teñido de cierta nostalgia por la naturalidad con que la familia europea aumentó entonces cuando integró a los países ricos, neutrales y abiertos al consenso que eran Finlandia, Austria y Suecia. En cambio, la ampliación de 2004 y la incorporación de ocho países pertenecientes al antiguo bloque soviético centroeuropeo, además de dos islas mediterráneas, fue un reto económico y psicológico para una Unión "etnocéntrica" cuyos pilares estaban en Occidente. La experiencia comunista y la economía planificada marcan aún la actitud que tienen los países de la antigua Europa del Este ante la UE. Les inspiran manifiesto temor las injerencias gubernamentales y el control pormenorizado. Los que más se han opuesto a que la Unión se convirtiera en un "superestado" han sido precisamente esos países. A ellos han venido a añadirse Bulgaria y Rumanía, cuyo acceso ha tenido un precio muy alto. La integración de las antiguas repúblicas yugoslavas, empezando por Croacia y siguiendo por las demás, incluida Albania, ha resultado cara, pero goza de un gran respaldo popular. Un compañero de profesión describiría el resultado como "una Yugoslavia resucitada, pero en una versión más grande, democrática y en paz".

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Una diplomacia internacional

Pese a las previsiones de los más agoreros, se han producido avances notables en el ámbito climático y ambiental, si bien éstos se han alternado con numerosos reveses. En el plazo de veinte años, han tenido lugar no menos de cuatro cumbres de Copenhague. El mayor logro ha sido la creación de una autoridad común en materia de energía, que ha reconducido el mal rumbo que estaban tomando las políticas energéticas nacionales. Dentro de poco hará 25 años que la Unión cuenta con un presidente, figura que hoy en día damos por hecho, pero sobre la que todavía existe un enardecido debate: ¿ha de ser el presidente un hábil negociador o un líder carismático? Las grandes potencias europeas se inclinan por los líderes brillantes, o incluso pintorescos, siempre que sean paisanos. En cambio a los pequeños parece que les gustan más los administradores. Europa ha adquirido gran importancia en política extranjera a lo largo del último cuarto de siglo. Ya por los setenta, el asistente especial para asuntos exteriores estadounidense, Henry Kissinger, lamentaba que Europa no tuviera un teléfono y careciera por tanto de influencia. Desde que se ha hecho con un número, la UE se ha situado al frente de la diplomacia internacional, como ha demostrado de manera enérgica al atajar los múltiples conflictos que aquejaban al África Oriental. Parece ya trasnochada la afirmación de Olof Palme sobre lo inconcebible de que Suecia accediera a la CEE ante la ausencia de una política extranjera coordinada.

DOS ESCENARIOS POSIBLES

¿Superpotencia o supercrisis?

¿Cómo será la UE dentro de 25 años? ¿Una potente "superunión" de 40 miembros o una unión en crisis, desgastada por las sucesivas ampliaciones y debilitada por los conflictos internos? Según Fokus, la hipótesis de una UE de cuarenta países y más poderosa que en la actualidad se caracteriza sobre todo por la eliminación de una de sus políticas más polémicas: las subvenciones agrícolas. "La combatividad de los agricultores franceses por fin es vencida por las tenaces críticas de los nuevos Estados miembros", imagina la publicación. También Europa alcanza su objetivo de convertirse en un actor imprescindible de la escena internacional, y las fuerzas europeas de mantenimiento de la paz están dispuestas a intervenir inmediatamente en todos los conflictos mundiales.

En la segunda hipótesis, Fokus dibuja el retrato de una Unión que ha crecido demasiado rápido y no consigue seguir ampliándose ni puede consolidar la integración de los últimos Estados que se han incorporado a ella. Así pues, los países de Europa Central y Oriental, golpeados por la crisis económica iniciada en 2008, todavía no se han recuperado y sienten una profunda frustración por la falta de crecimiento. El desempleo vuelve a ser masivo en todo el continente, de modo que da pie a fuertes tensiones sociales y fomenta el éxito de los partidos extremistas. Por último, la publicación concluye: "El Tratado de Lisboa no salva a Europa ni resuelve todos los problemas, a diferencia de lo que muchos esperaban".

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