Artur Mas en un mítin en el Palau Sant Jordi de Barcelona, el 26 de noviembre de 2010.

El desafío de Artur Mas

España no sólo se encuentra en medio de una abrumadora crisis económica, sino que además se enfrenta a la posibilidad de una crisis constitucional, después de que el líder nacionalista Artur Mas, presidente de la Generalitat de Cataluña, expresara su intención de convocar unas elecciones que en muchos sentidos se considera un plebiscito sobre la independencia. Un perfil.

Publicado en 2 octubre 2012 a las 10:48
Artur Mas en un mítin en el Palau Sant Jordi de Barcelona, el 26 de noviembre de 2010.

Resulta extraño, incluso en España, que un Parlamento debata en detalle sobre los motivos de la Guerra de Sucesión Española, interpretada mayoritariamente como una lucha sobre el equilibrio de poder a principios del siglo XVIII en Europa. Según señalaron los diputados del Gobierno español a sus homólogos catalanes esta semana, no se trató de una guerra de secesión, aunque al final a Cataluña se le despojara de los atributos de autogobierno, al haber apostado por el bando perdedor. En España la historia siempre se mantiene viva.

Artur Mas, presidente de la Generalitat catalana, acababa de salir de una reunión en Madrid con las manos vacías, al no haber podido negociar un nuevo pacto fiscal con Mariano Rajoy, el presidente español. Inevitablemente, afirmó que se había desperdiciado una “oportunidad histórica” de que Cataluña pudiera seguir encajando cómodamente dentro de una España plurinacional.

Crisis constitucional, fiscal y de la eurozona

De vuelta a su propio parlamento en Barcelona, Mas convocó súbitamente elecciones anticipadas que sin duda se convertirán en un plebiscito sobre la secesión de Cataluña de España y, por si Madrid no se hubiera percatado de ello, Barcelona votó para convocar un plebiscito sobre el derecho de Cataluña a la autodeterminación. De este modo, una enorme crisis constitucional, en la que está en juego el Estado español con sus fronteras actuales, ahora se chocará de frente con la crisis de la eurozona y la crisis fiscal.

Las peleas en este enfrentamiento familiar ya son complicadas y tendenciosas pero, ahora que la política de identidad comienza a invadir el debate razonado, se vuelven viscerales. Sin embargo, es insólito que Mas sea un precursor del separatismo revolucionario.

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Hasta ahora, siempre ha parecido ser un nacionalista de la coalición Convergència i Unió, la encarnación de la burguesía catalana y sus valores mercantiles tradicionalmente prudentes. CiU ha dominado Cataluña desde que se restableció la autonomía tras el fin de la dictadura de Franco, a finales de los años setenta y este partido es famoso en la política catalana por su ambigüedad filosófica sobre la independencia y en España en general por su condición de ambidiestro, ya que se ha aliado en varias ocasiones tanto con la izquierda como con la derecha en Madrid.

Una marcha forzada hacia la soberanía

Mas llegó al poder, al igual que Rajoy, tras su tercer intento en 2010. De formación tecnócrata, fue elegido tras realizar la promesa de garantizar un mejor acuerdo presupuestario con Madrid. En definitiva, el Gobierno catalán reclama el derecho de recaudar sus propios impuestos, algo que ya hacen los vascos. Con la autonomía fiscal como núcleo de su autogobierno, los vascos han logrado que resucite su economía industrial antes moribunda y la han convertido en un centro neurálgico de ingeniería que ahora constituye la región más próspera en España. En cambio, Cataluña ha bajado puestos en la liga de la riqueza.

Con una economía del tamaño de la de Portugal, registra la mayor deuda de todas las comunidades autónomas. Las autoridades y los economistas catalanes dicen que serían solventes si gozaran de un pacto similar al de los vascos, que transfieren hasta diez veces menos per cápita a las arcas españolas que ellos. Según afirman, Cataluña entrega a Madrid alrededor de 18.000 millones de euros año, es decir, el 9 por ciento de la producción económica [un cálculo que representa una cifra muy superior a la de otras fuentes, que tienen en cuenta las aportaciones que realiza a su vez el Estado a Cataluña], una cantidad que supera las demandas de la transferencia equitativa a las regiones más pobres, que numerosos sistemas federales limitan a alrededor de la mitad de ese nivel.

De este modo, mientras inicia una marcha forzada hacia la soberanía nacional, Mas se encuentra pidiendo a Rajoy un rescate fiscal de 5.000 millones de euros. Si sólo fuera una cuestión de dinero, el líder catalán de mandíbula cuadrada parecería un tanto ridículo.

Pero el sentimiento separatista que ahora intenta dirigir empezó a crecer mucho antes del inicio de la crisis financiera. El clamor por la independencia se generalizó después de que el Tribunal Constitucional en Madrid revocara el aumento de la autonomía catalana, lanzada por el Gobierno regional socialista en 2006 y refrendada por el Parlamento español y catalán. La estrategia del pacto fiscal de Mas, que el Gobierno de centro-derecha de Rajoy nunca iba a tolerar, ahora parece como un trampolín táctico hacia un movimiento de soberanía más amplio. Tan amplio como se reveló a una sorprendida España este mes durante la Diada, la conmemoración anual de la derrota de Cataluña en 1714, cuando más de un millón de separatistas ocuparon las calles de Barcelona. Pero, ¿Mas lidera o sigue este alzamiento aparentemente elemental?

Poesía simbolista y cláusulas subordinadas

Artur Mas, un hombre austero, disciplinado y católico devoto, que ahora tiene 56 años, se educó en el Liceo Francés de Barcelona, donde descubrió la poesía simbolista y las serpenteantes cláusulas subordinadas, antes de formarse como economista. No cuenta con un pedigrí antifranquista, se unió a CiU en 1987, pero rápidamente se convirtió en el heredero consagrado de Jordi Pujol, que dirigió la Generalitat desde 1980 a 2003. Pujol era la personificación del catalanismo, que, a diferencia del separatismo, pretendía desarrollar la cultura, el idioma y la identidad histórica de Cataluña dentro de los límites del Estado español. La evisceración constitucional del estatuto de autonomía reformado convenció a Mas, al igual que a Pujol, su antiguo mentor, de que Cataluña tenía que seguir su propio camino.

“Mas siempre quiso la independencia, pero la decisión [del Tribunal Constitucional] de eliminar la palabra “nación” del estatuto fue la gota que colmó el vaso”, afirma Edward Hugh, economista y residente desde hace tiempo en Cataluña. “La propuesta de pacto fiscal en realidad sólo fue una forma de conseguir el respaldo de secciones más amplias de la sociedad catalana. Luego se produjo la manifestación [Diada] y el descubrimiento de que una gran parte de la sociedad no estaba detrás, sino por delante de él. Creo que en ese punto dio el salto. Ve una oportunidad de hacer historia y quiere aprovecharla”.

Rajoy hará todo lo posible para evitarlo. La vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, advirtió el martes que el Estado español era el único que podía convocar un referéndum legalmente. “No sólo existen instrumentos jurídicos e institucionales para impedir el referéndum, sino que además hay un Ejecutivo dispuesto a usarlos”, dijo amenazante.

Está claro que la historia influirá en el resultado. “Los líderes son personas que interpretan el significado de cada momento histórico”, afirmó Mas en su investidura y “es el deber del Gobierno no cerrar las puertas a la voluntad del pueblo”.

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