Instalación de Juan Muñoz, en la playa de Barcelona.

No hay renacimiento sin una pizca de caos

Gracias a la cultura, ciudades europeas antes en decadencia como Bilbao, Berlín o Lille han podido invertir esta tendencia. Pero un nuevo teatro o un mega-museo no bastan para activar la dinámica de la renovación. También resulta indispensable una mentalidad abierta a lo imprevisto y a la ineficacia.

Publicado en 8 septiembre 2010 a las 15:03
Perrimoon  | Instalación de Juan Muñoz, en la playa de Barcelona.

"Se buscan creativos y artistas para la recuperación urbana". Desde hace varios años, es la tendencia de moda en materia de desarrollo urbanístico: emplear factores de creación como el arte, la cultura, la música o el diseño para promocionar una nueva imagen de la ciudad, atraer a artistas, a jóvenes profesionales y a empresarios innovadores.

Varias ciudades han adoptado o están adoptando este enfoque, como Seattle, Barcelona o Bilbao y también Glasgow, Edimburgo, Denver, Lille o Berlín.

Los ayuntamientos despliegan diferentes estrategias que en muchas ocasiones constan de una variedad de intervenciones e iniciativas que van desde las infraestructuras a la programación cultural, pasando por un gran museo simbólico o un conjunto de pequeños eventos celebrados en la calle, festivales o conciertos. En resumen, aplican dos estrategias: por una parte, se encuentran las ciudades que tienden a invertir sobre todo en infraestructuras, en enormes proyectos arquitectónicos de recalificación urbana y en grandes eventos, como es el caso de Barcelona o Bilbao. Esta última ciudad, con el Museo Guggenheim, que atrae casi a un millón de visitantes al año, ha pasado de ser una ciudad industrial en decadencia a convertirse en un destino privilegiado del turismo cultural internacional.

¿Mega-proyectos o micro-políticas?

Por otra parte, están las ciudades que adoptan micro-políticas y que actúan más sobre el plano social y cultural, en muchas ocasiones con una combinación de ventajas fiscales para los artistas y programas educativos dirigidos a los niños y a la población en general. Es el caso, por ejemplo, de Lilleque, desde finales de la década de los setenta, dejó de ser una antigua ciudad industrial para transformarse en un dinámico centro cultural mediante programas que hacen partícipes a los colegios y las universidades, pero también gracias a una programación cultural en la que colaboran decenas de asociaciones, voluntarios, establecimientos y empresas.

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Sin olvidar el generoso sistema de subvenciones que financia cada año proyectos artísticos, seminarios y eventos. Actualmente, Lille dedica el 15% de su presupuesto al fomento y a la producción cultural, lo que la convierte en una de las ciudades más animadas de Europa en este sentido.

Probablemente el caso más emblemático sea el de Berlín. Es una ciudad de moda actualmente, pero desde hace años ha aplicado un sistema de ventajas fiscales y de ayudas a los artistas y a todas las asociaciones que trabajan en el sector cultural. A esto se añade una sólida política social y la gran disponibilidad de espacios a bajo precio. Por ello atrae a los creativos de todo el mundo que buscan talleres sin tener que preocuparse demasiado de cómo llegar a fin de mes, como sucede en Londres o en Nueva York. Y así Berlín se ha fraguado poco a poco la fama internacional de ciudad atractiva y "cool".

Hace falta una mentalidad abierta

Pero al igual que con el resto de políticas, el arte y la creatividad como receta para el desarrollo exigen atención, constancia y equilibrio entre las singularidades locales y el componente social. Y si todo el mundo habla de Bilbao, nadie habla de las tentativas de imitar a la ciudad vasca que han acabado fracasando. Al igual que nadie habla del hecho de que la rehabilitación de Barcelona ha llevado hacia las afueras a gran parte de los habitantes más desfavorecidos del centro urbano, lo que provoca a veces conflictos sociales.

Un enfoque acertado no consiste únicamente en levantar un teatro, un museo o crear un festival, sino en la mentalidad que los impulsa, una forma de ver e interpretar la cultura, el arte y la creatividad no como objetos para colocarlos en vitrinas y venderlos para ganar dinero, sino como un mundo constituido por personas, ideas, producción e innovación. Una comunidad que crea ideas, que debate y hace debatir, que afronta e interpreta los problemas actuales, que genera actividad, curiosidad, y que resulta estimulante también para las personas que no son artistas, para los profesionales, los empresarios, los estudiantes, la gente en general. Para ello, es necesario contar con una mentalidad abierta, que tolere también una parte de confusión, de caos e incluso de ineficacia.

Así es la mentalidad de las ciudades que logran aplicar con éxito la cultura como factor impulsor en su desarrollo económico y social. Quizás sea lo que precisamente hace falta en Italia. Es un país con ciudades maravillosas y abundantes recursos, pero que sigue interpretando la cultura como un bien de consumo y una atracción turística.

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