Próxima parada, cola del paro. Promoción de 2007 de la Universidad de Coimbra, Portugal. Foto : dda1506 / Flickr

Una generación en peligro

En Reino Unido se utiliza la expresión "generación perdida" para calificar a los jóvenes de entre 16 y 25 años que llegan a la vida activa en un contexto de crisis y de recesión y a los que les resulta complicado encontrar un trabajo y mantenerlo, a pesar de sus estudios. En Portugal, todo indica que está a punto de producirse este fenómeno, tal y como advierte Público.

Publicado en 20 enero 2010 a las 14:39
Próxima parada, cola del paro. Promoción de 2007 de la Universidad de Coimbra, Portugal. Foto : dda1506 / Flickr

Según Virgínia Ferreira, de la facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (UC), el fenómeno es bien conocido: “En nuestra vecina España, se les llama mileuristas. Aquí, ganan tan sólo la mitad, alrededor de 500 euros”. Sin embargo, hablar de generación perdida le parece exagerado: “Es una expresión hecha, que simplifica una realidad compleja”. Cada vez hay menos jóvenes. En 1999, según el Instituto Portugués de Estadística, ascendían a 3,1 millones, de los cuales, el 48 % tenía entre 15 y 24 años (1,5 millones). En 2008, eran 327.000 menos y la mayor parte de esta disminución (295.000) se encontraba en este último segmento de edades. Además, es la generación más escolarizada de nuestra historia. Durante el año escolar 2007-2008, se inscribieron 377.000 alumnos en la enseñanza superior, lo que representa un aumento del 20 % con respecto a 1995-1996. Al final de ese año, los universitarios portugueses aportaron más de 83.000 títulos al mercado laboral, un 16 % más que el año anterior.

A pesar de todo, “las generaciones anteriores accedieron con más facilidad al mercado laboral”, estima Carlos Gonçalves, que ha estudiado la capacidad de encontrar trabajo de los titulados universitarios. Actualmente tardan más tiempo. Y a los que lo consiguen a menudo se les contrata durante un periodo determinado o en régimen de recibos verdes (un concepto ideado en principio para remunerar a los trabajadores autónomos, pero que se ha generalizado y se ha convertido emblemático de la precariedad en Portugal). Un ejemplo típico sería el de un licenciado empleado en un centro de llamadas. Para Elísio Estanque, de la facultad de Economía de la UC, antes “la capacidad de encontrar empleo estaba relacionada con el aprendizaje”. Los estudiantes se esforzaban por seguir sus preferencias, su vocación. Luego, la enseñanza “se democratizó y se mercantilizó”. Las garantías se esfumaron. Y la crisis ha cavado una fosa más profunda. Hoy, “la principal preocupación es saber si una carrera determinada tiene o no salidas profesionales. De una manera perversa, a los estudiantes actuales les resulta más difícil obtener mejores resultados". La catástrofe no se ceba únicamente con los titulados universitarios, sino también con los menos cualificados, pues cada día vemos cómo las empresas quiebran o las fábricas cierran sus puertas.

Demasiado dóciles y deprimidos

El paso del mundo de la juventud al adulto ya no es igual. Los jóvenes se ven obligados a vivir en casa de sus padres. Postergan los compromisos, tanto si se trata de adquirir una vivienda como de formar una familia, destaca Virgínia Ferreira. Todos desean encontrar un empleo precario. Y no es cuestión de preferencias, es que no hay otra cosa. “A mi alrededor, todo el mundo está deprimido por no tener ninguna perspectiva de futuro y por tener un empleo insatisfactorio", comenta Sara Gamito, del movimiento Precários Inflexíveis. "Se sienten atados de pies y manos y pierden la esperanza”. “Aunque no nos definamos únicamente por lo que hacemos, el trabajo desempeña una función esencial en el desarrollo personal", destaca Sofia Marques da Silva, de la facultad de Psicología y de Ciencias de la Educación de la Universidad de Oporto. "Y el sueldo es un elemento fundamental para poder acceder a los bienes y organizar el paso de una edad a otra. Sin sueldo, se produce un sentimiento de retroceso, también en lo que respecta a la dignidad”. Sofia Marques da Silva se niega a hablar de generación “perdida”, pero está convencida de que “a esta generación le costará más trabajo crear una cultura de proyecto, imaginar qué hará en un futuro que aún no existe”. Para esta generación, el paso del tiempo se concentra en el presente, algo que Sofia Marques da Silva estima “peligroso”: “Para alguien que no proyecta las etapas en la vida a veces su único objetivo se puede convertir en disfrutar rápidamente de los momentos, de las sensaciones inmediatas”.

