Recibe la llamada de una abogada, pongamos que se llama Angela. Le cita en su oficina. Le muestra la cláusula de penalización de un contrato, en la que se especifican las sanciones a las que se enfrentará si infringe los términos. Le dice que debe firmarlo de inmediato o si no, tendrá graves problemas. “Pero”, le pregunta, “¿dónde está el resto del contrato?”. “Estamos trabajando en ello. A usted eso no le importa. Simplemente firme aquí”.
Es una analogía muy buena de la absurda situación en la que nos encontramos con el pacto fiscal. El pacto, tal y como reconoce ahora prácticamente todo el mundo, no es el nuevo contrato político que sacará a la Unión Europea de una posible crisis terminal. Es simplemente la cláusula de penalización. No tiene sentido a menos y hasta que sepamos de qué se trata realmente. Exigirnos que lo firmemos antes de conocer lo que contiene el resto del contrato es un acto de puro desprecio.
El arte del subterfugio
Ante tal desprecio, la única alternativa lógica para el pueblo irlandés es recurrir a sus considerables recursos de excusas, subterfugios y pretextos. Por fin ha llegado la hora de aplicar nuestras artes evasivas.
En 1066 And All That [1066 y todo eso], una parodia de la historia británica, los autores señalan que cada vez que los ingleses pensaban que tenían la respuesta a la “cuestión irlandesa”, los irlandeses cambiaban la pregunta. En el contexto de las relaciones anglo-irlandesas, el chiste resulta bastante gracioso. Pero en lo que respecta a Europa, cambiar la pregunta es en realidad una práctica irlandesa arraigada. Lo hemos hecho dos veces, con el Tratado de Niza en 2001-2002 y con el Tratado de Lisboa en 2008-2009.
Ante la opción de "Sí" o "No", hemos votado “No, pero sí”: váyanse, vuelvan después y planteen una pregunta diferente y entonces diremos que "Sí". Estos episodios no se encuentran entre los más gloriosos de la democracia irlandesa. Son muestras del carácter huidizo de gran parte de nuestra cultura política. Pero quizás sea el momento idóneo de adoptar nuestro carácter escurridizo. Quizás el “No, pero sí” sea en realidad una respuesta más honesta y significativa ante la situación tan absurda a la que nos enfrentamos que cualquier otra opción de las que nos plantean.
El dilema que se plantea
Lo más obvio hubiera sido que el Gobierno aplazara el referéndum, porque la crisis europea hace que su significado resulte totalmente impreciso. Ni siquiera habría sido especialmente osado. Francia no es la única que se niega a firmar el tratado “tal y como está”, sino que Alemania ha tenido que posponer la ratificación. Sin embargo, el Gobierno tiene tanto miedo a desviarse un centímetro de la ruta de lo que se considera correcto, que está presionando casi mecánicamente para seguir adelante.
Esto plantea al electorado un dilema. Las opciones de "Sí" o "No" no expresan ni de lejos la opinión pública. Supongo que la mayoría de votantes se encuentra entre uno de estos dos bandos: (a) Sí, porque no hay otra opción; (b) No, pero vuelvan a preguntarnos cuando tengan clara la estrategia de crecimiento.
La primera de estas opciones, la de los que consideran que hay que votar a favor, en realidad no es un motivo para votar que "Sí", sino un motivo para anular el voto. Si no hay ninguna opción, un referéndum se convierte en una farsa. Es una parodia de la democracia. El único modo de recuperar algo del sentido de la dignidad cívica sería una anulación masiva de los votos.
La segunda opción es “No, pero. . .”, que reconoce que puede existir un contexto en el que el pacto fiscal realmente tenga sentido. Si, por ejemplo, hubiera un compromiso serio con respecto a la inversión europea a largo plazo en el crecimiento, cambiaría radicalmente la aritmética presupuestaria irlandesa.
Cambio de orientación
En ese mismo sentido iría una resolución en el ámbito del sistema bancario europeo que liberara a los ciudadanos de tener que asumir el enorme coste del rescate de los bancos. Pero sencillamente no sabemos si el resurgimiento de la crisis obligará a realizar unos cambios tan grandes de estrategia, ni hasta qué punto.
Votar que no con una invitación implícita a que vuelvan cuando se pueda ver una imagen más amplia puede ser la respuesta más sincera ante la exigencia de que tomemos una decisión en la ignorancia. También constituiría un acto responsable de ciudadanía europea, que fomentaría el cambio de dirección sin el que la UE se destruirá a sí misma.
Cambiar la pregunta es una especialidad irlandesa que casualmente ahora resulta una necesidad vital para Europa.