Dos horas de diferencia horaria y 3.300 kilómetros en línea recta: parece que todo separa a Lituania y a Portugal. En avión, hay que atreverse a realizar una larga travesía para ir de una capital a otra, situadas en los confines de la Unión Europea. Sin embargo, en el estancamiento del verano, los dos países han captado la atención de los europeos, cada uno a su manera: Lituania y su enérgica presidenta, Dalia Grybauskaité, cinturón negro de kárate, asumieron el 1 de julio la presidencia de turno de los Veintiocho, justo a tiempo para dar la bienvenida a Croacia.
Por su parte, Portugal y su primer ministro, Pedro Passos Coelho, ha logrado escapar por poco a una crisis política de gran magnitud, tras la repentina dimisión de uno de los pilares del Gobierno, el ministro de Finanzas Vítor Gaspar. Ha sido un grave revés para un Estado que desde hace dos años se encuentra bajo la asistencia de la eurozona y el Fondo Monetario Internacional.
Cada país con su destino, cada uno con sus problemas, en una Europa en la que la distancia crea en el mejor de los casos indiferencia y en el peor, prejuicios o incluso hostilidad: en Lituania, a la gente no le interesan los sobresaltos de la vida política portuguesa. Se preocupan más por las infamias de los vecinos rusos y bielorrusos, poderosas razones que incitan al país a integrarse cada vez más en el juego europeo. Y en Lisboa, como en el resto de países occidentales del continente, en el fondo nadie se ha dado cuenta de que el lejano socio iba a copresidir durante seis meses el destino de 500 millones de europeos.
Desde hace tres años, los portugueses fijan la mirada en Atenas, Madrid, Berlín, o incluso... en Washington. Sin grandes esperanzas de salir en breve del túnel, están resentidos sobre todo con la clase política local, que se desgarra tras dos años de esfuerzos bajo la tutela de la "troika" de socios capitalistas.
El “remedio drástico” lituano
Sin embargo, en estos tiempos de crisis de la eurozona, las dos capitales constituyen las dos caras de una misma moneda y tienen más aspectos en común de lo que parecería. Lituania también es experta en materia de recesión y de ajustes.
En 2009, abatida por la crisis financiera, el antiguo "tigre báltico" se desplomaba: con una recesión del 15 %, la más violenta de Europa, y un doloroso despertar tras el "milagro" de los años postsoviéticos. El Gobierno de centro-derecha de entonces, al contrario que su vecino letón, se negó a pasar por las horcas caudinas del Fondo Monetario Internacional. Decidió entonces administrar al país un auténtico remedio drástico, sin recurrir a la devaluación de su moneda.
Se recortaron los sueldos de los funcionarios, entre un 5 % y un 50 %, según su grado. Los ministerios se deshicieron de parte de sus efectivos. Como no era suficiente, se amputaron incluso las pensiones. Fue un programa apoyado por el Parlamento, sin que se produjera ninguna insurrección popular. No todos los problemas se solucionaron, ni mucho menos, pero se reactivó el crecimiento. "¿Que no le gusta la austeridad? ¡Pues pruebe el comunismo!": era un dicho popular de la época en este país a orillas del Báltico, que resumía el sentir general de la gente.
Reformas aplicadas con afán en Portugal
Por su parte, Portugal escapó al comunismo, pero no al FMI ni a los fondos de rescate de la eurozona. Desde hace dos años, tras haber vivido por encima de sus posibilidades, también aplica un plan de ajuste de gran alcance, con la esperanza de volver a los mercados financieros a partir de 2014. Una perspectiva aún bastante incierta, ya que el país aún se encuentra en medio de la encrucijada.
A pesar de la resistencia cada vez más intensa de la población, los dirigentes portugueses no han dejado tampoco de mostrarse aplicados. Entre los países de la eurozona bajo asistencia, quizás sea el único que a veces se ha anticipado a las exigencias de sus acreedores. Hasta ahora, los dirigentes portugueses y la "troika" han insistido sobre todo en el saneamiento de las cuentas públicas, dejando un poco a un lado las reformas estructurales. Lo que no impide que la recesión sea profunda, con el riesgo de alimentar la desesperación que tiene como telón de fondo el desempleo masivo.
Los portugueses no envidian el éxito relativo de Lituania, donde el sueldo mínimo es de menos de 300 euros. Pero a la inversa, los dirigentes lituanos no tienen miedo a los disgustos de los portugueses. Dalia Grybauskaité y su Gobierno sólo piensan en una cosa: adherirse lo más pronto posible a la unión monetaria; lo ideal, según comentan, es unirse a partir del 1 de enero 2015.
Nada hace indicar que los dirigentes del euro, escarmentados por las dificultades de Portugal y de Grecia, tengan prisa por admitir a Lituania. Incluso se espera que opten por profundizar la eurozona antes de ampliarla aún más. Pero tendrán que encontrar argumentos sólidos para disuadir a la resuelta Dalia Grybauskaité.