La democracia del futuro

En las calles de Europa ruge la cólera. ¿Es el fin de la democracia? El futurólogo alemán Matthias Horx cree que no, siempre y cuando las élites políticas depongan su actitud de desprecio y dejen paso a una auténtica democracia ciudadana.

Publicado en 1 noviembre 2010 a las 15:08

¿Cómo va a terminar todo esto? Loscolegios franceses en llamas, la revuelta de los suabioscontra las nuevas estaciones en Stuttgart y la crisis de la basura en Nápoles. Sin contar con las manifestaciones contra el transporte de los residuos nucleares Castor, que aún no ha comenzado. Tan sólo faltaría que los impasibles británicos levantaran barricadas contra el plan de rigorde su gobierno y que los griegos prendieran fuego a sus fábricas de exportación de queso feta. ¿Estamos entonces ante el fin de la democracia, tal y como murmuran ya tantos comentaristas? ¿No podemos gritar "¡basta!" ante los nuevos "grandes proyectos de recuperación del crecimiento"? Más en concreto, ¿no podríamos inspirarnos algo en el modelo chino para recobrar lo que mi amigo el futurólogo John Naisbitt califica acertadamente como "democracia vertical" en su libro "Megatrends Asia" (El Tiempo de Asia)?

La cultura del consenso

Tenemos muy poca memoria. En mi juventud, en los locos años setenta, la situación era muy distinta en Europa. En las dictaduras militares de Grecia, Portugal y España, los manifestantes arriesgaban sus vidas. En Francia, hubo víctimas mortales durante las manifestaciones de los anti-nucleares. En Berlín y en Francfort, no pasaba ninguna semana sin que hubiera cristales rotos. En muchos aspectos, la sociedad estaba mucho más dividida que actualmente. En Francfort, mi ciudad natal, ya existían cerca de 8.000 indigentes en las calles. Cualquiera que haya vivido "el otoño alemán" [marcado por una serie de asesinatos en 1977] sabe hasta qué punto hoy vivimos en una cultura de consenso.

La cultura política aprende con el conflicto. Hoy se reafirma esa lección que mi generación rebelde había aprendido. En los años ochenta surgió el ciudadano ecológico después de la revolución ecológica. El movimiento feminista cambió la situación en las relaciones entre hombres y mujeres. Mientras caía el muro de Berlín, muchos en el Oeste temían que nuestra nueva sociedad civil, sorprendentemente tolerante, sucumbiera a los golpes de un burdo revisionismo. En realidad, los alemanes descubrieron una nueva levedad, además de una buena cantidad de nuevos problemas.

El ejemplo suizo

Como decía Mark Twain, la historia no se repite, pero rima. No hay que extrañarse de que la ruptura del consenso social, como el de la salida de lo nuclear, acabe por reabrir viejas heridas. Las mayorías políticas cambian y es un síntoma de que la democracia funciona. La sociedad alemana no está infiltrada por una masa de ciudadanos apagados, como afirman los discípulos de Oswald Spengler (La decadencia de Occidente). En Stuttgart, simplemente asistimos a un fallo de la democracia. Las élites del viejo modelo alemán se han restablecido con esa actitud de desprecio de los años sesenta y a todos los que han osado plantear objeciones se les tacha de holgazanes y parásitos.

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Para tener una visión de la democracia del futuro, hay que observar a Suiza. Allí, los procesos de toma de decisiones son más lentos. Lo que sucede es que al pueblo se le da mal zanjar cuestiones en una democracia directa como la suiza. Pero nada es irrevocable. Suiza está construyendo actualmente el túnel más grande del mundo, con el acuerdo de los ciudadanos y con un objetivo fijado previamente. Hace doce años que existe este proyecto de túnel. Incluso costará exactamente lo que estaba previsto. Y eso es una auténtica democracia ciudadana. Esto exige confianza, paciencia y humildad, algo que sólo se aprende con dolor.

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