También hay sitio para los euro-herejes

Los eurodiputados y funcionarios de Bruselas son frecuentemente considerados como miembros de una "religión", puesto que viven en un confortable entorno pro-europeo. Pero están surgiendo también otras voces discordantes.

Publicado en 19 julio 2012 a las 11:25

Derk-Jan Eppink es un hereje. El eurodiputado conservador no cree en el principio básico de la integración europea, el de “una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de Europa”, que estipulan todos los tratados desde 1957.

Eppink, un holandés que ocupa un escaño por un partido belga, es uno de los críticos más francos. “Se espera que todo el que llegue aquí esté de acuerdo con este concepto”, afirma. Los que no lo están son los no creyentes, los “herejes” y se les trata como parias. ”Nada más empezar a hablar, nos miran con desprecio. Los federalistas se marchan de la sala o empiezan a hablar entre ellos. Además, nos asignan menos tiempo para hablar. Daniel Cohn-Bendit [copresidente del grupo parlamentario de Los Verdes en la UE], a veces supera el tiempo asignado y nadie interviene. En cambio, si lo hacemos nosotros, suena el golpe del martillo”.

La comparación con la religión sólo es un poco exagerada. Bruselas es otro mundo, donde muchas personas están comprometidas fervorosamente con las noticias felices de una Europa unida. Un mundo en el que la mera mención a otra creencia (en una unión puramente económica o, Dios nos libre, en ninguna unión en absoluto) se considera un acto de primitivismo oscuro.

Esto ocurre sobre todo en el Parlamento Europeo, el campo de batalla de Eppink. La mayoría sin duda son más pro-europeos que los miembros del partido en sus países. Siempre están a favor de una mayor transferencia de poder, nunca en contra. Ahora mismo son los primeros que defienden la introducción de los eurobonos y otras medidas comunitarias para resolver la crisis.

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“Bruselas te cambia”

Esto se puede explicar por el hecho de que los más eurófilos de los partidos tienden a marcharse a Bruselas. Parte de la explicación también estriba en que los menos eurófilos suelen convertirse a medida que pasa el tiempo. “Se vuelven nativos”, como comenta un funcionario de alto rango. Y Eppink afirma: “Bruselas te cambia, como si te hubiera tocado la mano de Dios”.

Wim van de Camp, miembro del partido CDA [cristianodemócratas] es uno de los conversos. Llegó a Bruselas en 2009, tras 23 años en la Cámara Baja del Parlamento holandés, con la idea de detener el fervor normativo y reducir el presupuesto. Ahora, es uno de los responsables del nuevo y más pro-europeo rumbo del CDA.

“Así es”, afirma. “En parte es porque ahora tengo más conocimientos sobre la UE. Y en parte porque, se mire por donde se mire, la gente tiende a fusionarse con la empresa para la que trabaja. Ahora estoy más convencido que nunca de la utilidad y la necesidad de la Unión Europea”. Cuanto más tiempo se pasa allí, más se empieza a creer.

Además, como comenta el miembro del Partido Socialista holandés Dennis de Jong, Bruselas está configurada de tal modo que creer presenta una serie de ventajas: “Si demuestras que estás a favor de los Estados Unidos de Europa, se te abren puertas automáticamente. Por ejemplo, a mí no creo que me inviten en breve a la oficina de Herman Van Rompuy”.

Y lo mismo ocurre en las actividades diarias, cuenta De Jong. “Si haces tu trabajo como es debido, puede que llegues a presidir algún Comité Parlamentario. Recibes una recompensa por tu trabajo parlamentario y eso es algo pro-europeo por definición. El refuerzo positivo es inmenso. Es difícil mantener los pies en la tierra”.

El evangelio de “una unión cada vez más estrecha”

Además del Parlamento, la Comisión es sin lugar a dudas pro-europea, pero tal y como demuestran las conversaciones anónimas con tres funcionarios de alto rango, es más pragmática que ideológica. “No todos somos creyentes”, afirma uno de ellos, que trabaja en el departamento de Ampliación [Dirección general]. “En realidad existen dos grupos de funcionarios: el grupo que simplemente hace su trabajo y el grupo que son creyentes de verdad. Este segundo grupo es cada vez menor”.

Las cosas eran distintas antes, comentan los funcionarios, dos de los cuales llevan veinte años trabajando para la Comisión. Antes aún tenían la idea de que trabajaban en una tarea histórica. Ahora, el funcionamiento es mucho más parecido al de una empresa. “La UE existe, la integración europea es una realidad”, afirma alguien que trabaja en la Dirección General de Competencia. “Ahora la cuestión es: ¿cómo asegurarse de que funciona? Todo es mucho más tedioso de lo que la gente cree”.

Por ello hay pocas discusiones políticas sobre la dirección que debe emprender ahora Europa. Al fin y al cabo, son funcionarios, independientemente de lo exótica que parezca la Comisión. Por definición son apolíticos, tecnócratas y conversan sobre fútbol cuando se encuentran en la fuente de agua, no sobre los pros y los contras de una unión bancaria europea.

Malos tiempos para los profetas

Desde comienzos de 2010, por primera vez el número de personas que no confían en la UE es superior a los que confían en ella. La Comisión Europea empieza a notarlo. Hace poco, algunos funcionarios encontraron unas pegatinas en sus coches con el dibujo de un hombre que utilizaba la corbata para colgarse. Y en ellas se podía leer: “Eurócrata, emplea tu corbata para algo útil” [Eurocrate, sers-toi de ta cravate]. Un mes antes, otros vivieron momentos de miedo cuando “un grupo de activistas de izquierda” les rodearon en el metro y les tendieron una emboscada. Los sindicatos de la Comisión redactaron una carta en la que expresaban que siempre se habían producido algunos “ataques”, pero que desde que se inició la crisis del euro, han aumentado tanto en número como en magnitud.

Corren malos tiempos para los profetas. La crisis está poniendo a prueba su fe. “Los creyentes comienzan a dudar”, opina Eppink. Cuenta que últimamente prestan más atención cuando hablan él o uno de sus hermanos políticos. “Tenemos la autoridad intelectual”, opina.

Las elecciones dirán si en Países Bajos piensan lo mismo. Más o menos Europa. “Es algo positivo”, opina el funcionario del departamento de ampliación. “Es la prueba de que la integración es algo real. Antes, todo el mundo estaba de acuerdo. Pero entonces no se discutía nada. Ahora sí”.

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