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Antigua rehén de Irán, la periodista francesa ha pasado seis meses en la piel de los trabajadores pobres. (AFP)

Florence Aubenas, viaje al corazón de la crisis

La periodista Florence Aubenas, ex rehén en Irak, se ha sumergido durante seis meses en el universo de la precariedad laboral. Cuenta la experiencia en un libro que saca a relucir una realidad poco conocida en Europa.

Publicado en 26 febrero 2010 a las 16:00
Antigua rehén de Irán, la periodista francesa ha pasado seis meses en la piel de los trabajadores pobres. (AFP)

Nunca había llegado tan lejos. Y eso que el trabajo de Florence Aubenas la tiene acostumbrada a tener que marcharse, ser reportero es eso: ir y venir. Durante veinte años y para diferentes periódicos (Libération y actualmente Le Nouvel Observateur), se ha adentrado en barrios conflictivos y en países en guerra, en comisarías, en juzgados y en fabricas en huelga. Es una persona curiosa, fuerte e impaciente, cualidades por las que ha pagado un alto precio: en 2005 fue secuestrada junto a su guía iraquí. Salió del largo (157 días) y difícil cautiverio con gran dignidad y con cierto renombre.

En esta ocasión, sin embargo, la periodista no ha cogido un avión. No merecía la pena teniendo en cuenta el lugar al que iba: Caen, a dos horas de París, a dos pasos de casa. Pero es en esta ciudad donde se ha sentido más alejada de todo, a nivel personal y profesional. Durante casi seis meses Florence Aubenas se convirtió en “la señora Aubenas”, 48 años, sin ninguna cualificación concreta, una parada como otra cualquiera de las decenas de parados que no la han reconocido. Día tras día se sumergía entre la marabunta de solicitantes de empleo que pasan de un contrato temporal a alguna faena mal pagada, entre la legión que ya no encuentra trabajo, sólo algunas “horas” sueltas por aquí y por allá, si hay suerte.

Cuando se le ocurrió iniciar esta experiencia, Florence Aubenas ya había leído varios libros sobre el proceso de inmersión, empezando por el más conocido de todos ellos: Cabeza de turco, de Günter Wallraff (Editorial La Découverte, 1986). Por aquella época Aubenas cuestionaba la eficacia de la practica periodística, ¿puede un artículo cambiar las cosas? “Nos estaban diciendo que “la crisis iba a acabar con todo” y yo, sentada en mi despacho, me sentía un poco desconcertada: lo real se desfiguraba. ¡Yo tenía entendido que la crisis siempre había estado allí desde que empecé a trabajar!, que era algo omnipresente a la vez que intangible. Aparentemente no me estaba enterando de nada”.

Meterse en la piel de un desempleado

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De ahí su decisión de irse a Caen, donde se apuntó al paro y llevó la vida de alguien que busca un trabajo para “contar la historia de una Francia que no consigue salir del pozo”, para hacer una labor periodística más duradera, profunda y por lo tanto más esclarecedora. No quería abordar a la gente con una acreditación de periodista en la mano, quería “formar parte de ellos, asumiendo las trabas que esto supone”, meterse en la piel de una desempleada porque “no todo pasa por el tamiz de las palabras. Y yo quería atravesar las barreras que nos imponen las formas: vivirlo para que no me tentase la idea de dirigirme antes de nada a las personas que mejor se saben expresar, que es lo que hubiese hecho como periodista”.

Al comenzar el viaje tenía previsto quedarse hasta que le diesen un contrato temporal. Cuatro meses le parecieron un plazo razonable. Una vez allí se tuvo que quitar la venda de los ojos. “Me llevó un mes y medio encontrar algo”, ¿un trabajo? No, lo que le ofrecían eran horas sueltas al inicio y al final de la jornada laborar en el ferry que cruza el Canal de la Mancha, en despachos, en algún camping y en casas. Al principio escribe notas todas las noches, después sólo una de cada dos, por el cansancio. “Cuanto más tiempo pasaba más se iban pareciendo a un diario personal. Al cabo de un mes cedes. Dejas de dominar la situación, pierdes el control y lo único que quieres es mantener la cabeza fuera del agua”.

¿Comparó en algún momento esta experiencia con la de ser rehén? En realidad no, pero en su opinión “nunca me hubiese atrevido a hacer lo que hice”, a superar el miedo a que la descubriesen, los reparos ante el ridículo (“el hacerse la tonta entre los pobres”), y sobre todo tomarse “total libertad ante el paso del tiempo, ese bien tan valioso para el periodista”. El tiempo del parado está compuesto de esperas y más esperas, de traslados interminables (y no remunerados) hasta los sitios donde toca trabajar una hora… Florence no sabía que este tiempo existiese antes de verse atrapada en él.

Florence Aubenas todavía no ha podido decidirse a cancelar el alquiler de 348 € al mes de la habitación de Caen. En ese puñado de metros cuadrados escribió la mayor parte de su libro ''Le Quai de Ouistreham'' (El muelle de Ouistreham). Al comenzar este viaje había decidido utilizar los ingresos que le había reportado el libro sobre el proceso d'Outreau —''La Méprise'' (La equivocación)—. “Había apartado ese dinero, era sagrado, ¡no me iba a comprar un coche o algo así con el dinero del caso d'Outreau!” E hizo bien, porque por muy duro que trabajase durante los seis meses que pasó en Caen, nunca ganó lo suficiente para mantenerse, aún llevando una vida extremadamente modesta.

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