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Poniéndose cómodo. Nicolas Sarkozy en el Parlamento marroquí de Rabat en 2007.

Sarkozy, nuevo rey de Europa

Europa ya no es la misma, especialmente vista desde Berlín. La crisis financiera y las medidas de reflotamiento del euro han sacudido la Unión de arriba abajo. Y el timonel alemán ha fracasado. Ahora, constata Berliner Zeitung, los franceses deben tomar las riendas.

Publicado en 12 mayo 2010 a las 15:16
Poniéndose cómodo. Nicolas Sarkozy en el Parlamento marroquí de Rabat en 2007.

La política es un oficio cruel. Victoria y derrota van mano a mano de manera frecuente, e igualmente el triunfo y el fracaso. A veces se puede perder todo en cuestión de semanas. El último ejemplo hasta la fecha: Angela Merkel, canciller alemana. A finales de marzo, todavía era la reina de Europa. Había mandado en la cumbre de Bruselas en primavera. Y había dictado sus condiciones mientras se negociaban las bases del paquete de medidas para salvar a los griegos. Para ella, no había que hacer nada, y los demás Estados debían resignarse a ello. Seis semanas más tarde, la antigua soberana parece haber sido destronada. Su prudencia no ha llevado a nada. Su poder se ha erosionado, tanto en Alemania como en Europa. Cuando, el pasado fin de semana, los Estados de la UE concibieron de un día para otro un gigantesco plan de urgencia para salvar al euro, fue Francia la que tomó las riendas- en estrecho acuerdo con Italia y otros países mediterráneos-.

Estos hechos recientes son señal de ruptura. La crisis financiera y las medidas de reflotamiento de la zona euro van a transformar la Unión Europea por completo. Y será ahora más francesa y menos alemana. No solamente porque el presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha sabido situarse como el gestor de la crisis con una visión a largo plazo, mientras que Merkel estaba más centrada en las elecciones regionales [de Renania del norte-Westfalia, el 9 de mayo]. En el futuro, la política en Europa se hará a la francesa. Y los métodos y las instituciones también.

Sarkozy se acerca a su objetivo

De un solo golpe, a finales de la semana pasada, los alemanes han cedido un lugar que hasta hace bien poco era sagrado para ellos. De ahora en adelante, las cosas funcionarán como París interprete: bajo su forma actual, el pacto de estabilidad del euro, invención alemana, resulta completamente inservible. Porque el pacto ya no garantiza la estabilidad de la moneda única, sino que lo hace el plan de 110.000 millones de euros para los griegos, y el escudo de 750.000 millones previsto para otros Estados que puedan potencialmente quebrar. También se ha descartado la prohibición de ayudar a los Estados en apuros. En los últimos meses, los alemanes habían empuñado esta cláusula como protección para hipotéticas quejas desde Karlsruhe [sede del Tribunal Constitucional alemán]. Los franceses estaban lejos de estos planteamientos. Y finalmente son los suyos los que se han impuesto.

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Sarkozy se acerca a su objetivo de crear un gobierno económico entre los dieciséis miembros de la zona euro. Es este grupo el que, en efecto, ha tomado las decisiones cruciales el pasado fin de semana. La Comisión Europea se ha visto relegada al rango de maniobras. Sin embargo hay un punto común: todos los países de la zona euro van

comprendiendo poco a poco que a partir de ahora nada será posible sin un liderazgo político y un refuerzo neto de la coordinación económica entre socios. Hasta ahora, los alemanes siempre han permanecido sordos a este discurso. Desde ahora, Europa dispondrá de un gobierno económico, sea éste oficial o no. La Unión Europea no tiene otra

opción si quiere remediar los errores estructurales de su moneda.

Alemania no ha pasado la gran prueba

La visión del Banco Central Europeo (BCE) es, como la francesa, la que predomina hoy. Concebido según el modelo alemán del Bundesbank en tanto que se trata de una institución independiente, el BCE se ha dejado embarcar en el acuerdo alcanzado en Bruselas el pasado fin de semana. Incluso se declaró preparado, en caso de urgencia, para recomprar las deudas de los Estados al borde de la quiebra. Su independencia ya no es más que un recuerdo. El Banco Central no es ya sino el ejecutor de los órganos políticos. La cosa no sólo es inédita, sino revolucionaria.

Pero no seamos ingenuos. No hay que creer que la visión alemana tomará la iniciativa para poner las cosas en su sitio una vez que se calmen las Bolsas y la crisis financiera quede atrás. Una semana habrá bastado para que los tabús europeos caigan uno detrás de otro. Cuando los socios europeos comiencen a reflexionar sobre las consecuencias de esta crisis del euro y a definir las nuevas reglas del juego en el seno de la unión monetaria, los alemanas se encontrarán en una delicada posición. Su modelo europeo no ha pasado la prueba. Y ejemplo de ello es que también han suscrito el vasto plan de salvación de la moneda europea.

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