Los partidos han muerto ¡vivan los partidos!

Las protestas de las últimas semanas en Bulgaria vuelven a demostrar que Internet y las redes sociales se han convertido en un lugar ineludible de debate político y de formación de la opinión pública. Pero cuando se trata de actuar concretamente en el ámbito político, de momento nada puede sustituir a los partidos políticos.

Publicado en 23 agosto 2013 a las 11:31

No es la primera crisis de legitimidad a la que se enfrentan los partidos. La historia está repleta de ejemplos de rechazo a este tipo de organización política. En 1919, Benito Mussolini calificó su movimiento fascista de "antipartido". Pero todo el mundo, incluido Mussolini, por mucha oposición que mostrara, al final acaba creando un partido. Al fin y al cabo, sigue siendo el único instrumento con el que se puede participar realmente en el ejercicio del poder.

En los últimos años nos hemos encontrado con una nueva realidad tecnológica, que hace que sea inútil establecer comparaciones históricas. Se trata del acceso masivo a Internet por parte de un gran número de personas en todo el mundo y el surgimiento de las redes sociales. Podemos mencionar algunas conclusiones de expertos en política que ha estudiado la gran influencia de Internet y de las redes sociales sobre la primavera árabe.
En apenas unos meses, toda una región del mundo cambió de fisonomía. También podemos hacer referencia a otros ejemplos, como el movimiento Occupy Wall Street en Estados Unidos, o los acontecimientos violentos de Turquía de los dos últimos meses, entre otros.

Partidos políticos arcaicos

Los nuevos vectores del debate político en las redes sociales nos alejan de los foros clásicos y conocidos. Intentemos imaginar cuántos jóvenes miembros de las redes sociales preferirían asistir a un evento político en lugar de participar en una discusión informal en Facebook. Eso es lo que hace arcaica la imagen del partido como modelo de organización política.

Por su parte, los partidos perciben esos nuevos espacios de discusión más bien con miedo y recelo en lugar de con esperanza. [[No es que haya muerto el enfrentamiento de las ideas políticas, sino que está en transición]]. Parece que los propios partidos no emplean lo suficiente estos recursos que permiten generar ideas "desde abajo". Llevan mucho retraso y aún no son conscientes de esta nueva realidad.

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La desconfianza ante los partidos políticos, su lejanía cada vez más evidente con respecto a la realidad de la sociedad, así como esas nuevas formas de discusión política sitúa a los mediadores tradicionales entre el poder y la gente en una posición delicada. No es casualidad que esa falta de legitimidad genere nuevos modelos con los que los ciudadanos puedan ejercer presión.
Adoptan nombres distintos en función del país y luchan por objetivos diferentes: son los indignados de España, Occupy Wallstreet en Estados Unidos, la oposición al sistema en Rusia. En cambio, lo que tienen en común es su estructura horizontal, el uso de las redes sociales y su postura contra los partidos del statu quo, incluso su deseo de cambiar el sistema, independientemente de qué signifique eso.

Crear otros nuevos

La buena noticia es que Bulgaria no se está quedando atrás con lo que ocurre en el mundo. La protesta que tiene lugar hace ya más de un año, dio lugar a este tipo de organización. La comparación de escala y de amplitud no nos favorece, pero estamos dando los primeros pasos en esta dirección. En los últimos meses, se han creado muchos grupos en Facebook, que ahora se transforman en auténticos portales de debate político. También existe la "red de protesta" de una activista.

Sin embargo, las discusiones que se limitan a Internet ocultan riesgos reales. El más importante es el de hacerse ilusiones. Las opiniones que se escuchan en los foros en Internet están lejos de representar al conjunto de la sociedad. Al limitarse a ese círculo social cerrado y a ese medio positivo, es fácil llegar a pensar que todo el mundo comparte esas opiniones y esos valores. Pero no es así, ni mucho menos. Se trata de una pequeña parte de la sociedad que ha encontrado una forma de que se comprendan sus ideas y busca su confirmación.

[[Para poder cambiar realmente cualquier aspecto en los países y en el ejercicio del poder, es necesario contar con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos]]. Después, se necesita disponer de un instrumento legislativo para participar en las elecciones, donde demostrar que no se trata de unas cuantas de miles de personas en Internet, sino de una gran parte de los búlgaros. Pero hasta ahora sólo existe un modo de hacerlo dentro del marco legislativo: crear un partido y presentarse a las elecciones.

Si uno de esos movimientos recién creados crece y gana en popularidad, al final creará un partido para participar en las elecciones legislativas. Si fracasa, acabará enterrado en el cementerio político, como ha sucedido antes con tantos otros. Por ello, a los líderes de estas nuevas organizaciones políticas les convendría no precipitarse a la hora de criticar a los partidos. Si sus movimientos logran sus objetivos, recurrirán a esas viejas organizaciones que conocemos tan bien: los partidos políticos.

Manifestaciones en Bulgaria

Como un perfume de 1989

Tras cinco meses de manifestaciones en la calle cuasi ininterrumpidas, la sociedad búlgara atraviesa una crisis de confianza sin precedentes con respecto a los políticos, escribe el periodista Ilia Valkov en el diario Sega. Esta pérdida de confianza muestra la degradación de la sociedad y del Estado, puesto que cuestiona la legitimidad y la autoridad de la clase política, pero también las del poder judicial, las de los medios de comunicación, las de las ONG y las de la iglesia ortodoxa.
El punto inicial de esta pérdida de confianza es la erosión de los valores: los electores buscarían la salvación a través de elecciones milagrosas y de bellas promesas por parte de líderes carismáticos. Así se otorga la confianza al “mesías” político.
Por eso es posible establecer un paralelismo entre la situación actual y los sucesos de 1989, cuando cayó el Telón de Acero:

la sociedad búlgara se ha transformado en un polvorín. La ciudadanía estaba en camino de ser consciente de sí misma, de organizarse por sí sola, de proceder a la autocrítica.

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