No queremos ser los payasos de Europa

Un periodista húngaro se lamenta de que la escalada nacionalista que viven los gobiernos húngaro y eslovaco no es sólo peligrosa para sus poblaciones, sino además absurda, ya que los europeos occidentales reafirman sus prejuicios sobre la región.

Publicado en 24 mayo 2010 a las 13:46

Robert Fico y sus acólitos del partido nacionalista eslovaco alzan la voz. Mantengamos la sangre fría y pongamos los puntos sobre las íes. La nueva Asamblea Nacional propone una ley sobre la doble ciudadanía. Ésta podrá concederse a todos los magiarófonos que vivan fuera de las fronteras y la soliciten individualmente durante un proceso acelerado [el texto podría entrar en vigor el 20 de agosto, el día de la fiesta nacional húngara]. La modificación de la ley actual se realizará según el ejemplo rumano. Pero obsérvese que esta cuestión se regula de la misma forma en Eslovaquia, en Serbia y en numerosos países europeos. Puesto que los húngaros de Transilvania, de Eslovaquia, de Voivodina y de Ucrania han solicitado la doble ciudadanía a través de sus representantes legítimos, el gobierno tiene la obligación moral de concedérsela.

La magiarofobia no responde a los intereses del país

No es anecdótico que sólo Bratislava critique esta medida. Bucarest y Belgrado han acogido la acción con comprensión, mientras que Kiev ha dado su aprobación tácita. La política realizada por Robert Fico y su socio de coalición [el Partido Nacional Eslovaco, de extrema derecha] dejaba prever este número de circo, aunque la alegación de la seguridad nacional eslovaca es una locura. Sin embargo, al contrario que la ley sobre el idioma eslovaco [que impone el uso del eslovaco en las administraciones, excepto en los municipios con más de un 20% de habitantes húngaros], la ley sobre la ciudadanía húngara no perjudica a nadie. Muchos han entendido el mensaje. Y, aunque la campaña legislativa se encuentra en pleno apogeo, la oposición de centro derecha no se ha posicionado tras Fico.

Puede que se acerque el día en el que la mayoría de los electores eslovacos comprenda que la magiarofobia escandalosa de Fico no sirve a los intereses de Eslovaquia, sino a los de aquellos que se alegran con los líos de Europa Central. Dejemos de ser ilusos: la Unión Europea sigue estando integrada por personas del Oeste y por personas del Este. La sonrisa de los dirigentes políticos occidentales oculta la condescendencia con respecto a "estos pueblos postcomunistas". Para ellos, esta región, marcada por la era comunista, constituye ante todo un excelente mercado y este concepto excluye cualquier tipo de solidaridad. Las grandes potencias occidentales que dirigen la UE y el continente según sus intereses económicos se disgustarían con la aparición de una unidad fuerte y homogénea en Europa Central en torno a una serie de intereses comunes.

Un contrapeso oriental a la Europa occidental

El pasado otoño, el presidente francés, herido en su amor propio, lamentó que los cuatro países del Grupo de Visegrád [Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría] hubieran celebrado una reunión antes de la cumbre europea. Sarkozy les aconsejó entonces que no tomaran por norma la celebración de estas reuniones previas. La inquietud de los franceses debería servir de aliciente para nuestra región. Alrededor de un eje norte-sur, de Polonia a Eslovenia, pasando por Rumanía, por los desarrollos de las infraestructuras, la cooperación energética, la explotación de los mercados vecinos, la representación común de los intereses agrícolas, estos países podrían constituir un contrapeso en el Este del continente, lo que beneficiaría a toda la Unión.

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¿Cuántos años hacen falta aún para que los políticos de nuestra región se den cuenta de que, al caer en las trampas de las peleas fútiles, desaprovechan la oportunidad de defender los auténticos intereses nacionales? Porque Fico el magiarófobo y los nacionalistas húngaros anclados en el pasado no defienden los intereses de su nación, sino los de aquellos a los que conviene que esta región no pueda nunca representar una fuerza unida ni ocupar el lugar que merece en la Europa común.

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