Los “euroeufóricos”, nuestros amigos más peligrosos

Están los euroescépticos, los eurófobos y los euroeufóricos. Estos partidarios de la idea federal se encuentran tanto entre los intelectuales como entre los responsables políticos y son al menos tan peligrosos como los primeros. Porque, en opinión de Die Zeit, se sirven de la Unión Europea para fines ideológicos.

Publicado en 22 octubre 2012 a las 15:28

Europa es la última ideología lícita. Más concretamente, es lo que hacen de ella algunos de sus propagandistas más entusiastas. Europa no merece un tratamiento así y debe protegerse de sus más ardientes defensores.

Porque, ante todo, Europa es un andamiaje precario, venerable y al mismo tiempo frágil y que además se encuentra en plena crisis. Con la Unión Europea, Europa ha desarrollado su historia y su futuro mudando la piel perpetuamente. Debido a la crisis, estas mudas son un poco más frecuentes que al principio y la última hasta la fecha ha sido la cumbre de Bruselas contra la crisis. Ahora se trata de sustituir las medidas transitorias por un marco sólido. La forma precisa que éste último debe adoptar es objeto de muchas controversias, como suele ser habitual en Europa.

Perfecto. Pero Europa no se resume únicamente en eso. También la utilizan como un elemento disuasivo muchas de las personas a las que les asusta la globalización, las que no están dispuestas a rascarse el bolsillo por otros países o regiones, así como aquellas agitadas por una rabia insaciable y que han hecho de la Unión Europea el objeto de su odio.

Por último, existe una tercera Europa, la de los euroeufóricos, esas personas que quieren el máximo de Europa posible y lo más rápido posible. Convierten a la UE en una visión del mundo y la transforman en ideología.

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Lo que nos espera es mucho peor

A diferencia de los populistas eurófobos como Umberto Bossi en Italia, Geert Wilders en Países Bajos o incluso los Verdaderos Finlandeses [hoy rebautizados como “Los Finlandeses”], las ideologías de la UE no se marginalizan en absoluto, sino que tienen un gran peso en el debate y sus argumentos reaparecen de forma edulcorada en los discursos de muchos responsables políticos, como es el caso del jefe del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, o incluso el de [ministro de Finanzas alemán] Wolfgang Schäuble. Con frecuencia los esquemas del pensamiento ideológico contaminan el debate y, en el peor de los casos, alientan a los populistas de derecha.

Los portavoces de estos euroeufóricos son intelectuales de renombre como Ulrich Beck, Robert Menasse o Daniel Cohn-Bendit. Ahora bien, al intentar ahuyentar los demonios del pasado mediante una Europa totalmente integrada, compuesta por Estados-naciones reducidos a entidades insignificantes, lo que hacen precisamente es reconciliarse con el pasado, con la ideología y con el "wilhelminismo" [deseo de grandeza nacional característico del reinado del emperador Guillermo II (1888-1918)].

Actualmente, en su manifiesto europeo [¡Somos Europa!, redactado conjuntamente por Daniel Cohn-Bendit y Guy Verhofstadt], esbozan una imagen especialmente oscura del continente, dando a entender que lo que nos espera es mucho peor si no emprendemos de inmediato la obra de la integración total de la Unión… "La influencia de nuestra civilización de dos milenios de antigüedad corre el riesgo simple y llanamente de esfumarse".

Pero el desastre no acecha únicamente a Europa. El mundo también corre graves peligros, como "litigios comerciales de gran alcance y nuevos conflictos militares internacionales".

El mayor salto hacia delante

¿Cómo han llegado a esta conclusión unos personajes tan sensatos? La empresa a la que se lanzan hoy los euroeufóricos resulta paradójica: ahora que Europa es presa de la sinartrosis y de dificultades sin precedentes, pretenden que dé el mayor salto hacia delante de su historia. Exponen que, cuanto más duros sean los tiempos, más rápido tenemos que avanzar. Algo que, evidentemente, va totalmente en contra del sentido común: independientemente de quién lo defienda, cuando algo funciona mal, es preferible dar muestras aunque sea de un poco de prudencia. Precisamente por este motivo, Daniel Cohn-Bendit y Guy Verhofstadt ennegrecen su imagen apocalíptica.

