A nuestros amos de Europa y a nuestros administradores de Dublín más les vale no dar demasiada importancia al temeroso acto de consentimiento del viernes. Lejos de ser un voto de confianza a Europa, o al Gobierno, el huraño Sí que ha obtenido este referéndum de una ciudadanía reticente fue un acto de desesperación.
El viernes, un electorado rezongado dio "su consentimiento formal" a la ratificación del pacto fiscal. Sin embargo, pocos afirmarán que se ha dado un "consentimiento pleno" a un tratado planteado con la amenaza de una austeridad 'inmediata y atroz'.
Si echamos la vista atrás está claro que era demasiado idealista soñar con la posibilidad de que podríamos ser el ratón que clamara ante las políticas de austeridad fallidas. La apuesta inteligente en los mercados de bonos ya había vaticinado que Irlanda, el perrito faldero de la UE en el que se puede confiar, siempre dispuesto con una sonrisa tranquilizadora o una ocurrencia graciosa sobre el queso feta, no fallaría y nunca se equivoca.
A pesar de nuestra propia mistificación como una nación rebelde, cuando se trata de la lucha entre el corazón y la cabeza, una de las características que nos define es nuestra capacidad para chuparnos el dedo colectivamente y dejarnos llevar por la cabeza, algo que ya en 1913 inspiró al poeta nacional W.B. Yeats para lamentar desconsoladamente que 'la Irlanda romántica había muerto y se había ido'.
El enterrador, el primer ministro irlandés
En otras épocas más conservadoras, una de las características de la vida irlandesa era la de la chica “desafortunada” que debido a un exceso de pasión “se metió en un problema”, desapareció durante un periodo misterioso y luego volvió a una vida repleta de miradas de desaprobación. Por supuesto, no se prestó ninguna atención a la fuente del problema que se sentaba en la parte delantera de la iglesia cada domingo.
Tras nuestro propio “problema”, Irlanda por ahora ha vuelto al corazón débil de una Unión Europea que parece haber olvidado que el prudente banquero prusiano del traje azul desempeñó una función nada desdeñable en el “pecado” fiscal de Irlanda.
Por desgracia, a pesar del condescendiente 'respeto y apreciación' de Merkel, el pasado viernes sólo sirvió para confirmar que, aparte de la 'Irlanda romántica', la Irlanda independiente definitivamente 'está muerta y se ha ido'. De enterrador hace el primer ministro irlandés, Enda Kenny, que parece estar ahora sobre la tumba con la pala en la mano, por si a alguien se le ocurre retractarse de nuestro nuevo valor nacional de vivir únicamente para 'rezar y ahorrar'.
El Gobierno ha escapado de este peligroso combate relativamente ileso. Sin embargo, el futuro no será sencillo. Inmediatamente después de su triunfo electoral Kenny destacó que uno de nuestros rasgos característicos es que 'al irlandés de a pie le gusta conocer la historia'. La 'historia' que este Gobierno vendió a un dubitativo pueblo irlandés la semana pasada fue que un Sí aportaría 'inversión, estabilidad, recuperación' y 'una Irlanda trabajadora'. Pero aunque en esta ocasión el pueblo irlandés aceptó la historia que Enda Kenny les contó, aunque no se la creyera, él y Europa deberán cumplir ahora estas promesas o, de lo contrario, los irlandeses puede que no se muestren tan receptivos la próxima vez.