"No veo nada anormal".

El verdadero juicio del NSU sigue pendiente

Apenas iniciado el proceso judicial contra los cinco miembros del grupúsculo neonazi NSU, se ha vuelto a aplazar. Pero no podemos esperar que se descubra toda la verdad sobre el terrorismo de extrema derecha, ni olvidar el verdadero escándalo de este asunto: la incompetencia y la ceguera de las autoridades.

Publicado en 7 mayo 2013 a las 16:09
"No veo nada anormal".

El proceso iniciado el 6 de mayo en Múnich [y que se ha suspendido a petición de la defensa] no es el proceso del grupo NSU [Nationalsozialistischer Untergrund, Clandestinidad Nacionalsocialista]. Al igual que el proceso de Núremberg de 1945-46 o el proceso de Auschwitz en Fráncfort, de 1963 a 1965 tampoco fueron los procesos del nacionalsocialismo, o el proceso de Stammheim (1975-77) el de la Fracción del Ejército Rojo. En todos los casos, como ocurre en el actual, se trataba de juzgar a acusados individuales, nazis y terroristas de derecha y de izquierda.
El de Múnich será el proceso de Beate Zschäpe y de otros neonazis. Ni más ni menos. Un tribunal tiene la capacidad y el deber de determinar la responsabilidad individual de cada persona y de castigar a los culpables; no está habilitado para juzgar una época ni una ideología, ni su arraigo en la población.

Puede que esta constatación decepcione a más de uno. Porque los que se presentan ante el tribunal por lo general son personas tristes, desorientadas, ni impresionantes, ni monstruosas, sino muy pequeñas. Si se les mira a los ojos, no se reconoce el mal ni sus razones.

Por ello, el revuelo suscitado por el proceso de Múnich antes incluso de su inicio es un tanto exagerado. Porque el proceso, que ya parece en vano, no permitirá desvelar lo que espera con avidez una parte de la opinión pública. Como es inevitable, dota a la principal acusada de una personalidad interesante y enigmática de la que visiblemente carece, según lo que sabemos, a pesar de su silencio. De nuevo, el mal es algo banal y nos negamos a aceptarlo.

Resonancias simplistas y difamatorias

De este modo, la opinión pública, por observadora que sea, corre el riesgo de no ver el verdadero escándalo. El escándalo es que han tenido que transcurrir todos estos años para comprender y esclarecer los asesinatos del grupo NSU, mientras que el móvil, como se puede constatar fácilmente a posteriori, estaba claro.

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De 2000 a 2006, como mínimo, unos asesinos recorrieron Alemania, matando a personas por la sencilla razón de que eran de origen extranjero o antiguos inmigrantes. Las motivaciones racistas de estos homicidios saltan a la vista hoy. Hoy sabemos que debería haber quedado claro, después del segundo homicidio o como mucho después del tercero, hacia qué dirección había que orientar la investigación: hacia los entornos de extrema derecha.

En lugar de ello, los servicios encargados de la investigación se detuvieron obstinadamente en otra pista. Es cierto que establecieron el vínculo entre los nueve homicidios, pero el vínculo discriminaba de entrada a las víctimas sin ninguna justificación y los comparaba con malhechores. Se supuso que, si todos eran extranjeros o de origen extranjero, habría muchas posibilidades de que ellos mismos fueran criminales. De nuevo, el hecho de que se trataba de un acto de ostracismo delirante salta a la vista a posteriori: las víctimas se diferenciaron de los alemanes de pura cepa, que son íntegros y no se relacionan con criminales.
El hecho de que siete de las nueve personas asesinadas fueran empresarios no se interpretó como el signo del éxito de estos inmigrantes que habían tenido el valor de establecerse por su cuenta, sino simplemente con un indicio que hacía suponer que se trataba a la fuerza de asuntos sospechosos y que las personas asesinadas eran sin duda víctimas de ajustes de cuentas dentro de la comunidad turca. Los neologismos asociados al caso ("Döner-Morde" [literalmente, "asesinos de vendedores de kebabs"] , "comisión ‘Bósforo’" [para designar a la comisión encargada de la investigación]) hablan por sí solos con sus resonancias simplistas y difamatorias.

Caso omiso a las pruebas

Este desconcertante desconocimiento de la realidad, los fallos de la investigación, la estrafalaria destrucción de documentos y el fracaso de la Oficina para la Protección de la Constitución, sobre todo en Turingia, han permitido que continuara esta situación.

El presidente del tribunal de Múnich es en parte responsable del ridículo en el que se vuelve a encontrar la justicia alemana. No aprovechó la oportunidad que le brindó el Tribunal Constitucional de ofrecer tres lugares adicionales para los periodistas turcos [en la sala de audiencia]. Al tratar de apartar así a los periodistas especializados, de nuevo demostró que no había comprendido toda la importancia de este proceso.

Ningún país del mundo se ha enfrentado de un modo tan sistemático y permanente a un pasado criminal tan pesado. Se lo debemos a funcionarios infatigables, como por ejemplo, al exfiscal general de Hesse, Fritz Bauer, un judío que se instaló en Alemania y sin el que el proceso de Auschwitz en Fráncfort no habría tenido lugar. Y el mérito vuelve a recaer también en una opinión pública que se ha atrevido a debatir y que, aunque con retraso, ha hecho del nacionalsocialismo un pasado que no puede ni debe ocultarse. Es algo positivo y el país debe enorgullecerse por ello.

Sin embargo, esa conciencia del pasado y esa autocrítica no han impedido que la justicia y los medios de comunicación siguieran estando ciegos durante años e hicieran caso omiso de lo que era evidente en el asunto de estos homicidios. No es fácil conjugar en presente las lecciones del pasado.

Retrato

Beate Zschäpe o la banalidad del mal

Beate Zschäpe no es solo una de los fundadores del NSU, sino que también es su “rostro”, explica Der Spiegel. A Zschäpe se le acusa de haber asesinado entre 2000 y 2007 a ocho personas de origen turco, a una persona de origen griego, del atentado mortal contra dos policías y de haber colaborado con un atentado con bomba en Colonia.

Beate es hija de una alemana y de un rumano, nació en 1975 en Jena, Turingia (Alemania), y la crió su abuela, pues sus padres la abandonaron. Su “verdadera familia” son los terroristas neonazis Uwe Mundlos y Uwe Böhnhardt, con lo que mantuvo una relación sentimental y por quienes “ella se convirtió en una delincuente”, añade la revista.
En la década de los noventa, ese trío inseparable formaba parte del Thuringer Heimatschutz (Protección de la patria de Turingia), la organización neonazi más importante de Turingia. Juntos profanaron las tumbas de víctimas del nazismo y alquilaron un garaje para fabricar explosivos, informa Der Spiegel.
Pero el papel de Beate Zschäpe era, ante todo, guardar las apariencias, apunta la revista:

Se ocupaba de ser la fachada. Era la persona amable con los vecinos, la amiga leal y una compañera de piso servicial. Con su carácter abierto y simpático, inspiraba confianza. [...]. Podría pensarse que Zschäpe era esa inagotable fuente de normalidad dentro de la clandestinidad.

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