Noticias Diez miradas sobre Europa | 9

Quiero seguir siendo optimista

El novelista Tim Parks aboga por una Europa basada en una visión compartida, que se entusiasme por remodelar el mundo en lugar de luchar por mantenerlo tal y como es ahora mismo.

Publicado en 1 enero 2011 a las 09:30

Los retos se multiplican y Europa sigue manteniendo una postura presuntuosa y sumida en la confusión. Sean cuales sean los efectos finales del cambio climático, de la disminución de los recursos naturales, de la inmigración masiva, del islam militante, del declive de Estados Unidos y la fortaleza de China, está claro que nuestro modo de vida actual es insostenible. Es necesario realizar cambios radicales. Por primera vez, estos cambios tendrán que dirigirse y negociarse a nivel global. Tal y como está constituida actualmente Europa, resulta difícil imaginarla encontrando la unidad, la visión y el valor para aportar su contribución. Pero la alternativa, desgraciadamente es la guerra.

Durante las décadas de los ochenta y los noventa, a medida que se ampliaba y se consolidaba la Comunidad Europea, tenía mis sospechas sobre el proceso. Al vivir toda mi vida adulta en Italia, no era el típico inglés escéptico, preocupado por mantener los últimos vestigios del imperialismo británico. Lo que era desalentador era el tono fóbico y derrotista de la retórica. Ante el temor de que estallara otra guerra entre nosotros, tuvimos que unirnos en una red de normas comerciales y reglas gobernadas por niveles y niveles de burocracia; ante el temor de amenazas exteriores, tuvimos que formar un bloque sólido de defensa colectiva, contra los productos agrícolas de África, los fabricantes industriales de China, el imperio ruso hacia el este.

Las naciones se unieron a Europa, no como conversos de una ideología fascinante, sino como realistas negociando una rendición. Aunque estaban convencidos de que un destino nacional por separado era un delirio anticuado, se agarraban a cualquier brizna de soberanía que quedara. El aspecto tranquilizador era que Europa nunca atrajo la lealtad visceral que puede convencer a la gente a morir por una bandera; la Comunidad no tiene ningún mártir. Por otro lado, su único impulso era burocrático: no había ningún centro de poder orgulloso y elegido que se ocupara de nuestro futuro colectivo. Aunque la retórica hablaba de iguales poniendo en común su destino, como es evidente las decisiones surgieron de los cambiantes antagonismos y alianzas entre Francia, Alemania y Gran Bretaña. Nunca fue sencillo creer en este proyecto.

El ambiente dominante es conservador y nimio

En Italia, la hipocresía y el oportunismo del proceso fue inevitable: Europa ofrecía una retórica de piedad y progreso que sustituía a cualquier auténtico debate. Se podía echar la culpa a sus instituciones de las duras decisiones económicas que los débiles gobiernos de coalición no podían tomar de otro modo. Se podían arrasar y estafar sus fondos y desobedecer sus normas cuando no fueran oportunas. A pesar de su pregonado europeísmo, Italia, al igual que cualquier otro país, se ve como una entidad separada explotando lo que puede al grupo. El egoísmo parece crecer a medida que se cede la identidad soberana. La única afirmación del Reino Unido realmente honesta es que nunca ha ocultado este cinismo. La separación de Blair y Brown del euro (“nos uniremos cuando tenga sentido económicamente”), puede parecer pragmatismo inteligente, pero no es bueno ni para el alma ni para los mercados. Acoger una idea con entusiasmo o bien rechazarla por principio son decisiones que alteran las condiciones económicas y estimulan todo tipo de comportamiento positivo.

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La ambivalencia sobre dónde reside el poder en Europa en la actualidad afecta a todos los aspectos de la vida. Ningún país se considera decisivo en el ámbito mundial y ninguna institución expresa la voluntad colectiva. La posibilidad de una visión audaz y de un cambio radical no existe. Nadie es responsable porque nadie puede serlo. El ambiente dominante es conservador y nimio: mantengamos nuestro modo de vida privilegiado a toda costa, aprovechemos lo que podamos mientras sea posible. Para tomarle el pulso a la situación, hay que escuchar la retórica de los grupos de presión de los usuarios de vehículos, cuando aumenta el precio de la gasolina un céntimo. Es un clima de negación. Las realidades como el cambio climático se aceptan a nivel intelectual, pero se hace caso omiso de ellas en la práctica. Existen en una dimensión aparte donde no tenemos ningún poder. Lo que podemos hacer es luchar contra la subida de los precios. Nada debe vulnerar nuestro nivel de vida.

Una presunción arraigada y corrosiva

Una de las consecuencias de esta situación es que las mentes más brillantes del continente, las más inteligentes y enérgicas, ya sean jóvenes o mayores, ya no se plantean implicarse en la vida pública como una carrera profesional. A lo sumo participan de vez en cuando en algún movimiento de protesta por una buena causa. Pero en general se recluyen en sus vidas individuales, dando por perdida la acción colectiva. Esta retirada del talento del servicio público es el la característica distintiva de la decadencia. Producirá algo de buen arte. Pero no nos sacará del atolladero.

Aún así, uno quiere seguir siendo optimista. Quizás la urgencia de los problemas finalmente nos despierte de la vergüenza de nuestro letargo actual. ¿Qué clase de Europa me gustaría ver en el futuro? Ante todo, una Europa que se conozca como una comunidad basada en una visión compartida, que pueda entusiasmarse por la remodelación del mundo en lugar de por la lucha por mantenerlo tal y como está, que sea valiente y positiva, en lugar de fóbica y negativa. Una comunidad así encontraría el modo de expresarse políticamente, incluso a través del laberinto de instituciones que ahora mismo desdibujan el ejercicio del poder. Puede que incluso sea lo bastante atractiva para que se produzca la integración entusiasta de sus inmigrantes, en lugar de una coexistencia a regañadientes.

¿Cómo podría lograrse un cambio así? No tengo ni idea y me quedan pocas esperanzas. Está claro que los europeos deben dejar a un lado de una vez por todas la noción de que de algún modo son superiores, de que su cultura ya ha llegado a la cúspide de la civilización humana y del logro artístico. Esta presunción sigue arraigada y es sumamente corrosiva. Y lo que quizás sea más crucial: deberán desterrar la noción de que la vida es cuestión de reafirmar la propia voluntad en la acumulación de bienes y de socios afables en un castillo. Supongo que al final, lo que me gustaría ver es un cambio profundo de percepción sobre lo que es el bienestar y cómo debe vivirse la vida. La apertura, la generosidad y la tolerancia son aspectos esenciales. Pero mejor dejo aquí mi lista de deseos. Con sólo expresar estas ideas me siento ingenuo y vacío. No va a ocurrir. Hablar sobre el futuro de Europa es correr el riesgo de caer en una profunda depresión.

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