En Indonesia me preguntan a veces: ‘¿Quién es Kert Wailders?’. Aunque Geert Wilders sea conocido en Países Bajos y en los países vecinos, casi nadie le conoce en esta antigua colonia neerlandesa (independiente desde agosto de 1945), el mayor país musulmán del mundo. Respondo que Wilders es el realizador de la película Fitna, que opina que el islam es una religión salvaje, que procede del mismo ‘kampong’ [barrio o pueblo] que yo y que además del acento, tenemos otro punto en común: el cabello decolorado. Y cuando dejan de reírse sarcásticamente, la siguiente pregunta es: ‘¿Y qué es lo que tiene en contra de los musulmanes?’
Países Bajos cuenta con alrededor de 800.000 personas de origen indonesio y en Indonesia sigue teniendo la fama de ser el pequeño país excéntrico donde todo está permitido. El país de la libertad y la tolerancia, donde los homosexuales se casan, donde el tendero vende droga y donde a todo el mundo se le trata del mismo modo.
La mayoría de los indonesios no logran entender el hecho de que un político de moda, que actualmente forme parte (más o menos) del gobierno [su Partido por la Libertad (PVV) apoya al gobierno en el Parlamento sin participar en él], tache al islam de atrasado y bárbaro. ¿Países Bajos no era precisamente un ejemplo a seguir en el mundo en materia de crisol de nacionalidades, de tolerancia religiosa y de libertad individual? Nosotros, los holandeses orgullosos y liberados ¿tenemos tanto miedo a un enemigo imaginario y fabricado que estamos dispuestos a ofender a una gran parte de la población mundial?
Doscientos millones de musulmanes en la antigua colonia
La casi totalidad de los indonesios son devotos de alguna religión. Tanto si se trata de musulmanes, cristianos, budistas o hinduistas, la religión ocupa un lugar predominante y constituye el hilo conductor de sus vidas. Más de un pastor en Países Bajos envidiaría las iglesias indonesias, atestadas de personas. La mayoría de los indonesios consideran la ofensa a su religión como un agravio personal.
Indonesia se jacta de ser el país donde el islam y la democracia van de la mano, de ser el país del islam sonriente, donde a pesar de algunos perturbadores molestos, los musulmanes moderados son quienes sostienen el mando. También se enorgullece de ser el país que cuenta con más de doscientos millones de musulmanes, es decir, más que en todo Oriente Próximo, pero donde los días festivos de las cinco religiones son días de fiesta oficiales. Hace siglos que los cristianos y los musulmanes se visitan en Navidad o en el Aid [fiesta sagrada de los musulmanes] para intercambiarse sus mejores deseos.
En este último decenio, también con ayuda de la globalización, la influencia del mundo árabe ha tenido mayor repercusión. No obstante, la gran mayoría de los musulmanes indonesios odia a estos pseudo sermoneadores que perturban el orden público y manchan el nombre de su religión. Condenan a los extremistas, sus atentados con bombas y sus campos de entrenamiento militares.
El nuevo gobierno agravia a Indonesia
En el pueblo donde nací y crecí, en el extremo sur de Limburgo, cerca del 30% de la población votó al PVV [Partido por la Libertad]. Me sorprende. Pero para ellos, significa que por fin un limburgués tira de las orejas a los holandeses del norte. Algo que no tiene que ver con el odio hacia los musulmanes. En el pueblo hay una decena de musulmanes.
Es evidente que, a pesar de los discursos oficiales tranquilizadores, el nuevo ‘gobierno tolerado’ apoyado por Wilders extraña en Indonesia. No porque quiera dar su opinión sobre la política de otro país, sino porque se ha ofendido y humillado deliberadamente a la mayoría de sus habitantes. En este país con el que Países Bajos mantiene un estrecho vínculo histórico, un país que jamás ha pedido ni (realmente) ha obtenido disculpas. Y digan lo que digan, el nuevo gobierno neerlandés será calificado de antimusulmán en el extranjero.
Opinión
¡Hagámoslo ministro!
“Considerado desde ahora ‘hacedor de reyes’ en los Países Bajos, Geert Wilders es el representante más conocido del surgimiento de los partidos antiinmigrantes y antiislamistas en Europa”, señala The Economist. Y por ello “no deberíamos subestimarle”, advierte el semanario. Ya que “al identificar al Islam como el enemigo, y no a los extranjeros, y construyendo su retórica en términos de libertad más que de raza, hace que sea más difícil etiquetarlo de reaccionario, racista o neo nazi”.
“¿Qué deben hacer los partidos democráticos cuando un número importante de electores apoyan a un partido de extrema derecha?”, se pregunta The Economist. Ni el aislamiento por parte de los partidos tradicionales, que “corre el riesgo de intensificar el sentimiento de los electores de que los políticos no les escuchan”, ni los acuerdos por un apoyo sin participación en el gobierno que “les da el poder sin tener responsabilidades”, son soluciones satisfactorias. “Una estrategia más valiente”, asegura The Economist, sería hacer que los populistas se confronten con el ejercicio del poder. “Entonces corramos el riesgo y hagamos a M. Wilders ministro de asuntos exteriores: ¿Cuánto tiempo más podría seguir diciéndole al mundo que es necesario prohibir el Corán?”