Una cadena humana en solidaridad con Darfur ante el Louvre, en París, en 2007, exigiendo a los candidatos a las presidenciales un compromiso sobre Darfur.

Revoluciones tranquilas

En otro tiempo ejercido por los partidos, los gobiernos y los parlamentos, el poder ha pasado a estar en manos de diferentes movimientos ciudadanos. ¿Estará cumpliéndose el sueño de Hannah Arendt de la participación de todos en el debate público?, se pregunta el historiador Mark Beylin.

Publicado en 2 abril 2010 a las 15:28
Una cadena humana en solidaridad con Darfur ante el Louvre, en París, en 2007, exigiendo a los candidatos a las presidenciales un compromiso sobre Darfur.

Las revoluciones que se están produciendo en Europa tienen un tremendo impacto sobre la vida de las personas y, no obstante, sólo algunos observadores señalan su influencia. ¡Y con razón! En nuestro paisaje revolucionario no hay ni partidos revolucionarios, ni dirigentes furiosos, ni barricadas, ni toma de la Bastilla. Nadie quiere acabar con el poder del Estado y mucho menos sustituirlo. Estas revoluciones no llegan a explotar, se agotan. Se dejan notar, antes que nada, a través de la creciente presión que los ciudadanos ejercen sobre los aparatos del Estado, particularmente cuando se sienten amenazados o despreciados. Entonces se organizan de manera espontánea al margen de las instituciones políticas oficiales. En Europa encontramos miles de ejemplos de este tipo de movimientos, sobre todo en Polonia, siendo los más conocidos los movimientos medioambientales y feministas.

Los ecologistas dieron comienzo a sus acciones en pequeños grupos dispersos, ajenos a los círculos políticos, hace varias décadas. En los años 90 comenzaron a formar alianzas con varios países europeos y, lo que es más importante todavía, a crear una gran red mundial de asociaciones e iniciativas de todo tipo. Los movimientos feministas y sus luchas contra la discriminación se han visto asimismo notablemente reforzados. Considerados, hace varias décadas en Europa y recientemente en Polonia, como marginales e incluso ridículos, los movimientos feministas han impuesto nuevos modelos de pensamiento y comportamiento en la vida política y social.

Ni de izquierda ni de derecha

En Europa, todos los partidos se caracterizan por una “estructura autocrática y oligárquica, por la ausencia de democracia interna y de libertad, por la pretensión de infalibilidad”, escribía Arendt Hannah en 1963 en su “Ensayo sobre la Revolución”. Este sistema no favorece la participación de los ciudadanos en la vida pública: simplemente se les representa, y esta representación está relacionada con sus intereses o con su bienestar, pero no con sus acciones o sus opiniones. Arendt juzgaba la democracia de su época con severidad, pero su mirada se extiende hasta nuestra democracia contemporánea, supeditada a las modas del momento, sumisa a los aparatos de partido. La solución que preconizaba con vistas a introducir más libertad en la política está fuera de lugar, pues surgió de la tradición, ya perdida, de los consejos revolucionarios; estos foros de debate de los que salían las decisiones más importantes.

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Pero el libre acceso al debate público, esta condición esencial de una política noble, según Arendt, renace ahora bajo una nueva forma. En la actualidad vivimos una revolución de la participación en la esfera pública y asistimos a un cambio revolucionario en el modo de educar a las élites; esta revolución, que no es ni de izquierdas ni de derechas y que supera sobremanera las ideologías políticas clásicas, nacidas en el siglos XIX, y cada vez más inadaptadas a nuestra época.Los ciudadanos ya pueden elegir libremente con qué causas, privadas o públicas, se comprometen, independientemente del Estado. Gracias a las facilidades de comunicación, crean redes y forman diferentes grupos de presión. “Incluso los deportistas disponen de fuertes organizaciones.

Lo mismo ocurre con los homosexuales, los vendedores de armas, los conductores, las personas discapacitadas, los padres, los divorciados, los ecologistas, los terroristas, etc.”, comentaba hace unos 20 años el intelectual alemán Hans Magnus Enzensberger. Hoy en día este fenómeno se ha intensificado.Nadie sabe qué aportarán estas revoluciones. ¿Darán origen a una sociedad de egoísmo sin límites y fuente de violencia? La amenaza existe. Quizás suceda al contrario, puede que curen a la democracia y a sus partidos, sentando a la vez las bases de una política más noble, fundamentada en la libre participación en la esfera pública. Como escribió Hannah Arendt, la libertad sólo es posible entre iguales.

Ideología

Nuevos horizontes políticos

Falta de confianza en las instituciones, manipulación de la opinión pública, superficialidad de los programas políticos… tantas son las razones por las que los ciudadanos se desinteresan de la política. Y a pesar de todo, afirma el politólogo Michael Zürn en Die Zeit, el compromiso político está en alza, pero se ejerce mas allá de las fronteras nacionales. Se desarrolla en el seno de las ONG, conferencias y otras cumbres internacionales donde estos organismos reafirman su presencia. De esta forma, 55% de los alemanes consideran a las organizaciones internacionales como aptas para resolver problemas vinculados con la globalización, por el 11% que atribuyen esta tarea al Estado. Zürn aprecia una nueva línea de partición que toma el relevo de la visión tradicional de derecha-izquierda: "Integración contra separación". Aquellos que son favorables a la idea de sociedades más abiertas hacia el exterior contra los que luchan por el blindaje nacional. Estos grupos están enfrentados tanto en el debate sobre la inmigración en los Países Bajos, como en la polémica sobre la liberalización, la protección de la industria francesa o el futuro de la integración europea. "La ofensiva cosmopolita se juega en la arena internacional", se enfrenta a códigos, sabe movilizar a los medios de comunicación y se aprovecha, en consecuencia, de un tratamiento de favor. Mientras que "la defensa comunitaria se juega a nivel nacional" con mucho éxito. Según Zürn, es precisamente esta separación la que debilita la política en su conjunto: "por esta razón”, continua, "política y medios de comunicación deben alejarse del mito de un todopoderoso Estado nacional y confrontar a los ciudadanos con la complejidad de los asuntos internacionales."

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