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Activistas de Greenpeace permanecieron en la isla durante cuarenta y dos días en 1997.

El oro negro de Rockall

Inhabitable, deshabitada y barrida por las tormentas del Atlántico norte, la pequeña isla de Rockall, frente a la costa de Irlanda, es objeto de una disputa entre cuatro países europeos. El motivo: las fantasiosas reservas de petróleo que se encontrarían bajo el fondo marino.

Publicado en 14 octubre 2010 a las 14:19
Activistas de Greenpeace permanecieron en la isla durante cuarenta y dos días en 1997.

Está más que claro que Rockalles una isla y por si fuera poco, una isla fantasma. Sin embargo, desde hace casi cincuenta años, cuatro Estados europeos se pelean a base de resoluciones, proclamaciones e “invasiones” para intentar anexionarla a su territorio. No es tanto su naturaleza lo que les interesa, ya que es uno de los peñones más perdidos y remotos del mundo, como lo que se encuentra debajo: petróleo. Esta pirámide de granito de origen volcánico se alza sobre los oleajes más agitados del Atlántico como la aleta de un gigantesco tiburón. En esta parte del planeta el océano es tan virulento, que es casi imposible determinar con precisión su altura sobre el nivel del mar, que es de entre veinte y treinta metros, con una superficie de unos 642 m2.

Aunque sí se conoce su posición (57° 35’ 48” N, 13° 41’ 19” O), su orientación sigue siendo incierta, ya que en la zona se producen fuertes radiaciones magnéticas. Se cuenta que Rockall surgió de los fondos marinos hace 55 millones de años, en el momento de la escisión del antiguo supercontinente de Laurasia y de la posterior separación de Europa y Groenlandia. El peñón apareció por primera vez en un mapa portugués en 1550, con el nombre de Rochol. Sin embargo, durante dos siglos, fue confundido con otras dos islas: Frislandia, la isla fantasma descrita entre otros por el navegador veneciano Nicolò Zeno, y la isla igualmente misteriosa de Buss.

¿De quién es la isla?

Algunos siguen sosteniendo que Rockall es un fragmento del mítico reino de Hy-Brazil, tierra de la eterna juventud que aparecía y desaparecía sin cesar, como Rockall, a veces sumergida por olas de treinta metros de alto. Incluso la etimología del nombre sigue siendo imprecisa: la denominación inglesa, Rockall, significa probablemente “peñón rugiente”; pero quizás provenga del nombre del teniente Basil Hall, el primero en mencionar su existencia en 1881. Hay una sola cosa que es segura: Rockall se encuentra a 301,40 kilómetros al oeste de la isla escocesa de San Kilda, el territorio más cercano, y a 424 kilómetros de Donegal, en Irlanda.

Pero ¿a quién pertenece Rockall? La pregunta sigue siendo un asunto candente. Gran Bretaña lo reivindicó en 1972, con un acto del Parlamento y en nombre de Su Majestad, anexionándolo a la isla de Harris, parte discutida del condado escocés de Inverness. Ningún Estado reconoció este procedimiento y mucho menos Irlanda, Islandia y Dinamarca, que se jactan de esta misma voluntad expansionista.

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Greenpeace defiende que Rockall es patrimonio de la humanidad

Además, son muy pocos los afortunados que han pisado el suelo del peñón. Entre otros se encuentra el naturalista James Fischer, que, acompañado de tres militares, fue enviado desde Londres en 1955 para conquistar Rockall, con el motivo oficial de impedir que los soviéticos espiaran el lanzamiento de prueba del primer misil británico desde las islas Hébridas. Posteriormente, otras personas intentaron (algunas con éxito) encaramarse a la cumbre del monolito, donde resultó imposible instalar ni siquiera un faro pequeño. Actualmente se prepara una enésima expedición: Nick Hancock, ex militar británico, desea llegar a Rockall en 2011, 200 años después de su descubrimiento, y permanecer en él durante dos meses.

En realidad, estos “asaltos” no sólo representan actos heroicos. Según la Convención de las Naciones Unidas sobre derecho marítimo internacional, una isla es un terreno capaz de garantizar la vida humana y de poseer una vida económica autónoma. Si no cumple estos criterios, entonces se trata de un peñón: y como tal, pertenece a todo el mundo, o a nadie. Rockall forma parte por lo tanto del patrimonio de la humanidad, como sostiene Greenpeace, que “conquistó” el peñón durante cuarenta y dos días en 1997, para fundar en él el Estado libre de Waveland y protestar contra la explotación de los yacimientos de petróleo submarinos. Los ecologistas reunieron a través de Internet a ciudadanos procedentes de todo el mundo; pero la empresa que había patrocinado la iniciativa quebró.

Los británicos intentaron habitar este “peñón rugiente” para legitimar su anexión y ejercer así sus derechos en la zona económica exclusiva que lo rodea [de 200 millas marinas], no sólo en lo que respecta a los bancos de peces, sino también y sobre todo, en lo relativo a los recursos mineros y petroleros ocultos en los fondos marinos de Rockall. Es una forma de alejar a los demás posibles candidatos. Ya se han iniciado las negociaciones entre Londres, Copenhague, Reikiavik y Dublín. Quizás esta batalla sea el último resurgimiento del imperialismo europeo.

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