Grecia es nuestra vanguardia

La situación de Grecia, en la práctica quiebra, es el panorama que espera a los demás países si no controlan su deuda. La ayuda a Atenas es un síntoma de que Europa todavía está viva, pero sin la disciplina del pacto presupuestario será insuficiente, en opinión de un economista checo.

Publicado en 28 marzo 2012 a las 10:00

Las dos guerras mundiales que Europa infligió a Europa (pues no la amenazaba ningún enemigo exterior, ni el hambre, ni la "falta de espacio"), nos llevó a empezar a pensar que habíamos perdido el derecho político, económico, militar, moral y filosófico de dirigir los asuntos del mundo, es decir, de ser una superpotencia.

Luego, Europa se vio sumida en la confusión y en la polvareda de la reconstrucción de la posguerra, de la que logró salir gracias a la importante ayuda del plan Marshall (los estadounidenses apoyaron a un continente que fue el origen de una guerra que se convirtió en mundial y no se trató de préstamos, sino de regalos). Posteriormente Europa se levantó y creó algo totalmente inédito en toda su historia: una unión libre de naciones, que no se declaran la guerra, sino que debaten entre ellas y comercian entre sí.

Aumentar la solidaridad

Pero existe otro axioma, aún más importante, y que debemos mencionar aquí: no es sensato destruir (o no ayudar) a los pueblos o las regiones con dificultades económicas. Antiguamente, se pensaba que únicamente se podía prosperar en detrimento de otro, pero hoy lo que prevalece es la idea contraria. El camino más seguro hacia la prosperidad se recorre juntos y no unos contra otros.

Ahí es donde reside toda la belleza de la economía: acerca a las distintas partes y se nutre de las diferencias. Hoy el comercio nos vincula tan estrechamente que el naufragio de una pequeña economía nos provoca un impacto emocional y económico-financiero tan grande, que haremos cualquier cosa para evitarlo, al menos mientras quede un poco de esperanza.

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Dicho sea de paso, si la casi-quiebra griega (o también húngara o irlandesa) se hubiera producido hace sesenta años o más, nuestras cabezas pensantes de la política y nuestros estrategas de despacho de entonces probablemente se habrían centrado en un único aspecto: encontrar, del modo más hábil posible, la forma de ocupar militarmente el país debilitado. Hoy intentamos, casi en el sentido propio del término, con todas nuestras fuerzas (al menos con las que nos quedan), acudir al rescate de estos países. Pueden objetar quizás que con estos esfuerzos nos ayudamos a nosotros mismos. Pero aunque sea así, se trata de un gran progreso.

Dejo al lector y a su reflexión que decida si esta mayor solidaridad y la limitación de los conflictos son resultado de las lecciones de la historia, de un refuerzo del espíritu europeo o del trabajo de las instituciones de la UE (que de hecho, desde su creación, han excluido el uso de las armas de las guerras comerciales, como son la devaluación, los derechos aduaneros o el proteccionismo). En cualquier caso, una cosa está clara: Europa nunca ha vivido un periodo de paz tan prolongado. Puesto que es cierto que desde el punto de vista de este gran objetivo el proyecto de una Europa integrada ha sido un éxito total, debemos reconocer este mérito, aunque a veces tenga un coste.

Normas comunes para no endeudarse

Al igual que en la Grecia antigua, los griegos constituyen hoy la vanguardia. Han quebrado diez años antes que Italia o España pero también antes que nosotros, la República Checa, e incluso que Alemania. Si todos seguimos la misma trayectoria que las generaciones pasadas, también nos enfrentaremos a la quiebra. Los mercados demuestran ser unos guardianes demasiado débiles y no lo suficientemente reactivos ante el nivel de las deudas soberanas. Sencillamente no son capaces de obligar a tiempo a los Estados a que actúen con prudencia cuando se endeudan. Son los pueblos democráticos y sus responsables políticos los que deben encargarse de esta misión.

Pero a juzgar por la realidad, no somos capaces de hacerlo. Por ello necesitamos normas comunes en materia de no endeudamiento, pero también y sobre todo, en lo que respecta al pago de la deuda durante los años de prosperidad.

Este era y es el sentido del pacto presupuestario que hemos rechazado recientemente. La República Checa tendrá que inventarse rápidamente sus propias normas fiscales. Porque de lo contrario, corre el riesgo de hacerse notar demasiado. Y estoy seguro, y entonces me reiré, de que nuestras reglas serán muy parecidas a las que acabamos de rechazar. Cabe destacar además que, al contrario que en el resto de la UE, nos resultará muy difícil hacer que se respeten, porque no nos vamos a obligar con ningún látigo que hayamos trenzado nosotros mismos.

Por último, tenemos la suerte de que los países amenazados por la quiebra sólo sean economías pequeñas. Esperemos que baste con estas advertencias (que muy probablemente permitieron al Gobierno actual ganar las últimas elecciones). ¿Cuántas quiebras aún más importantes necesitamos antes de admitir la verdad?

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