El terremoto que se avecina

Más de un millón de personas de todas las edades salieron a las calles del país el 2 de marzo, para exigir el fin de la austeridad. Un creciente descontento que podría trastocar el sistema político portugués de forma inédita desde la caída de la dictadura.

Publicado en 5 marzo 2013 a las 15:55

Al final, el 15 de septiembre tan sólo fue un episodio. Al final, no todo se reducía al Impuesto Social Único, a lo que le siguió la masacre fiscal. Al final, resultó que la gran mayoría de los portugueses ya no espera un cambio en el estado de ánimo del CDS [Democracia Cristiana, miembro de la coalición gubernamental], ni espera que el presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, salga de su profundo letargo, ni que lo que se denomina oposición interna del PSD [el Partido Social Demócrata del primer ministro Pedro Passos Coelho, de centro derecha] por fin llegue a la conclusión de que ha llegado su hora. Al final, la gente salió a la calle en medio de la evaluación de la troika para demostrar que no son el “buen pueblo” que uno de sus burócratas creía que vivía aquí.

A pesar de la evidente antipatía que se profesa actualmente por toda la clase política, las manifestaciones del 2 de marzo no fueron contra la política. Mostraron una mayor tristeza y una mayor decepción que las de septiembre, aunque aún no reflejaron desesperación. Fueron manifestaciones con contenido político y en todo su simbolismo estuvieron encuadradas por sentimientos democráticos. Y esto, si se tiene en cuenta la situación social que vivimos y el bloqueo institucional al que nos enfrentamos, es algo extraordinario. Tal vez sólo se pueda explicar por el hecho de que nuestra democracia aún es relativamente joven.

Y digo “aún” porque, si la oposición no logra dar una respuesta a esta revuelta mediante la construcción de una alternativa creíble, y no limitándose a preparar una alternancia o intentando reunir apoyos para las próximas elecciones, el siguiente paso podría ser muy distinto.

Los mayores son los sacrificados

Estoy convencido de que si el año que viene surgiera algo nuevo en el espectro electoral y fuera capaz de entusiasmar a los portugueses o de captar su atención, el resultado sería sorprendente. Ese “algo” puede ser positivo, pero es más que probable que sea incoherente, incluso políticamente peligroso.

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Hay algo que salta a la vista al analizar las manifestaciones del sábado: su composición por edades. Se constató la presencia de muchos pensionistas, más que en la manifestación del 15 de septiembre. En ellos se concentran todos los problemas. El problema de haber nacido y de haber crecido en un país socialmente, económicamente y culturalmente atrasado. Y de cargar más que los demás con el lastre de este retraso.

Las miserables pensiones que recibe la mayoría de ellos, como prueba aplastante del concepto en el que cree Passos Coelho y que quiere que asuma el país, según el cual tenemos un Estado del bienestar demasiado generoso. Un concepto que sólo puede venir de la imaginación de alguien que únicamente conoce el país entre los bastidores de los partidos y las oficinas de las empresas de sus amigos.

Uno de los aspectos del que más se habló este sábado fue el de los hijos que emigran, que están en paro, que están desesperados. Y de la ausencia de perspectivas de futuro para los nietos. En una sociedad como la portuguesa, en la que la familia es una especie de Estado del bienestar complementario (o incluso principal), los mayores acumulan el sufrimiento de todas las generaciones. Y ellos son los que más se sacrifican entre los sacrificados.

Rebelión pacífica en decadencia

En el caso de muchos de los pensionistas que salieron a la calle el sábado, era la primera vez en su vida que participaban en una manifestación. En otras palabras, han pasado por la dictadura, por el PREC [el Proceso Revolucionario en Curso, es decir, la transición democrática tras la Revolución de 1974] y toda la democracia sin haber hecho jamás uso de ese derecho. Y no ha sido hasta ahora, con más de 60 años y tras casi 40 años de democracia, cuando se han sentido impulsados a manifestarse en las calles.

Vivimos una rebelión pacífica que todavía se inscribe en el sistema político tal y como lo conocemos actualmente. Pero ha entrado en su fase de decadencia. Si el mundo político sigue sin responder al país, se producirán cosas imprevisibles. Creo (o al menos espero) que se producirán dentro del espacio de la democracia y sin que ésta se cuestione. Pero, tras dos años de austeridad y de miseria, todo puede cambiar. En la protesta social, el cambio ya es importante. Ya no es únicamente corporativista, ni siquiera es del dominio de las estructuras sindicales y partidarias. No sé si es algo positivo o negativo. Pero es así.

Si la oposición no logra encarnar una alternativa creíble y si el principal partido de la derecha portuguesa se desmorona, los primeros que se beneficiarán de la situación, tanto si son serios como populistas, cómicos u hombres de Estado, podrían provocar un seísmo político. Porque el seísmo social ya se está produciendo. Sin que, al parecer, las instituciones y los partidos reaccionen ante la situación.

Crisis de la deuda

Más recortes en perspectiva

“Los portugueses piensan que el Gobierno prepara recortes presupuestarios en los sectores de sanidad, educación y Seguridad Social", pero los ciudadanos piensan, por el contrario, que habría que reducir los gastos de la colaboración público-privada, los intereses de la deuda y en Defensa. Esta es la conclusión de un estudio publicado el 5 de marzo por Diário de Notícias.
El Gobierno portugués y los acreedores de la troika (UE-BCE-FMI), que estarán en Lisboa hasta finales de semana para evaluar el desarrollo del plan de rescate, preparan nuevos recortes del gasto público, por un total de 4.000 millones de euros.
El 57% de las personas que respondieron a la encuesta piensan que estos recortes presupuestarios deberían afectar a las colaboraciones público-privadas. El 36& quieren una disminución de los intereses por el reembolso de la deuda, y el 33% se pronuncian a favor de una reducción de los gastos de la Defensa.

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