Los seguidores del Bayern de Múnich celebran haber ganado la Champions League. Londres, 25 de mayo de 2013.

El vencedor se lo lleva todo... aunque no en todos lados

La crisis que atravesamos demuestra que a algunos les va mejor que a otros y que los vencedores modifican las normas a su favor. Un editorialista rumano expone que Europa debe saber resistirse a esta actitud, al mismo tiempo que responde a los desafíos industriales que se le plantean.

Publicado en 4 junio 2013 a las 14:11
Los seguidores del Bayern de Múnich celebran haber ganado la Champions League. Londres, 25 de mayo de 2013.

El Manchester United, el FC Barcelona, el Real Madrid, el Bayern de Múnich, el Borussia Dortmund: son clubes de fútbol que registran unos ingresos excepcionales y que se permiten pagar a los jugadores sueldos anuales de varios millones de euros. Las cantidades de algunos traspasos se elevan a varias decenas de millones de euros, con lo que se produce una concentración de “valores” en un puñado de clubes.
Por ello se creó la Champions League, una competición para los clubes ricos. Según la teoría económica de la aglomeración, de las rentabilidades crecientes y las asimetrías de la información y la posición, se ha creado un desequilibrio entre algunos clubes europeos y el resto, que no hace sino aumentar más cada día.
La Europa League es la segunda liga europea, a la que tienen acceso clubes menos ricos, a veces incluso clubes rumanos. Al mismo tiempo, cada vez más clubes se hunden en las deudas.
He utilizado estos ejemplos sacados del modelo económico del ámbito deportivo para ilustrar unos fenómenos últimamente muy presentes: la erosión de la clase media, el incremento de las desigualdades en los ingresos y sobre todo el estatus privilegiado del sector financiero.

Dicotomía simplista

Esto se explica por la creciente globalización (que favorece las actividades económicas en los países en los que la mano de obra es barata), el auge de las nuevas tecnologías de la información y el de las políticas públicas, como la liberalización de los mercados financieros, que han sobreestimado la capacidad de los individuos a adaptarse a los cambios rápidos del mercado laboral y que han subestimado la función de la industria como apoyo del desarrollo tecnológico.
La profunda crisis actual vuelve a poner de manifiesto no sólo la necesidad de una normativa y de una vigilancia adecuadas de los mercados financieros, sino también la necesidad de reparar un tipo de economía que apuesta demasiado por la infalibilidad de los mercados, desatendiendo los aspectos sociales y la equidad. Con la crisis en Estados Unidos y Europa como telón de fondo, tiene lugar un acalorado debate público sobre la función del Estado en la economía, en el que los distintos partidos mantienen sus posiciones clásicas. La derecha exige menos Estado y menos gastos públicos (con bajadas de impuestos); la izquierda señala la necesidad de los bienes públicos y la equidad. Una dicotomía a menudo simplista.

El Estado moderno y su dimensión social

En Europa, los países escandinavos registran deudas públicas y déficits presupuestarios relativamente bajos, pero los gastos públicos son más bien elevados. Al mismo tiempo, la corrupción y la captación de rentas (rent-seeking) son fenómenos bastante raros y no es casualidad que estos países destaquen igualmente por su poder institucional. Una de las consecuencias de esta situación es que no se produce con tanta frecuencia el síndrome de "The winner takes it all" [el vencedor se lo lleva todo]. Los que apoyan la desaparición del Estado del bienestar no comprenden que el Estado moderno es indisociable de su dimensión social, que no podemos volver al capitalismo del siglo XIX para responder a los desafíos del siglo XXI.

En un discurso ante el Parlamento Europeo, en el que abogaba por la unión bancaria y una federación de Estados (como etapas para salvar la eurozona), el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, hizo referencia a esta experiencia a favor del modelo europeo. Pero también es cierto que los países desarrollados deben reformar sus sistemas de ayuda social, ajustar los servicios públicos a los recursos disponibles y fomentar mejores conductas en materia de gobierno público.

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¿Cómo juzgar a una sociedad en la que la mayoría de los ciudadanos con ingresos bajos y medios pagan sus impuestos, mientras que aquellos con los ingresos más elevados se sirven de toda clase de "escapatorias" encontradas en la legislación?

La UE y el desafío de la conciliación

El gran desafío para la Unión Europea será saber conciliar los elementos del entramado institucional que protegen la cohesión social y el capital social, con medidas que estimulen el empresariado, la recuperación de la industria y la educación. En la intersección de estos deseos, se encuentran aspectos relacionados con la ética, la igualdad de oportunidades de los ciudadanos, la solidaridad.

En Estados Unidos, la lucha contra el terrorismo ha sacado a la luz ciertas prácticas al margen de la ley, incluso ilegales, tanto de bancos como de ciudadanos con altos ingresos. Pero el gran problema ético no se puede resolver únicamente con la identificación de los infractores fiscales. Actualmente se habla de una nueva revolución industrial. ¿Pero realmente podrá generar un aumento de la productividad en Europa? El problema es que una revolución así, de producirse, ya no podría ser exclusiva del Occidente industrializado.

“The Winner takes it all”, como lectura unilateral de la realidad, es incompatible con el funcionamiento de las economías modernas, en la medida en que la redistribución (las transferencias fiscales) protege la cohesión social, iguala las oportunidades y ayuda a atenuar ciertas disparidades regionales. La esperanza estriba en el hecho de que la responsabilidad individual y un estilo de vida más modesto no entran en conflicto con conceptos como la solidaridad, la igualdad de oportunidades, la equidad, el juego limpio, etc.

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