Las elecciones catalanas las ha ganado España. Para decirlo de una manera más ortodoxa y más precisa, las ha ganado el statu quo español. Las ha ganado el orden vigente, a su vez sumergido en un creciente desorden. Ha ganado el orden establecido español por un largo, largo, largo, periodo histórico. Costará entenderlo, costará aceptarlo, costará digerirlo en amplios sectores de la sociedad catalanista, que siguen conformando una clara mayoría social –una mayoría sentimental– pero la frialdad de la relación de fuerzas se irá imponiendo a medida que pasen los días, las semanas y los meses. El Partido Alfa de las clases medias españolas, pese a las gravísimas dificultades que le plantea la crisis, sigue manteniendo el control del tablero.
Es verdad, hay una mayoría soberanista en el nuevo Parlament, de la que puede salir en las próximas semanas una coalición de gobierno de signo nacionalista. CiU y ERC suman 71 diputados, más que suficientes para pactar un ejecutivo estable, con la celebración de la consulta soberanista como punto central de su programa. Y CiU, pese al trallazo que ha sufrido, cuenta con la ventaja táctica de poder explorar otra mayoría de gobierno con los socialistas (sumarían 70 diputados). Incluso podría negociar el apoyo del PP para algunas cuestiones (ambos partidos dan 69 escaños). Cualquier fórmula de gobierno pasa por Convergència i Unió y en caso de estrangulamiento parlamentario cabría la posibilidad de nuevas elecciones en un periodo medio de tiempo.
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El “suicidio político” de Artur Mas
El resultado de las elecciones catalanas del 25 de noviembre representa un "suicidio político" para el presidente de la Generalitat de Cataluña, Artur Mas, que convocó elecciones anticipadas. Ésa es la conclusión de Enric Hernández, director del Periódico de Catalunya, para quien la "mayoría excepcional" que Mas exigía para asegurar el apoyo al proyecto de referéndum sobre la independencia de la región se ha visto minada:
Tras la multitudinaria marcha de la Diada independentista, el president se precipitó al contar los manifestantes como si de potenciales votantes de CiU se tratara. Creyó que encabezar la reivindicación soberanista de una manifestación a la que no había asistido le permitiría, elecciones anticipadas mediante, encubrir los recortes con la estelada y lograr un cómodo mandato de cuatro años, con la esperanza de que para el 2016 la crisis ya hubiera amainado. Y se arrogó un mesiánico papel como el gran timonel que iba a conducir a Catalunya al paraíso del «estado propio». En todo se equivocó.
Además, Mas tendrá que negociar un pacto de gobierno con el resto de las fuerzas políticas. De su elección depende que se organice un referéndum e incluso, su propio futuro, prosigue Hernández :
Mas afronta ahora un severo dilema: o inicia una huida hacia adelante y acomete junto a ERC el plan soberanista y la gobernación del país --a expensas, eso sí, de la liquidez que le suministra el Estado--; o busca el apoyo del (también damnificado) PSC o del PP, a costa de renunciar a su proyecto independentista. Hipótesis, esta última, en la que también deberá reflexionar sobre su propio futuro político.