La UE son las naciones. Y las naciones, sus pueblos

La UE es un imperio, expone el historiador Thierry Baudet. Una identidad correcta, siempre que no desprecie a las naciones sobre las que gobierna, responde el filósofo Roger Scruton, pues es ahí donde realmente brota el apego por una comunidad.

Publicado en 10 julio 2012 a las 10:46

Thierry Baudet realiza declaraciones polémicas en su libro y en su artículo de Handelsblatt de la semana pasada. Pero tiene razón en un aspecto: que el proyecto de la integración europea se basó en la creencia de que el nacionalismo y la autodeterminación nacional eran las principales causas de las guerras que arruinaron a Europa.Como consecuencia de esta creencia, la integración europea se concibió en términos de una dimensión, como un proceso de una unidad cada vez mayor, bajo una estructura centralizada de control. Cada aumento del poder central tenía que ir acompañado de una disminución de poder nacional.

En otras palabras, el proceso político en Europa tenía que dotarse de una dirección. No es una dirección que hayan elegido los europeos y cada vez que se les da la oportunidad de votar sobre ello, lo rechazan, de ahí que todo se hace para garantizar que nunca tengan la oportunidad de votar. El proceso evoluciona siempre hacia la centralización, el control de arriba hacia abajo, la dictadura de jueces y burócratas no elegidos, la cancelación de leyes aprobadas por los Parlamentos electos, los tratados constitucionales sin ninguna aprobación del pueblo y una moneda impuesta desde arriba y sin ninguna decisión clara sobre quién asume la carga de las deudas asociadas a la misma.

Europa es una civilización de Estados-naciones

El proceso se dirige siempre hacia el gobierno imperial, con lo que queda más que claro que lo contrario al nacionalismo no es Ilustración, sino Imperio. Y sólo una cosa se sigue oponiendo a este resultado y es el sentimiento nacional del pueblo europeo.

Como inglés y amante de la civilización de Roma, no me opongo al Imperio. Pero es importante reconocer lo que implica y distinguir las formas buenas de las malas. En mi opinión, las formas buenas sirven para proteger las lealtades y las costumbres locales bajo un palio de civilización y ley; las malas intentan extinguir las costumbres locales y las lealtades rivales y sustituirlas por un poder centralizado y sin ley.

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La Unión Europea posee elementos de ambas formas: pero sufre un defecto insoportable y es que nunca ha convencido a los europeos para que lo acepte. Europa es y en mi opinión siempre ha sido una civilización de Estados-naciones, basado en un tipo específico de lealtad pre-política, que es la lealtad que antepone el territorio y las costumbres a la religión y la dinastía en el orden de gobierno. Por lo tanto, si se les da la oportunidad de hablar, la gente de Europa expresará sus lealtades en esos términos. En la medida en que tengan lealtades incondicionales, lealtades que sean una cuestión de identidad en lugar de un acuerdo, asumen una forma nacional.

A la clase política de Europa no le gusta esto y como resultado, ha demonizado la expresión directa de los sentimientos nacionales. Si defiende a Juana de Arco y al país real, a la ‘isla coronada’ y San Jorge, a los sombríos bosques de Lemmenkäinen y los ‘Verdaderos Finlandeses’ que deambulan por ellos, o incluso a Henk e Ilsa, se le tachará de fascista, racista y extremista.

La lealtad nacional no tiene que ver con el racismo

Existe una liturgia de denuncia que se repite en toda Europa por parte de una clase política que influye para despreciar las lealtades normales mientras que a escondidas depende de ellas. Lo cierto es que el sentimiento nacional es, para la mayoría de europeos, el único motivo públicamente compartido y disponible que justificará el sacrificio en la causa común, la única fuente de obligación en el entorno público que no es una cuestión de qué puede venderse y comprarse.

En la medida en que la gente no vote para llenarse los bolsillos, votan también para proteger una identidad común del saqueo de los que no pertenecen a ella y que intentan despojarles de una herencia a la que no tienen derecho. La lealtad nacional no tiene nada que ver intrínsecamente con el racismo o el fascismo: su principal expresión se encuentra en el apego al territorio y a la comunidad que ha crecido en él.

Si algo nos ha quedado claro con la crisis actual es que cuando las cosas se tuercen, los políticos exigen sacrificio y esperan recibirlo. Pero ¿cómo se puede sacrificar alguien si no tiene sensación de pertenencia y cómo se puede sentir esa pertenencia si no hay fronteras que distingan "lo nuestro" de "lo suyo"? Debemos estar agradecidos a Thierry Baudet por plantear estas cuestiones y por iniciar un debate que necesitamos tanto en Gran Bretaña como en Holanda y el resto de naciones europeas.

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