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Aquí no se observa ninguna revuelta como en otros países europeos, pero sin duda se registra una progresión de la delincuencia. Elísio Estanque constata una alienación y le preocupa el estado de la democracia. En primer lugar, porque el sistema no puede funcionar sin una base de participación electoral, pero ante todo porque es fundamental que existan asociaciones para engrasar el mecanismo. Pero “los jóvenes se muestran poco dispuestos a participar: les condiciona el miedo”. Es cierto que no hay que generalizar. Existen numerosos focos de protesta, en blogs o en diferentes movimientos, recuerda Cristina Andrade, de Fartos d’Estes Recibos Verdes (“Hartos de recibos verdes”). Pero tal y como sostiene Sofia Marques da Silva, lo que impera es “una docilidad impresionante”. “Las empresas creen que los jóvenes son dóciles, porque aceptan cualquier cosa”. En una investigación realizada en la Casa de Juventude de Matosinhos, cerca de Oporto, la investigadora recogió una observación de lo más elocuente: “Se comen todo y a nosotros sólo nos dejan los huesos”.

En Europa

Emancipación muy desigual

Los jóvenes portugueses que se ven obligados a seguir viviendo en casa de sus padres por no poder pagarse su propia vivienda no son los únicos. En España, al otro lado de la frontera, el 72% de los jóvenes de entre 20 y 30 años todavía no ha abandonado el domicilio familiar, mientras que en Italia e Irlanda este porcentaje asciende al 70% y 61%, respectivamente. Por el contrario, únicamente el 18% de los jóvenes suecos comparte techo con sus padres, algo menos que británicos (28%) y franceses (35%). Si los jóvenes tienen trabajo, las cifras bajan, aun cuando la generalización de la precariedad laboral (trabajo temporal, contratos definidos, contratos por obra y servicio), sobre todo en Italia y España, “contribuye a frustrar en última instancia el deseo de autonomía de los jóvenes”, apuntaLa Repubblica. Según el diario, que este colectivo se decida a abandonar el domicilio paternal depende fundamentalmente del sistema de protección social: “Allí donde no existen ayudas para estudiantes o quienes buscan un primer empleo, la única opción es quedarse en casa de los padres”. Otros motivos, “las tradiciones y los modelos familiares, el nivel educativo y la duración de los estudios".

“Tanto en Italia como en España o Grecia, buena parte de la protección social recae en las familias, la mayor parte de las cuales, carece de los medios para mantener a un hijo —explica al diario romano Chiara Saraceno, coautora del primer informecomparativo sobre familia, trabajo y redes sociales en Europa—. En lugares como el norte de Europa, donde las becas de estudios se hallan más extendidas, los criterios para obtenerlas son menos estrictos y existe un auténtico sistema de protección social, que un joven viva con sus padres se considera anómalo. Además, allí donde el alquiler es fácil y accesible, los jóvenes se marchan de casa —añade—. Británicos, suecos, franceses e irlandeses están dispuestos a endeudarse para pagar el alquiler, mientras que, entre españoles e italianos, prevalece el hogar familiar". Por último, La Repubblica concluye anotando que “la religión también ejerce su influencia: en los países católicos, el matrimonio sigue siendo el principal motivo para irse de casa”.

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