El lado bueno de la crisis

En medio de la adversidad de la recesión, los países de la Unión Europea logran ponerse de acuerdo sobre asuntos que les enfrentaban hace años: sobrepesca, derecho de asilo o gestión fronteriza. Sí, afirma una editorialista sueca, Europa es capaz de hablar con una sola voz.

Publicado en 14 junio 2013 a las 15:42

Aunque los problemas económicos persisten en la Unión Europea, el panorama no es del todo negro. Recientemente, los países miembros han demostrado una mayor voluntad de superar ciertos antagonismos arraigados desde hace tiempo.

De este modo, el acuerdo alcanzado a finales de mayo sobre la reforma de la política pesquera es claramente mejor y más voluntarista de lo que muchos pensaban. Si los países firmantes aplican las disposiciones que acaban de aceptar, las reservas pesqueras podrían volver a alcanzar unos niveles con los que se podría garantizar su estabilidad. En este sentido, Europa demuestra que la unión puede ser perfectamente un vector de energía positiva. Ninguna otra estructura internacional aborda la cuestión de la sobrepesca. Puesto que los océanos no están sometidos a ninguna normativa, resulta difícil impedir su explotación a ciegas en otras partes del mundo.

Siempre acabamos entendiéndonos

La cuestión hasta ahora candente de la restauración de los controles fronterizos entre los países miembros también ha encontrado una solución hace unas semanas en Bruselas. Hace unos años, Francia e Italia intentaron que se aprobaran nuevas normas cuyo fin era autorizar a los Estados miembros a volver a introducir el control de los pasaportes. Dinamarca también reclamaba controles permanentes en el puente de Oresund [que une Dinamarca a Suecia].
La comisaria europea de origen sueco Cecilia Malmström se opuso a estas veleidades de restringir la movilidad de los ciudadanos y acaba de conseguir que prevalezca su punto de vista. Se han precisado las normas e incluso prevé limitar la posibilidad de que los países miembros establezcan controles en las fronteras por su cuenta.

En materia de política de asilo, los Estados miembros han acabado encontrando un terreno de entendimiento. Las negociaciones han sido vacilantes durante años, marcadas por profundas divergencias y hace sólo un año, pocos pensaban que se podría llegar a un acuerdo. Pero la pasada primavera, las discrepancias se transformaron en consenso.

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El 12 de junio, el Parlamento Europeo tenía que pronunciarse sobre la batería de proyectos de ley previstos por el acuerdo, que tratan especialmente del endurecimiento de las normas en materia de acogida de refugiados y el procedimiento de las solicitudes de asilo. Según Cecilia Malmström, la introducción de estas nuevas disposiciones en el conjunto de los países miembros se traduciría en una mejora general de las prácticas. Por supuesto, aún queda mucho camino por recorrer. Por no hablar de que no todas las disposiciones del acuerdo merecen elogios. El registro de las huellas digitales de los solicitantes de asilo en una base de datos común llamada Eurodac implica una gestión centralizada y una vigilancia de las personas que va demasiado lejos.

Voluntad súbita para llegar a acuerdos

Aún así, los acuerdos sobre la pesca, las fronteras y la política de asilo van en la dirección correcta. Hace sólo unos días, el Tribunal de Justicia Europeo consideró que, según los términos del Reglamento de Dublín, los menores refugiados no acompañados no se podían transferir [de un país a otro], lo que demuestra igualmente la humanización de Europa.

¿A qué se debe todo esto? Uno de mis interlocutores me dijo que la Comisión había llevado a los Estados miembros hasta la extenuación: tras años de conversaciones, los países ya no tenían fuerzas para seguir adelante y llegar a un acuerdo. Otros aportan una explicación política: [Nicolas] Sarkozy y [Silvio] Berlusconi se han marchado y ellos eran los principales defensores en los últimos años del restablecimiento de las fronteras en Europa.

Hay otra explicación a esta voluntad súbita de llegar a acuerdos de los Estados miembros. Aunque sean motivos de división y enfrentamiento entre los países, los disgustos económicos también pueden ser una fuerza unificadora: la crisis ha demostrado que los países son vulnerables y que dependen unos de otros, por eso es hora de prestarse ayuda mutuamente.

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