Tal y como yo lo percibo, la forma de la molécula de ADN es de una belleza asombrosa. Ver la doble hélice, los giros que se envuelven unos a otros, las ligaduras formadas por los pares de bases, es como descubrir la condición de toda vida. El ADN hace pensar en los genes, en nuestro genotipo; a partir de esa asociación es como quiero yo ahora hablar de política.
Aunque se trate de una simplificación política, numerosos compatriotas míos ligan la evolución, casi milagrosa, de nuestro país durante los decenios posteriores a 1945 hacia una mayor prosperidad y una mayor calidad de vida al Partido Laborista Noruego [Det norske Arbeiderparti, cuyas siglas fueron en un principio DnA y hoy son AP] . Para varias generaciones de posguerra, la igualdad DnA = DNA [ADN en noruego] no estaba, pues, fuera de lugar.
En su obra Algo va mal, el historiador Tony Judt afirma que no ha observado jamás progresos más innegables que los que caracterizaron el período consensual de la socialdemocracia.
Pocos serían hoy los que asociarían el Partido Laborista al ADN. Podría parecer que A que responde a trabajo en las siglas de DnA se ha sustituido por una B, de banco [haciendo referencia al DNB, un gran banco noruego].
Nuestro ADN ha cambiado
En otro tiempo, la idea era quitarles un poco a los ricos para dárselo a los pobres. Ahora, todo el mundo tiene que hacerse rico. Nuestro genotipo moral ha cambiado, por lo tanto. Los esfuerzos colectivos en pos de un reparto equitativo de la riqueza han sido reemplazados por una carrera individual hacia el beneficio económico.
Esta crítica no se dirige solo al Partido Laborista. Los esfuerzos políticos de los países nórdicos tras la guerra tenían de admirable que pretendían encontrar una alternativa al socialismo y al capitalismo, una especie de tercera vía. Hoy, esa búsqueda parece abandonada. La mentalidad DNB [del banco] se ha impuesto.
No hace tanto, nos parecía evidente que las actividades fundamentales de la sociedad (la educación, los servicios sanitarios, el cuidado de los ancianos, los transportes públicos, la investigación, las infraestructuras) se podían mantener a través de incentivos distintos del mero beneficio económico. Hoy, el aspecto comercial ha irrumpido hasta en esas esferas; prima la idea es privatizar lo que sea.
No nos damos cuenta de que vamos camino de dilapidar nuestro patrimonio (es decir, la fe en los principios morales que son la igualdad, la justicia y la solidaridad) y de poner en su lugar la sola noción de libertad. Y como ya no hay debates ideológicos entre nosotros, sino una política espectáculo que se sirve de los escaparates electorales más vistosos, no son muchos los que comprenden que se trata de dos modelos de sociedad diferentes. Como más libertad supone siempre menos igualdad, que haya más libertad aumenta las diferencias entre los individuos.
Noruega SA
Lo que más echo en falta es poder ajustar cuentas con el dogma de "más crecimiento", con esa idea de que el crecimiento puede proseguir hasta el infinito y lo más importante para una nación es generar beneficios elevados. De sociedad, Noruega se ha convertido en empresa: Norge AS [Noruega SA]. Pero ¡qué ricos nos hemos hecho! Tanto que nos ha casi anestesiado. El resto del mundo no existe. Así, es sintomático ver qué poco interés le presta la presente campaña electoral a la política internacional y al estado del planeta.
Mostramos nuestra desaprobación cuando estamos en países donde los ricos se han construido enclaves para excluir de ellos a individuos más pobres. Pero no vemos que eso es lo que hacemos nosotros mismos. Noruega entera va camino de convertirse en un enclave así; pronto, solo nos faltará levantar un muro a lo largo de la frontera, con esquirlas de vidrio en lo más alto.
El petróleo es ese chollo fabuloso que nos ha vuelo tan prósperos, tan mimados. Pero la felicidad exige amordazar la conciencia. Resulta además que nos enriquecemos en especial durante las guerras o, como escribía el Aftenposten en un editorial el 3 de agosto último: "Cuando las cosas van mal en el mundo, a Noruega suele irle bien". Es más difícil cerrar los ojos ante el daño que la producción de petróleo y gas le hace a la atmósfera.
Economía vulnerable
Casi todos los días leemos en la prensa que el desajuste atmosférico exige una nueva economía. Una cosa es segura: Noruega no se batirá por esa causa. Semejante cambio de rumbo sería tan impopular que nuestros dirigentes no se atreverían a proponerlo.
Se contentan con medidas simbólicas y un "impuesto al carbono" que no disminuye lo más mínimo el ritmo de extracción. Ciertamente, los responsables políticos mencionan su obligación de trabajar por una economía sin CO2, pero entre bastidores se esfuerzan por encontrar y explotar los últimos yacimientos de gas y de petróleo.
Y la mayoría de los noruegos les apoya. ¿Quien desea de verdad un convenio internacional sobre el clima, vinculante, que frene el desarrollo de la producción noruega de petróleo? ¿Quién quiere una evolución que pueda hacer que el precio del petróleo disminuya, lo que provocaría un declive de la economía noruega acompañado de un paro elevado y una prosperidad mermada?
Nuestra riqueza basada en el petróleo es de lo más vulnerable. Intentamos además ocultarnos el dilema moral que supone, incluso aunque seamos conscientes de las repercusiones negativas de la producción de hidrocarburos.
¿No deberíamos concebir una política que abogase por un cambio radical de sistema? ¿Por qué no votamos todos por candidatos que sostengan esa causa?
Porque siempre queremos más. Porque no es el ADN el que dirige el país, sino, en sentido figurado, el DNB. Noruega se ha convertido en un banco, y ello, además, plantea un problema democrático.
Elecciones noruegas de 2013
¿Adiós a los socialdemócratas?
Tras ocho años en el poder, la coalición entre los socialdemócratas del primer ministro saliente, Jens Stoltenberg, y los Verdes perdería la cita de las legislativas del 9 de septiembre. Según Aftenposten, las últimas encuestas indican que el 40,8% de los votantes apoyarán con su papeleta dicha coalición, frente a un 54,6% que escogerá la de centro-derecha liderada por la conservadora Erna Solberg, que incluye a los populistas antiinmigración del Partido del Progreso (FrP), que consta como tercera fuerza política en intención de voto.
La campaña ha girado en torno al empleo del maná petrolero y a las soluciones que se barajan una vez que se agote, explica por su parte el Dagbladet, así como a la introducción de un impuesto sobre el patrimonio y la reforma del sistema sanitario.