La banca se come a Grecia.

Los rescates están acabando con Europa

Los enormes y crecientes rescates económicos, primero de Grecia y después de la Eurozona, no están contribuyendo en absoluto a calmar el nerviosismo de los mercados internacionales. El problema es que las naciones han hipotecado su destino, a costa de sus ciudadanos, en base a un frágil sistema bancario.

Publicado en 17 mayo 2010 a las 15:22
La banca se come a Grecia.

Estamos viviendo un momento verdaderamente histórico. El enorme repunte que siguió al rescate del euro se ha venido abajo y el valor del euro ha caído. Una de las consecuencias de todo esto es que los mercados no están convencidos de que el enorme rescate orquestado por la UE, el FM y el BCE sea suficiente.

La gente se pregunta el porqué de haber firmado semejante cheque. ¿Cuál será la contrapartida? Para que tales garantías resulten válidas, ¿no debería existir una mayor integración en Europa? Si bien la élite europea parece desearlo, los ciudadanos europeos no. Cuando se les propuso, Francia, Holanda e Irlanda se mostraron contrarios a una mayor integración (cierto es que nosotros volvimos a votar); pero lo que se siente en la calle es que los franceses desean seguir siendo franceses y soberanos, al igual que los holandeses y, sin lugar a dudas, los alemanes, daneses y griegos opinan lo mismo.

La estructura financiera europea es una reminiscencia de la Primera Guerra Mundial

De modo que los ciudadanos y la élite bancaria van en direcciones opuestas. Como resultado de este inestable sistema de pagarés que mantiene unidas a las infraestructuras financieras de los países, podemos apreciar una división entre los intereses de la población y los intereses de la élite. Esta desconexión entre el Estado y la ciudadanía nos lleva a un espectáculo en el que un ministerio de Finanzas, que se supone que trabaja sirviendo a los intereses del ciudadano medio, toma decisiones que dan validez a contratos bancarios ya existentes y que nada tienen que ver con el mencionado ciudadano medio —a pesar de que es éste quien paga las consecuencias—.

Pero volvamos la vista atrás un momento. Desde el punto de vista histórico, la estructura financiera de Europa en su totalidad recuerda de manera inquietante al sistema de alianzas anterior a la primera guerra mundial. ¿Cómo se explica que, cuando un nacionalista serbio mató en Bosnia al heredero del trono austríaco, una pelea local entre Serbia y el Imperio Austríaco terminara con jóvenes dublineses muriendo en las trincheras belgas? De manera similar, ¿cómo puede ser que cuando el gobierno griego falló en el control de su gasto se suspendiera una solicitud de préstamos en Waterford?

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El contagio afecta a todos

Cabe recordar que las alianzas de 1914 se crearon para prevenir la guerra si bien, al final, desembocaron justamente en lo contrario. Ahora piense en las alianzas financieras de hoy en día. El hecho de que exista el euro quiere decir que los países están unidos los unos a los otros, y no sólo en lo que a política se refiere. El adhesivo subyacente que mantiene estas alianzas son los enormes préstamos existentes entre los bancos de la eurozona. Por ejemplo, nuestros bancos deben, sólo a los bancos alemanes, 129 mil millones de euros, cifra cercana a la suma de nuestro PIB. Cuando Grecia se tambalea se produce una brecha y los bancos alemanes comienzan a preocuparse por si los griegos pudieran dejar de pagar sus préstamos.

De este modo, debido al nerviosismo de los banqueros, comienzan a cuestionarse también los préstamos irlandeses. Con todas estas dudas planeando sobre los préstamos concedidos, nadie presta más dinero a los bancos irlandeses, por lo que la solicitud de préstamo comercial prevista en Waterford se cancela. El desempleo crece en Waterford pero también en el resto del país, lo que mina aún más nuestra economía. De modo que el virus del que tanto hemos oído hablar se contagia de unos a otros todo el tiempo. Es el equivalente financiero de ver entrar en la guerra por un lado a Alemania, defendiendo a Austria, y por otro a Rusia apoyando a Serbia, al tiempo que Francia y Reino Unido prestan su apoyo a Rusia. De pronto, en lugar de tener una crisis griega o una crisis de la periferia europea, lo que tenemos es un pánico global de todo el continente que acarrea una respuesta dramática. Cuando estalló la primera guerra mundial, todo el mundo estaba inundado de sentimientos patrióticos, pero la mayoría confiaba en que unas cuantas escaramuzas harían que la razón volviera a imponerse y que todo acabara antes de Navidad. No fue el caso.

Crear la Europa de las dos velocidades y empezar de nuevo

Ahora, piense en el enorme rescate. En un principio los mercados estaban eufóricos, pero sólo 24 horas más tarde habían perdido esa seguridad. Si los mercados se encogieron de hombros por el rescate de Grecia de 120 mil millones de euros la semana pasada, no resulta demasiado sorprendente que hagan lo mismo con el rescate de 750 mil millones de euros de toda Europa. El “continuo rescate creciente” nos pone en grandes aprietos, pues si resulta no ser suficiente, ¿qué vendrá después? Cada rescate deberá superar al último realizado, lo que mina su credibilidad, ya que muchos países se han quedado sin dinero, núcleo principal del problema.

Al igual que en la primera guerra mundial, la euforia inicial se desdibuja y la población se da cuenta de que le queda un largo y duro camino por delante. ¿Estamos dispuestos a padecer una mayor austeridad para salvar un sistema de alianzas bancarias? No estoy seguro de que el griego, el español o el irlandés medio tenga estómago para aguantar lo que está por venir. La alternativa obvia de pedir prestado dinero para solventar un problema causado, en primer lugar, por un exceso de préstamos, es orquestar una mora organizada, pensar que con la moneda única no podemos competir con Alemania, crear una Europa de dos velocidades y volver a empezar. Pero algo tan obvio no podría funcionar nunca, ¿o sí?

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