Karl Popper, el gran filósofo de la razón, identificó como un signo característico de las ideologías el hecho de que no es posible demostrar su falsedad, y por lo tanto, su caracter irrefutable. Y esto también se aplica a los euroeufóricos.

Ante la más mínima disfunción de la UE, ante la más mínima duda razonable cuando se plantea la pregunta de saber si vamos por el buen camino, responden: para paliar las debilidades de la UE, sólo existe una solución: ¡(mucha) más UE! Está claro que la gente se suma a un razonamiento así únicamente porque no conoce otra puerta de salida.

El objetivo es precisamente hacerles creer en la ausencia de una salida. "Ser o no ser", o incluso: "Es ahora o nunca y ¿quién lo hará, sino nosotros?", que es lo que se expone en todas las guías ideológicas del último siglo. Con Daniel Cohn-Bendit y Guy Verhofstadt, nuestros dos exaltados de la escena política europea, esto lleva a una postura singular, casi revolucionaria. Interpelan de forma impetuosa a sus camaradas eurófilos imaginarios: "Por temor a complicarse, por cobardía y falta de visión, demasiados jefes de Estado y de Gobierno prefieren no ver lo que está en juego. Tenemos que despertarles. No dejemos que pasen ni un día de descanso".

El uso del término "cobardía" es interesante, ya que da a entender que, si Angela Merkel o el presidente de la República Francesa, François Hollande, no quieren dar ese salto hacia delante, es únicamente por miedo a no ser reelegidos. Ahora bien, si esto es así, es porque sencillamente no hay mayorías para estas ideas en Europa, porque la gente aún no tiene suficiente miedo y porque tampoco está dispuesta a dejarse llevar.

El escritor austriaco Robert Menasse también expone una imagen de su sentido de la reserva, pero pierde la paciencia y pretende hacer limpieza: "A medio plazo, también se pueden suprimir los Parlamentos nacionales. Con ello evitaríamos tener que enfrentarnos a ciertos absurdos, como el bloqueo de la política presupuestaria común por parte de David Cameron, para proteger a los especuladores de su ‘City’, si bien Gran Bretaña ni siquiera forma parte de la Unión Monetaria Europea". Por lo tanto, la idea es la siguiente: Robert Menasse piensa que se puede condenar al silencio a los ciudadanos (y eclipsar sus intereses) simplemente despojándoles de la posibilidad de expresarse por la vía parlamentaria.

Masas adormecidas por el sistema

También regresa el antirreformismo a esta ideología europea. Al igual que bajo la República de Weimar los comunistas acusaban a los social-demócratas de reformismo, hoy Daniel Cohn-Bendit y Guy Verhofstadt instan a las masas europeas revolucionarias a no dejarse adormecer por el sistema: "Se impone una revolución radical. Una revolución europea de gran alcance". "Rechacen las reformas demasiado tímidas".

El argumento de que únicamente la integración permitirá a Europa afirmarse en un mundo en continuo cambio, ante las grandes potencias que constituyen Estados Unidos, India, Brasil, Rusia y China, no está exento de fundamento. Pero esta afirmación ante el mundo constituye un argumento frío y pragmático con un trasfondo de wilhelminismo. Europa desea tener un lugar influyente en el mundo. Es legítimo, pero no debería hacer un campo de batalla así de este asunto. Sobre todo porque los Estados con los que Europa tendrá que interactuar en el futuro son esencialmente Estados-naciones.

La cuestión por lo tanto no sería "nación sí o nación no", sino más bien, cuál debería ser su magnitud y su potencia. Parecería que el Estado-nación incomoda a los euroeufóricos en Europa, si bien lo admiran en otros lugares. A este complejo de inferioridad, que de nuevo recuerda al de Guillermo II, se añade una pizca de megalomanía.

Si Europa no se une, se desencadenan guerras mundiales, como hemos podido comprobar. Al igual que sin Europa, como pretenden por ejemplo los Verdes, ya no podremos impedir un cambio climático. ¿No podríamos decir sencillamente que Europa busca su camino, los demás el suyo y que luego ya veremos?

Es curioso ver cómo personas sensatas se extravían en la ideología precisamente ante la cuestión de Europa, nuestro pobre continente, que debe su poco de cordura a los estragos que él mismo se ha infligido.

En Europa se puede hablar perfectamente de cualquier cosa, de cualquier reforma, por importante que sea. Realmente no plantea ningún problema. Pero no con este tono. ¡Basta ya!

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