Dublin, noviembre de 2009. Manifestación contra las medidas de austeridad impuestas por el gobierno irlandés (AFP)

Adiós salario fijo

Sacudidos por la crisis y bajo el peso de una deuda pública aplastante, varios Estados han decidido rebajar los sueldos de los funcionarios: una medida impopular pero que consideran necesaria al no poder devaluar su moneda, y que tampoco es inédita, como explica Il Sole 24 Ore.

Publicado en 12 marzo 2010 a las 15:28
Dublin, noviembre de 2009. Manifestación contra las medidas de austeridad impuestas por el gobierno irlandés (AFP)

El intocable, el sacrosanto salario garantizado de los funcionarios ha dejado de serlo. Grecia ha decidido reducir alrededor de un 7% la retribución de los empleados del sector público, pero no es más que el último de los países que han optado por decisiones parecidas desde hace poco más de un año, tanto en el interior como en el exterior de la zona euro. La historia no comenzó a orillas del Mediterráneo, sino a orillas del Báltico. El pequeño Estado de Letonia fue el primero en dar la voz de alarma en esta carrera: en octubre de 2009 el sueldo de sus funcionarios había bajado a niveles de 2006. Los recortes, que llegaban hasta el 20% para los educadores y otras categorías funcionariales, fueron objeto de duras protestas durante el invierno y la primavera pasados, pero han sido finalmente aceptados.

Las previsiones de una devaluación inminente también se han disipado: el país ha logrado frenar la caída de su PIB —un descenso del 17% en 2009— y en la actualidad tiene las cuentas equilibradas. En consecuencia, la deuda de su país ya no es considerada de alto riesgo por las empresas de calificación. En el fondo, tanto Letonia como los demás países bálticos, cuyo caso es parecido al suyo, han optado por una devaluación interna en lugar de una externa: han mantenido las tasas de cambio, pero han reducido los salarios. Los salarios reales se habrían visto igualmente reducidos por las devaluaciones, pero éstas habrían provocado además un aumento de la inflación. En consecuencia, en una región donde la media de los salarios mensuales gira en torno a los 500 euros, el nivel de vida se ha visto muy perjudicado. La contabilidad nacional ha salido sin embargo bien parada.

En juego: permanecer en la zona euro

En Irlanda, los recortes en los salarios de los funcionarios fueron anunciados por el gobierno en diciembre: un duro despertar tras el sueño de convertir el país en un imperio financiero. Pero el ambiente se deterioró cuando unas semanas más tarde las reducciones previstas en un principio fueron revisadas a la baja para los altos funcionarios. La batalla parlamentaria ha sido dura y la votación ajustada, pero los recortes siguen en pie. Tanto en el caso de Irlanda como en el de Grecia, lo que está en juego es su capacidad de permanecer en la zona euro, una pertenencia que ha aportado enormes beneficios a ambos países, pero que hoy les empuja a adoptar políticas que en otro caso podrían haber evitado con una devaluación de la moneda nacional.

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Los salarios fijos, tanto en el sector público como en el privado, también habrían sido penalizados en aquel caso, probablemente más aún, pero de forma aparentemente menos dolorosa. El caso de Grecia, que lleva meses en el punto de mira y que tantas inquietudes ha suscitado sobre la buena salud del euro, no ha hecho sino llamar la atención sobre un fenómeno que ya existía. Un fenómeno que podría afectar a otros países frágiles de la zona euro, como Portugal y España, y aflorar también en Italia, que sin ser propiamente débil debe contemplar la situación con atención especial.

Un precedente en la década de 1930

Es probable que el Reino Unido, que ha gastado tanto o más que los Estados Unidos para salvar sus bancos, deba plantearse también esta posibilidad si no quiere correr un riesgo excesivo con una libra esterlina ya debilitada. De momento Alistair Darling, el canciller del Tesoro, se ha limitado a pedir una reducción de las indemnizaciones por despido, a lo que el sindicato implicado, la Public and Commercial Services Union, ya ha respondido con el anuncio de una huelga en tres días. En varios países de Europa central, como Hungría y la República Checa, se ha anunciado también la congelación de los sueldos de los funcionarios: al igual que los países bálticos, estos Estados aspiran a ingresar en el euro y saben que una devaluación de su moneda retrasaría su integración.

En su caso la situación se complica porque numerosos ciudadanos han contraído deudas en divisas extranjeras —euros, coronas suecas y francos suizos— y una devaluación sería difícilmente sostenible. La solución adoptada ha sido pues la de bajar los sueldos, empezando por los de los funcionarios. Una medida que recuerda a las que se adoptaron en los años treinta, más o menos en toda Europa, y que las dos últimas generaciones no han conocido: el recorte salarial de los funcionarios, comenzando por Italia y el Reino Unido.

Planes de austeridad

Los sacrificios se digieren mal

El viernes 5 de marzo, Grecia quedó paralizada por una huelga de transportes urbanos y por los paros convocados por los controladores aéreos. La víspera le había tocado a Portugal padecer una huelga organizada por los sindicatos de funcionarios. Estas explosiones de cólera están motivadas por los recortes de ingresos que prevén los planes de rescate de estos países en dificultades. Grecia ha anunciado una disminución del 30% en la primera paga extraordinaria de los funcionarios y del 60% en la segunda. En Portugal lo que se contempla es la congelación de los salarios del sector público. Las pensiones también están en el punto de mira de las economías. Por otro lado, los planes de austeridad provocan inevitablemente una ralentización económica que se traduce también en la supresión de empleos en el sector privado, y este aumento del paro arrastra a su vez hacia abajo las remuneraciones de las empresas. El problema es que los ciudadanos de estos países no habían sido conscientes de vivir por encima de sus posibilidades, sino que creyeron estar alcanzando el nivel de vida de sus vecinos europeos, lo que vuelve aún más antipáticas a sus ojos esta clase de medidas. Alain Faujas, Le Monde (extractos).

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