Los fumadores se rebelan contra Bruselas

La Comisión Europea prepara una prohibición general de fumar en los espacios públicos. Sin embargo, la voluntad de legislar por el bien de los europeos podría volverse contra ella, en el nombre de las libertades, considera un jurista checo.

Publicado en 6 diciembre 2010 a las 11:25

La Comisión Europea se prepara para presentar el próximo año propuestas con vistas a ampliar y reforzar drásticamente la legislación europea contra los fumadores. Entre otras medidas se encuentra la de introducir un tipo de paquete de cigarrillos único y antiestético sobre el que se mostrarían principalmente mensajes de advertencia acompañados de imágenes impactantes.

Pero la propuesta más importante es, sin duda, la que pretende imponer a nivel europeo la prohibición de fumar en todos los espacios públicos, especialmente en los restaurantes, los bares o incluso en las paradas de transporte público.

A menudo decimos que, en muchos aspectos, la historia se repite. A razón de estos fenómenos recurrentes, los ideólogos dogmáticos, de los que aparecen habitualmente nuevos especímenes, ocupan un lugar privilegiado. No descansan hasta que consiguen utilizar el poder del estado para reeducar a sus congéneres, imponiéndoles sus propias concepciones del “bien” y del “progreso”.

El nuevo Estado paternalista

Entre estos progresistas encontramos especialmente a los activistas antitabaco. Durante los últimos años han conseguido imponer un importante endurecimiento de la legislación antifumadores en la mayor parte de los países occidentales. Se aprovechan de un fenómeno casi generalizado hoy en día en la civilización occidental: la tendencia a un tipo de Estado paternalista y la expansión de una cultura que se vuelve hostil ante el menor riesgo. Estas dos tendencias se refuerzan mutuamente. Una estimula a la otra.

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El estado está convirtiéndose en una especie de madre nodriza. Asegura protección y seguridad a los ciudadanos en todas sus actividades durante toda su vida. La gente deja de ser responsable de sí mismo y piensa que otra persona debe pagar por todas sus malas decisiones. Por lo tanto, no es sorprendente en este contexto que, para aquellos que ven a los individuos como niños que deben ser educados, protegidos y orientados, el tabaco o el alcohol sean como cuerpos extraños de los que es totalmente necesario deshacerse.

Una normativa razonable, que consiste principalmente en la prohibición de la venta a menores, en restricciones relativas a su publicidad y en impuestos más elevados, ya no les es suficiente. Ahora, estos autoproclamados mesías no dudan en inmiscuirse en los asuntos relacionados con el ámbito estrictamente privado, como los que caracterizan a las relaciones que se establecen entre un restaurador y sus clientes.

Una extraña competencia de la UE

Pretenden ser el sustituto del razonamiento económico del emprendedor, de su libertad de organizar como él quiere su actividad económica. Al menos puede parecer extraño que la normativa del tabaquismo entre en las competencias de la UE. Y, sin embargo, así es. Los productos del tabaco son mercancías. De conformidad con el principio de la libre circulación de mercancías, se ha podido aplicar el derecho de mercado interior para su reglamentación (ver en concreto el artículo 114 del TFUE, el Tratado sobre el Funcionamiento de la Unión Europea).

Las directivas han armonizado especialmente las reglas relativas a la composición y al etiquetado de los productos derivados del tabaco, a su publicidad en la prensa o en la radio, e incluso a las acciones de patrocinio de la industria del tabaco. Otras directivas, inscritas en el ámbito de la libre prestación de servicios y la libertad de establecimiento, han prohibido por completo la publicidad a favor del tabaco en los medios audiovisuales.

En el marco de la Política Agrícola Común (PAC), se han podido introducir otras reglas que conciernen a la cultura del tabaco y a las subvenciones europeas. Efectivamente, existen argumentos convincentes para justificar una normativa europea. Este es el caso especialmente de la armonización de las normativas sobre la composición de los cigarrillos y la fiscalidad indirecta a la que están sujetos. En efecto, puede ser necesaria desde el punto de vista de la libre circulación de mercancías.

El tabaco, símbolo de resistencia

Otras normativas, como las de la publicidad, las acciones de patrocinio o el consumo de tabaco en los lugares de trabajo, ya es más discutible, ya que el vínculo con el mercado interior es muy tenue. Pero aunque sea comprensible en este sentido, la intervención de Bruselas ya no me parece en absoluto justificada cuando se trata de la prohibición de fumar en los restaurantes, en las paradas de transportes comunes o en otros “espacios públicos”.

Incluso en Estados Unidos este tema social es tratado a nivel de los Estados federados. En el Libro Verde de 2007 “Hacia una Europa sin humo de tabaco”,como única justificación a la competencia de la UE para regular esta cuestión, la Comisión Europea se conformó con afirmar que un régimen único establecería “un nivel elemental de protección contra los riesgos de exposición al HTA comparable, transparente y aplicable en todos los Estados miembros”.

La experiencia ha demostrado que los proyectos de ingeniería social que iban contra la naturaleza libre del hombre a menudo tenían resultados bien diferentes a los esperados y que, normalmente, terminaban con fracasos bastante lamentables. Este es el futuro que predigo a las eventuales medidas represivas tan estrictas que la UE podría verse llevada a adoptar contra los fumadores, que representan casi un tercio de la población adulta de los Estados miembros.

A fin de cuentas el tabaco podría convertirse, y no solo para los fumadores, en un símbolo de resistencia a los poderes públicos intrusivos y paternalistas, así como a la inextinguible propensión a la regulación de la UE, cuya hipertrofia es cada vez más flagrante para un número cada vez más importante de ciudadanos europeos.

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