El remedio europeo podría curar a América

Las medidas de austeridad europeas han recibido muchas críticas por parte de los economistas estadounidenses. Según Melvyn Krauss, sin embargo, esto implica una mala comprensión de la economía europea y del comportamiento del consumidor. En lugar de criticar a Europa, América debería adoptar una táctica similar.

Publicado en 13 julio 2010 a las 14:34

Antes incluso de la cumbre del G-20 celebrada en Toronto, el presidente Barack Obama lanzaba una señal de alarma advirtiendo que las nuevas medidas de austeridad fiscal europeas suponían una amenaza para la frágil recuperación de la economía global. El presidente Obama debería relajarse y no escuchar tanto a sus asesores neo-keynesianos estadounidenses, que saben muy poco acerca de lo que mueve realmente a Europa. El paquete de consolidación fiscal alemán de 80.000 millones de euros en recortes sobre los gastos y subidas de impuestos no supondrá ningún daño para la recuperación sino más bien un impulso, al incentivar el consumo interno alemán.

Como suele ser habitual, los economistas estadounidenses, incluso algunos de los más notables, entienden mal a Europa, pues piensan que el mundo es América y América es el mundo. A continuación explicaré qué es lo que el presidente de Estados Unidos no entiende del nuevo programa de austeridad alemán, y por qué debería estar abrazando a la canciller alemana Angela Merkel en lugar de reprenderla.

No todos los consumidores piensan como los americanos

Los alemanes, y no sólo los más viejos, ahorran actualmente una proporción relativamente importante de sus ingresos porque son muy conscientes de los niveles de déficit público y de la amenaza de la inflación. El elevado nivel de ahorro privado de Alemania es una consecuencia del bajo —de hecho, negativo— nivel de ahorro público. Recorten el déficit público y verán que el consumo doméstico tomará nuevo impulso, justo lo que los críticos reclaman de la política macroeconómica alemana. ¿Dónde está el problema?

Sin embargo, economistas estadounidenses como Paul Krugman —de quien se dice que es el economista preferido de Obama, y que recientemente se personó en Berlín para denunciar el paquete de austeridad de la señora Merkel en su propia casa— no aceptan este análisis, porque piensan que todos los consumidores se comportan como los americanos. Ciertamente, pongan dinero en la mano de los consumidores estadounidenses y lo gastarán, sin preocuparse de las consecuencias a largo plazo de un aumento de la deuda pública que puso el dinero en sus manos en primer lugar. Pero los consumidores alemanes (y también los holandeses) sí se preocupan por ello, y ajustarán en concordancia su comportamiento respecto al ahorro. También aprecian más que los americanos una cultura “orientada a la estabilidad”. El resultado es que la austeridad (o la expansión) fiscal puede tener consecuencias muy diferentes en el norte de Europa y en América.

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Estados Unidos también está en riesgo

Los análisis “prêt-à-porter” de muchos economistas estadounidenses simplemente no funcionan cuando se trata de lidiar con los problemas europeos. Detrás de la nueva austeridad alemana también se halla la importante cuestión del liderazgo económico. La señora Merkel ha bajado en las encuestas alemanas porque ha perdido la iniciativa y el liderazgo en Europa frente a los franceses en materia de rescates y ayudas de emergencia. Para recuperarlo, Alemania debe incentivar a los países del sur, Grecia, España, Portugal e Italia, a recortar sus presupuestos y hacerlo de forma convincente. Pero para ser creíble en estas cuestiones, debes predicar con el ejemplo. ¿Cómo pueden Alemania y Holanda reclamar drásticos recortes presupuestarios de Estados miembros más pobres si no los aplican ellos mismos?

Washington también debería ver esta medida con buenos ojos. El señor Obama no quiere que el problema de la deuda soberana europea se extienda a América. Estados Unidos y sus bancos son tan vulnerables al contagio como cualquiera, tal vez más incluso. En lugar de decirles a los líderes europeos que reduzcan sus medidas de austeridad, lo mínimo que debería hacer el presidente de Estados Unidos es contener su lengua.

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