Policías de patrulla en el aeropuerto de Frankfurt (Alemania). (AFP)

¿La seguridad, el precio de la democracia?

Los atentados fallidos de estos últimos días han vuelto a lanzar el debate sobre la seguridad frente a la amenaza terrorista. Mientras que varios países están considerando reforzar los controles en los aeropuertos invirtiendo millones de euros, el jurista Stefano Rodotà se pone en guardia contra al paulatino desgaste de la libertad y de la democracia desde los atentados del 11 de septiembre.

Publicado en 6 enero 2010 a las 16:35
Policías de patrulla en el aeropuerto de Frankfurt (Alemania). (AFP)

¿Seguridad o libertad? Este viejo dilema vuelve a atormentarnos, y se va agudizando a medida que el terrorismo y la criminalidad se hacen más agresivos. Tras el 11 de septiembre, el imperativo de la seguridad se ha hecho dominante, hasta el punto de que cualquier otra referencia sea ya obsoleta, un estado de ánimo que ha vuelto con fuerza estas días. Efectivamente, se han desatado unas reacciones no siempre calculadas tras el intento de atentado contra un avión que volaba desde los Países Bajos hasta Estados Unidos. ¿Debemos resignarnos al continuo desgaste de nuestros derechos, al lento declive de los principios de la democracia?

Incluso en estos tiempos difíciles es necesario que la política mantenga la cabeza fría y que no ceda a las emociones, ni a la tentación de creer que la respuesta al terrorismo debe conducir forzosamente a la limitación de las libertades. Al día siguiente del atentado sanguinario perpetrado en la estación de Atocha el 11 de marzo de 2004, el rey Juan Carlos subrayó la necesidad de aferrarse con firmeza a los principios del estado de derecho; la reina Isabel, tras el atentado del metro de Londres del7 de julio de 2005, declaró que los terroristas “no cambiarán nuestra forma de vivir”, marcando de este modo un límite que no puede ser rebasado en una democracia, sin el cual el sistema que se asienta en ese pilar se vería desvirtuado.

Hoy toda la atención se concentra en los “escáneres corporales”, esos dispositivos de control invasivos que, concebidos en un principio para fines médicos, permiten “leer” el cuerpo de las personas, revelando cada detalle, y por lo tanto, cualquier objeto que lleven encima. No es la primera vez que los dirigentes políticos se dejan llevar por el énfasis tecnológico, que distorsionan la realidad y que sugieren soluciones que podrían resultar peligrosas e ineficaces. La distorsión es evidente en la medida en que el debate se ha centrado casi exclusivamente en la herramienta técnica, relegando a un segundo plano el aspecto más preocupante del asunto: el fracaso de los controles estadounidenses, aún más lamentable que los del aeropuerto de Ámsterdam. Las autoridades estadounidenses tenían en su poder información sobre el autor del atentado, sabían que embarcaría en ese vuelo, y no fueron capaces de casar esas dos informaciones para impedir que esa persona subiera a bordo del avión.

El fracaso de los servicios de inteligencia

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La responsabilidad recae en los servicios de inteligencia, y no en la tecnología. Un fracaso de orden administrativo, y no técnico. El hecho de achacar toda la responsabilidad a la tecnología se está convirtiendo en una desviación peligrosa, a la que la política se deja llevar para eludir las preguntas difíciles. Estos últimos días, tras haber considerado el tremendo coste que supondría la instalación generalizada de escáneres corporales, se ha subrayado la necesidad fundamental de reforzar la organización de la información. Porque, incluso admitiendo que los dispositivos tecnológicos pueden garantizar la seguridad de los vuelos, los terroristas no abandonarán ni mucho menos sus planes. En este sentido, la cuestión de los escáneres corporales debe analizarse desde tres puntos de vista: eficacia, coste, respeto de la dignidad y de la libertad de las personas. La inversión económica es demoledora, debido también al gran número de escáneres corporales que tendrían que instalarse para que los tiempos de control de seguridad no sean insoportables. ¿Y qué decir del “striptease virtual” al que estarían sujetos los pasajeros?

La Comisión Europea lleva ya varios meses contemplando este riesgo y ha consultado los defensores de la vida privada de los países miembros, así como la Agencia para los Derechos Fundamentales, y las respuestas que ha recibido han sido extremadamente críticas. Éstas ponen de relieve la necesidad de dotarse de una serie de garantías, tales como el recurso a dichos dispositivos únicamente en el respeto de los principios de necesidad y de proporcionalidad y sobre la base de disposiciones legales específicas: la separación entre los empleados que ven físicamente a las personas controladas y los que observan las imágenes; y la destrucción de dichas imágenes después del control. Pero no se trata de una mera cuestión técnica: de la Unión Europea deberían llegar sobre todo indicaciones relativas a la compatibilidad de dichas medidas con la Carta de los Derechos Fundamentales, cuyas primeras líneas afirman precisamente la inviolabilidad de la dignidad de la persona. No es un recordatorio retórico. La lenta erosión de las libertades y de los derechos y el mitridatismo de la sociedad frente a medidas privativas de libertad son inaceptables.

OPINIÓN

La victoria de Abdulmutalab sobre Occidente

"De la noche a la mañana Umar Farouk Abdulmutallab ha pasado de ser un auténtico perdedor –un estudiante sin amigos que tenía un blog sobre la masturbación y un hincha del Liverpool- a una amenaza para la civilización. " Así lo relata Brendan O’Neill, editor de Spiked, en el artículo "Pantsman" relativo al estudiante mimado de la universidad de Londres que no logró detonar la bomba que escondía en sus pantalones en el vuelo de Ámsterdam a Detroit el pasado día de Navidad.

A esta acción de jihad solitaria fantasiosa, "tanto Londres como Washington han respondido de forma precipitada y ridícula ampliando las medidas de seguridad en la sociedad, minando la libertad y tomando medidas drásticas en los aeropuertos." Este tipo de medidas que anulan la privacidad muestra por qué el terrorismo es una fuerza poderosa. "No es tanto la variedad de sistemas que tienen los presuntos terroristas (los cuales son extraños y absurdos) ni el poder de los terroristas para inflingir daños a las personas (el cual es real, aunque extremadamente limitado); es más bien la fragilidad de la sociedad contemporánea, la tan anunciada vulnerabilidad y sensación de inseguridad de las comunidades en todo Occidente lo que le da al terrorismo su fuerza y su impulso". A modo de conclusión, escribe: "Mirar a través de la ropa de todo el mundo en los aeropuertos no puede sustituir la vigilancia inteligente y discreta de los individuos que realmente suponen un peligro."

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