Elige un idioma
Las cinco elecciones que van a celebrarse van a transformar profundamente el país. En primer lugar, las dos elecciones regionales que tendrán lugar en el norte y el oeste de la República Federal [en Schleswig-Holstein el 6 de mayo y en Renania del Norte-Westfalia el 13 de mayo] dirán si la que es hoy la dirigente alemana más apreciada y la dirigente europea más poderosa aún tiene posibilidades de mantener las riendas del poder.
Las elecciones griegas del domingo son igualmente importantes para Alemania. Se ha invertido una gran cantidad de energía política y mucho más dinero para que Grecia tome el toro por los cuernos por sí misma. Si ahora los griegos eligen un Parlamento que se opone a la cura de austeridad y al saneamiento de las finanzas del país, el acuerdo firmado entre Europa y Grecia podría irse al traste. Quizás un fracaso así podría superarse en el ámbito económico, pero perjudicaría considerablemente la legitimidad de los futuros planes de rescate a favor de otros países europeos.
Pero la política europea de Angela Merkel no sólo se someterá a la ley de las urnas de Grecia. También lo hará a las de Francia. Durante su campaña electoral, Nicolas Sarkozy se ha alejado en gran medida de lo que había convenido con la canciller en esa feliz época de la ósmosis franco-alemana (hace unos meses). A menos que se trate de simples aspavientos. Habrá que esperar.
Críticas a la política de austeridad
En lo que respecta a François Hollande, su adversario en las elecciones presidenciales y favorito en el escrutinio, es menos probable que se trate de aspavientos, sobre todo porque ha ido mucho más lejos en sus críticas hacia la política de rigor alemana. A pesar de no darse cuenta de que la mitad de las costosas promesas que ha hecho bastarán para desencadenar algunas oleadas que pondrán en apuros a la frágil carcasa europea. Y eso es a lo que hoy en día están esperando ciertos actores de la bolsa.
El quinto escrutinio que tendrá una gran incidencia en la política alemana y europea tendrá lugar también en lo que se denomina "el extranjero", en este caso, en Países Bajos. El populista Geert Wilders había tolerado la coalición cristiano-liberal, pero ahora acaba de fracasar bajo la presión de los imperativos de reducción de la deuda. Las próximas elecciones, que se celebrarán al final de la tregua estival, decidirán igualmente el destino político del jefe del Gobierno, Mark Rutte, el hombre que ha resultado ser uno de los socios más fiables y más eficaces de la canciller alemana en los asuntos de política europea.
En este país, lo que está en juego es aún mayor. Si hasta ahora Geert Wilders había orientado su política de odio contra los musulmanes, ahora la dirige poco a poco hacia una línea antieuropea. Si ganara, un giro así correría el riesgo de fomentar el auge de los populistas eurófobos en todo el continente. Y algo similar ocurriría en Francia, ya que Marine Le Pen parece tener un objetivo claro en caso de derrota de Nicolas Sarkozy: dividir el UMP y anexionarse su ala de extrema derecha. Con esto se correría el riesgo de extender la dinámica antieuropea al centro del tablero político.
Cómo podría la canciller perder su poder
Es difícil determinar si las elecciones en Francia y en Países Bajos también desembocarán en la fundación de un nuevo partido de derecha en Alemania. Hasta ahora, el país ha logrado con cierto éxito cortar de raíz cualquier veleidad de este tipo. Queda por saber qué ocurrirá en caso de que salga vencedora la derecha en los países vecinos occidentales.
En la víspera de estas cinco elecciones, una cosa es segura: las elecciones que se celebran en Europa, y más en concreto en nuestros vecinos más cercanos, son ahora al menos tan importantes como una elección en un Land alemán, incluso el de mayor tamaño. Dado el alcance de las repercusiones de estas elecciones más allá de las fronteras, teóricamente nos podríamos plantear por qué los electores alemanes no están autorizados a participar, aunque fuera de un modo menor, con un voto sobre cinco, por ejemplo, en las elecciones neerlandesas y francesas. Y viceversa, claro está.
Llama la atención otra extravagancia: aunque en Europa represente la imagen de una mujer fuerte, está claro que Angela Merkel no sería elegida presidenta de la UE por los europeos. Si fuera elegida directamente por el pueblo alemán, obtendría la mayoría en los sufragios. Debido a los imperativos particulares que prevalecen en Alemania por la coalición existente, a pesar de su popularidad y de los avatares de la vida política, podría verse en breve desposeída de su poder. Es decir, Angela Merkel guía a una Europa que no puede derrocarla y sin embargo puede que la excluyan involuntariamente del poder los alemanes, que en el fondo no quieren que se marche.
Desde el punto de vista de la legitimidad democrática, todo esto es cuanto menos retorcido, por no decir totalmente absurdo. Aunque no por ello deja de ser apasionante.
