Ideas El estado de la Unión

¿Un discurso en el vacío?

El discurso anual sobre el estado de la Unión Europea que pronunció el 11 de septiembre el presidente de la Comisión, José Manuel Durao Barroso, suscita poco interés entre los europeos. Una curiosa paradoja, apunta el politólogo Hendik Vos, puesto que Europa no ha tenido nunca tanto peso en sus vidas.

Publicado en 11 septiembre 2013 a las 16:18

Desde hace décadas, los presidentes estadounidenses han tomado el hábito de presentar el estado de la Unión a comienzos de año. En un discurso unificador ante el Congreso, expone los proyectos y los desafíos de los meses venideros. Cada tres o cuatro frases, el auditorio se levanta para aclamarlo. Todavía no le han hecho una ola, pero no quedará mucho. Decenas de millones de estadounidenses siguen el discurso, que se emite en directo en casi todas las cadenas de televisión. Los analistas pasarán días y días diseccionando cada palabra, cada letra, cada coma. Los diarios imprimirán páginas extra.
Hoy, José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea, pronuncia también su estado de la Unión. Desde 2010, se dirige al Parlamento Europeo a comienzos del curso político. El discurso se difundirá en directo por cable, pero queda saber si tendrá un alcance mayor que el de las casas de reposo y los hospitales. Barroso da su discurso por la mañana y no a horas de máxima audiencia, como en los Estados Unidos. Por el contrario, sí podemos aventurar qué espacio ocupará en la mayoría de los diarios el artículo que cubra ese evento, en el mejor de los casos, una breve columna en la sección de actualidad internacional.

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[[Seamos francos, el estado de la Unión Europea es una infusión insípida de su versión estadounidense]], sobre todo cuando se aprecia el efecto que produce. Europa y los Estados Unidos son bien diferentes. En cualquier caso, esa falta de interés no está justificada. Ya somos unos Estados Unidos de Europa, mucho más de lo que somos conscientes. Cierto es que en algunos ámbitos todavía la administración central europea es mucho menos poderosa que las autoridades estadounidenses. En política exterior, por poner un ejemplo.

Si Barack Obama decidiese atacar Siria, eso es lo que pasaría, no hay más que hablar. Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, no tiene ese poder, quizá porque carece de ejército. Pero en otros ámbitos, la influencia de Bruselas sobre los veintiocho miembros es superior a la de Washington sobre los cincuenta estados estadounidenses. Estos últimos años, con la crisis del euro, la influencia de Europa sobre los Estados miembros se ha visto reforzada.
Los debates sobre nuestro presupuesto nacional se ven ahora totalmente eclipsados por lo que Europa permite o no. El Gobierno puede nombrar con gran pompa a un nuevo director de la empresa de trenes estatal, pero el marco en el que debe trabajar está determinado por un conjunto de disposiciones europeas sobre el ferrocarril. El funcionamiento del mercado de correos o la energía también está fijado por la legislación europea. El precio de las llamadas de teléfono móvil también se decide en instancias comunitarias. Mil aspectos más quedan sujetos a normativas europeas, desde la definición del chocolate hasta la manera de fijar los ojos de los osos de peluche.

El margen se reduce

Actualmente, todo el mundo se apremia ante la perspectiva de las elecciones flamencas y federales del 25 de mayo de 2014. Pero apenas se oye hablar de las elecciones europeas, previstas para ese mismo día. [[En muchos aspectos, los Estados Unidos de Europa son más eficaces que los Estados Unidos de América]]. Aunque ya sea por una razón u otra, nosotros no queremos darnos cuenta. Y el porqué de ello nos interesa aún menos.
Por supuesto, en ciertos ámbitos la política nacional todavía tiene un margen de maniobra. Pero esos ámbitos son cada vez menos y el margen también se reduce. Europa fija las orientaciones y, en su conjunto, el Parlamento Europeo contribuye en gran parte a que así sea. Además, si se trata de legislación, tiene incluso la última palabra. Ese mismo Parlamento tendrá que elegir pronto al presidente de la Comisión Europa y también da su parecer sobre cada uno de los comisarios.
Si se rasca la superficie técnica de los expedientes europeos, uno se da cuenta rápidamente de las opciones ideológicas y de fondo que deben realizarse: sobre la relación entre el crecimiento y la reducción de gastos, sobre el interés de la diversidad cultural, sobre temas sociales y la liberalización, o sobre la agricultura y el desarrollo.
La política europea puede encaminarse por cualquier derrotero y la composición del Parlamento Europeo tiene enormes repercusiones. Eso nos apasiona menos que la cuestión de saber si pronto aplicaremos los reglamentos europeos a una federación o a una confederación.
Europa subyace en lo más profundo de las grandes decisiones políticas y en las pequeñas cosas del día a día, pero nos permitimos la proeza de prestarle muy poca atención. Europa sigue estando en el ángulo muerto.

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