La ciberdemocracia no es más que un primer paso

Ante la crisis de los partidos, muchas voces, como la del Movimiento 5 Estrellas en Italia, reclaman que se pase a la participación directa, que es posible mediante la democratización de Internet. Sin embargo, los dos sistemas deberían complementarse, más que excluirse.

Publicado en 16 abril 2013 a las 15:06

El debate político italiano parece dividido sobre la cuestión de la democracia: por un lado, nos encontramos con los que, como el Movimiento 5 Estrellas, proponen una ciberdemocracia directa, reduciendo a los parlamentarios a la función de simples ejecutores. Por otro, los defensores de la democracia representativa tal y como la hemos conocido en los últimos decenios en Italia y que, a pesar de sus defectos, la consideran como el mejor de los sistemas posibles.
Es necesario superar esta oposición y abrir nuevas vías de reflexión: de hecho, las perspectivas más prometedoras para el futuro de la democracia se encuentran en otros lugares. Sin embargo, antes de analizar el futuro, conviene recordar algunos elementos del contexto.

Opacidad y debilidad

El primer elemento es el siguiente: desde hace años, los partidos políticos son la institución menos apreciada por los italianos, con índices de aprobación que en muchas ocasiones se sitúan por debajo del 10% en las encuestas. Unas cifras desastrosas que no quieren decir que los italianos rechacen la forma del partido como tal, sino que sencillamente apenas sienten estima por los partidos en su estado actual. Los partidos aún no han encontrado solución a esta crisis de legitimidad, agravada por el aumento del abstencionismo.

El segundo elemento es que los partidos siguen gozando de un poder colosal y de un auténtico monopolio en la vida pública, si bien la desconfianza hacia ellos alcanza niveles récord y ya no cuentan con la legitimidad de la época en la que tenían muchos afiliados.

El tercer y último elemento es la globalización, que a partir de los años setenta redujo progresivamente la capacidad de la democracia de controlar la economía, lo que además implicó un aumento generalizado de las desigualdades.

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En resumen, no es de extrañar que muchos ciudadanos tengan la impresión de vivir en un sistema político opaco en el que su voz únicamente cuenta en las elecciones y aún así, sólo dentro de una oferta política sobre la que no tienen ninguna influencia. Una democracia que podríamos calificar de "débil".

Inercia de los partidos

Mientras retrocedía la democracia, estaba teniendo lugar otro proceso, el de la democratización de la revolución digital, que al principio se produjo en el mundo desarrollado y luego se extendió al resto del planeta.

Cada vez más personas que disponían de un ordenador empezaron a utilizar Internet para comunicarse, organizarse, expresar sus opiniones, informarse y mucho más. Ahora son millones las personas que han aprendido a informarse de forma autónoma, ante la debilidad de la democracia. Aspiran a la participación y a la transparencia. Sus actividades en la web forman un magma que no está protegido contra la superficialidad y la paranoia, pero también cuenta con la intervención de muchos ciudadanos con un sentido crítico saludable, deseosos de volver a los orígenes y reflexionar sobre las grandes cuestiones por sí mismos, como lo demuestran los foros de toda Europa. Son intercambios que es fácil de ridiculizar, pero que no son muy distintos de los que dieron lugar a la modernidad, a partir de la revolución inglesa.
Pero, mientras que el número de ciudadanos que recurrían a Internet para informarse, debatir y organizarse no dejaba de aumentar, los partidos políticos hacían caso omiso, y gran parte de ellos siguen haciéndolo, de la transformación de los millones de electores potenciales (sobre todo entre los jóvenes).
Por otro lado, los partidos que se han sucedido en el Gobierno no han comprendido que la introducción de nuevos instrumentos de democracia directa en las instituciones era una prioridad.

En otras palabras, mientras Internet desempeñaba una función política cada vez más importante en la vida de los ciudadanos, su influencia en la política seguía siendo insignificante.
Esta inercia de los partidos ha contribuido a que se afiance el interés por las formas de ciberdemocracia directa, primero en círculos más limitados de ciudadanos y luego en sectores cada vez más grandes de la población. El sistema de partidos, considerado opaco, centrado en sí mismo y a menudo corrupto, ha llegado a ver cómo le hacía frente la democracia directa, considerada intrínsecamente superior a la democracia representativa.

Un arte esencial para la democracia

Sin embargo, la ciberdemocracia aplicada a grupos importantes de personas, como un país entero, no escapa ni mucho menos a la crítica. La crítica del sistema político italiano, en muchas ocasiones justificada, ante todo no debe hacernos olvidar que la actividad política es un arte esencial para la democracia, como escribía Bernard Crick en 1963 en una obra considerada un clásico, En defensa de la política; un arte basado en virtudes como la prudencia, la conciliación, el compromiso y la capacidad de adaptación.
La segunda crítica es que existe una diferencia entre el sondeo permanente y el voto: la democracia requiere reflexión, una evaluación exhaustiva de los pros y los contras, una capacidad de dar sentido y coherencia a la hoja de ruta fijada. Por último, el tercer escollo es la brecha digital: uno de cada dos italianos no dispone de conexión a Internet. Por lo general son personas socialmente desfavorecidas, como las personas de edad avanzada y las familias de trabajadores no cualificados, cuya exclusión es inaceptable.

Por lo tanto, convendría reflexionar sobre los medios de hacer que la democracia representativa evolucione hacia formas más participativas, hacia lo que podríamos denominar, retomando la expresión de Stefano Rodotà, la "democracia continua". Las propuestas en este sentido no sólo son numerosas, sino que en ocasiones ya se están probando con éxito. Además del diálogo continuo entre los electores y los elegidos, entre estas propuestas se incluyen consultas populares en los débats publics (debates públicos) al estilo francés, pasando por los presupuestos participativos (como la famosa experiencia de Porto Alegre), las encuestas deliberativas planteadas por James Fishkin, los referéndums sin quórum y la obligación de debatir los proyectos de ley de iniciativa popular en el Parlamento. O también, en el ámbito europeo, la iniciativa ciudadana, una novedad introducida con el Tratado de Lisboa.

Los partidos deberían hacer suyas estas propuestas y aplicárselas a sí mismos, antes de hacerlo en el ámbito local, nacional y europeo. En otras palabras, no son ni la ciberdemocracia directa ni la defensa del statu quo lo que nos harán salir de la crisis actual, sino una evolución de la democracia representativa hacia formas más participativas, dirigida por unos partidos renovados en profundidad (o por partidos totalmente nuevos). ¿Habrá alguien a la altura de tal desafío?

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