¿Los reconoces? Alemania, Francia e Italia según el artista checo David Černý en su instalación "Entropa" (detalles).

Se reavivan los prejuicios

"Unida en la diversidad": el lema de la UE definió mucho tiempo la riqueza de un continente todavía marcado por la guerra. Pero con la crisis, parecen haber revivido los antagonismos entre los europeos.

Publicado en 27 mayo 2010 a las 14:47
¿Los reconoces? Alemania, Francia e Italia según el artista checo David Černý en su instalación "Entropa" (detalles).

Los italianos y los españoles son perezosos y poco fiables, los griegos son unos tunantes. De los noruegos y los daneses, mejor no hablar. Cuando era joven, con estos juicios se definían las nacionalidades. Más tarde prácticamente desaparecieron. O al menos ya no eran confesables, por lo que es una auténtica ironía de la historia ver cómo actualmente vuelven a cobrar fuerza en Europa.

Si vuelven está claro que es gracias a la situación económica en el sur del continente. Y este "gracias a" no es sólo irónico: quizás sea el momento de recordar a los europeos que siguen sin mostrar interés por los demás, que siguen siendo extranjeros, a pesar de los decenios de grandes discursos y de profesiones de fe con respecto a una comunidad europea de la que parece que nos cuesta tanto estar convencidos, tanto si es una cuestión de corazón como de razón. La diversidad europea puede ser enriquecedora y pintoresca, pero si anteponemos lo que nos distingue a lo que nos une, acabaremos mal.

La paz, único ideal europeo

Las dos guerras mundiales que ha soportado el continente son prueba suficiente de ello. Cuando volvió la paz, precisamente se hizo hincapié en lo que teníamos en común. Europa ocupó el primer plano, en detrimento de los Estados-naciones y se fijó un objetivo operativo: no más guerras.

Este objetivo simple y transparente funcionó tan bien durante tanto tiempo, que los jóvenes europeos de hoy se encogen de hombros cuando se hace mención a esta idea: para ellos, la paz es algo que se da por sentado. Han visto la guerra por televisión, o lo imaginan como algo muy lejano; incluso los conflictos que inflamaron los Balcanes en el siglo XX no parecen haber quebrantado su convicción de que la guerra es algo que pasa "en otros lugares", y no "aquí". No obstante, y ahí está el dilema europeo, Europa no ha logrado fijarse otro ideal que el de la paz.

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¿Viajar en avión a precio reducido, servicios telefónicos más económicos? ¿No tener que soportar colas de espera en los puestos fronterizos? ¿Estudiar o hacer negocios con más facilidad en el extranjero? ¿Comer pizzas en el norte de Suecia y salmón en Sicilia? Todo eso está muy bien y para la mayoría, estos progresos son fruto de la cooperación europea. Pero aquí dentro no hay nada que haya conferido a los suecos del Norrland o a los sicilianos una identidad europea además de su identidad local.

La ampliación no nos une más

La caída del comunismo y la ampliación hacia el Este podían haber dotado a Europa de un nuevo objetivo operativo. Quizás era una ocasión histórica. Más de 100 millones de europeos habrían tenido la posibilidad de volver a una Europa basada en principios democráticos. Pero si para ellos esta comunidad no es una evidencia, ni siquiera un objeto de deseo, ¿el comunismo fue sólo un simple paréntesis? Entonces, la cosa va realmente mal.

Pero me temo que no es el caso. Hoy nos desentendemos de los europeos del Este como siempre lo hemos hecho con los europeos del Sur. Y ocurre lo mismo a la inversa. Actualmente, los europeos del Oeste sin duda asocian más esta ampliación hacia el Este a la corrupción y a la delincuencia que a un enriquecimiento para sus vidas. En cualquier caso, lo que está claro es que los europeos de hoy están menos unidos de lo que los europeos de ayer estaban unidos a la paz. Por ello, el objetivo que plantea la ampliación no es ni operativo ni unificador para Europa. Pero ¿con qué se puede sustituir?

¿Una nueva catástrofe para un nuevo objetivo?

La guerra es, como se sabe, la madre de todas las cosas: la Europa que conocemos hoy es fruto de una catástrofe y es el motivo por el que la paz era el único objetivo factible. Quizás haya que esperar a que se produzca una nueva catástrofe para volver a establecer un objetivo común. Sin embargo, esto significa que la situación actual es el estado normal de las cosas: una Europa profundamente desunida, egocéntrica y fragmentada que se reúne por necesidad, pero ¿durante cuánto tiempo? Las élites políticas, más atemorizadas que decididas, han declarado su adhesión a esta Europa, mientras que esta comunidad parece dejarnos a nosotros, los ciudadanos, bastante indiferentes.

Por ello, un griego sigue siendo un griego. Es decir, un ladrón. Un alemán es un alemán. O lo que es lo mismo, un nazi y un criminal de guerra. Y un sueco es un autista que se queda al margen y que es el más listo de todos. Bajo el barniz europeo en vías de agrietamiento (una Europa con una bandera y un himno) parecen subsistir todas nuestras singularidades, diferencias y particularidades históricas. Y como nadie se preocupa por someterlas a ningún filtro de análisis, pueden volver a tomar la forma de prejuicio en la mentalidad popular. Por ello nos encontramos en esta situación. Tras varias noches griegas sin estrellas, los bellos discursos europeos han dado paso a los sarcasmos.

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